
Me dicen que no río,
que no soy ni la sombra de mí mismo,
que tengo la voz muda
y un puñado de sal en los bolsillos
para dar de comer a las palomas.
Y yo, que siempre tuve mano abierta
al reposo de blandos novilunios,
los ojos como soles
siempre en el ecuador de la ternura,
no abandono los ecos de la ausencia:
Se me secó una rosa
del rosal que cuidé con gran esmero.
Por eso vivo en medio de la niebla
y mi verso cautivo del dolor
lleva impresas las huellas de mi rostro.
*Andros