El Comandante Galopante
Publicado: Vie, 22 May 2020 21:39
Cuando jugaba en España me sentía español por los cuatro costados.
(Ferenz Puskas)
A Alejandro Adalberto, se siente español.(Ferenz Puskas)
"El Fútbol no es la vida; es algo más importante que la vida". Dijo con lágrimas en los ojos con evidentes síntomas de que el Alzheimer ya lo había visitado. El mejor goleador de la historia, el hispano-húngaro llamado en su país de origen el "Comandante Galopante” (lo siguieron llamando así aun cuando llegó a ser ascendido a Coronel por su servicio a la patria, hizo mucho por poner a Hungría en el mapa entre los europeos occidentales). Cuando aún no lidiaba con la muerte del recuerdo como podía era lúcido y culto, esto último es algo muy raro en los futbolistas de aquel tiempo, algo tan importante como el fútbol exige dedicación exclusiva. Traspasó el Telón de acero porque el régimen comunista le ahogaba y nunca más volvió a ver a su madre, a esa pena nunca llegó a acostumbrarse. Intentando quedarse en su patria de acogida como entrenador, pero, aunque, sorprendentemente llegó a una final de la Copa de Europa, con el Phanatinaicos griego; no era un buen maestro, no podía enseñar lo que no había aprendido pero ejecutaba a la perfección, se dice que su zurda era un fusil de precisión. Pero yo prefiero la zurda de Diego, no era tan precisa pero estaba en una sintonía más generosa con el arte.
El fútbol nos ha dado más días de dicha a argentinos, brasileños, españoles... que la abrumadora mayoría de los políticos que hemos tenido a lo largo de la historia. España no levanta cabeza desde que el pueblo que había luchado con coraje contra Napoleón, aclamó la vuelta del Deseado, no sabía cuánto se arrepentiría. Pienso que ahí empieza la modernidad de nuestra política, sé que nuestros políticos son sensiblemente mejores que los de entonces pero aún no se han dado cuenta que estamos en 2020 y que, los europeos occidentales, al menos, estamos ante el reto más complicado, desde 1945 cuando acabó una guerra que nunca pudo ser Civil, porque estoy seguro de que si el Japón Imperial no hubiera intervenido, hubieran venido otra vez esos yanquis para sacar las castañas del fuego, esos a los que con razón criticamos, han herido de muerte a muchos países del resto de América y aún no han aprendido a resucitarlos. Pero dos veces en un siglo perdieron a sus jóvenes más hermosos para sacar a Europa del atolladero dantesco en el que el odio, siempre irracional, entre el mundo germánico y el latino, la había metido.
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Los españoles aún decimos cuando algo malo ocurre que más se perdió en Cuba. Pero, Sartre dicere solebat que no somos como somos, ni mucho menos lo que queremos ser. ¿Qué va a ser de mí, Alejandro? No sé cómo los demás llegan a verme cuando me siento tan pequeño leyendo siempre a gigantes.
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Después de todo he comprendido que prefiero que me mate el coronavirus que la estulticia iconoclasta de las caceroladas, del Gobierno, de la Oposición, del idealismo pueril de los nacionalistas, aunque admire, después de haber intentado ridiculizarle hasta la muerte a Oriol Junqueras. Es un mártir, él cree firmemente en el Cristo que los otros nacionalistas le han creado para poder crucificarle y está dispuesto a morir por él aunque no sea, en absoluto necesario, ni se le pida. Es honesto aunque está equivocado,; Hay que vivir aunque sea por encima de todas las tragedias. Y lo más triste queda porque puede que el coronavirus se vaya aunque sea por una solución que se halle por azar, pero es algo que por lo visto es inherente a la naturaleza humana pedir siempre más de lo que tienen a los pobres. No conozco a la mayoría de las personas que conozco.
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Cuando se apague la luz
en mis ojos cerrados,
cuando se rompa el hilo
que algún día nos unió,
volveré a vivir
como un ave perdida
estrujando la sangre
que quede en mi corazón.
Me siento bien,
extrañamente bien,
y no sé
qué puedo hacer por ti.
(Yonca Zarco - Tan extrañamente bien)
(Crónica del coronavirus y el confinamiento)en mis ojos cerrados,
cuando se rompa el hilo
que algún día nos unió,
volveré a vivir
como un ave perdida
estrujando la sangre
que quede en mi corazón.
Me siento bien,
extrañamente bien,
y no sé
qué puedo hacer por ti.
(Yonca Zarco - Tan extrañamente bien)