Para todo lo que me adelanta
se precipita tu imagen como una catarata de cielo,
se reajusta la sombra,
se da cuerda al reloj que nos sostiene
y mas allá del cristal,
buenos días a los fantasmas del desvelo.
Es raro,
no me agrada el café con el azúcar de tus labios,
tu acento de recuerdo me sobreviene en marea baja,
el éter es demasiado pequeño para la ruina de espacios
que nos vivimos frecuentando,
el cierzo trémula tu voz,
me rompe el delirio al Norte.
Pronto realizo un bosquejo innombrable de tu nombre,
pierdo las formas,
¿Quién es Dios?
Salúdalo por mí, musa mía,
que El bien te conoce
y bien te nombra todos los días de ausencia a constituirte.
Parece el viento tu cuerpo,
padece lo inmóvil tu tiempo,
transpiras a deidad flores liquidas de amalgamas celestes,
te liberas de la crisálida como haría un amor al odio de tierras en exilio,
creo que tu rostro se debate la noche
que busco por encontrarte,
tus pestañas en memorias de muerte que te quiero.
Es fascinante como transcurre el día,
encima hablaba de madrugada cuando de una mirada tropezó el ocaso
que guarda tus cabellos detrás de la oreja,
oh, y te ves tan pálida que un beso no vendría a mal
con ese incendio de tu boca,
pero hace frío
y es la hora de la nostalgia,
que porque no estas,
que como que en todo el poema no exististe,
que rasguño la guitarra con mis gritos de abandono
y luego placidamente lloro de posibilidad que nadie viniera.
Que ahora este momento que me vivo
te sostengo con brazo de raíz,
te ato a la rueda de Morfeo,
¡Qué día!
¿Qué si mejoró mi enfermedad?
Mírame, amor,
ya estoy durmiendo.
Jorge Von Düben
