Memorias de Hydra

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F. Enrique
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Memorias de Hydra

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Memorias de Hydra y otros poemas

Francisco Enrique León

I
El destino del poeta


Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista,
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.

Desconozco la consideración literaria de Brassens o Brel en Francia o la de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en estos días, solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de candilejas.

Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo escribieron con una calidad arrolladora sino que supieron extraer muchas de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.

Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre se puso serio cuando trataba con la palabra y la música y el misterio de su combinación, que en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals vienés" de Lorca (Take this Waltz – Toma este waltz) tuvo un amago de depresión profunda, y es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara transmitir a los muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una intrínseca musicalidad. Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no es entretenimiento, aunque lo pueda tener, y que la poesía tiene muchos caminos, que este poeta es imprescindible porque encontró el suyo mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables, como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio portuario de una isla asustada que es la mía y llora su soledad en las noches de levante y de zozobra.

Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya escaso.

Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera y, quizás, amante.
Volvió a recordar un repertorio cuyas mejores piezas tenían mucho tiempo, era una suerte inmensa que fuera así, que rindiera un amplio tributo a sus primeros escarceos en el mundo de la música, creo que intuía con la sabiduría otorgada por una vejez esplendorosa que sus mejores versos serían recitados cuando hablaran de este tiempo confuso entre la revolución marchita de las flores y la Guerra del Vietnam, de este mundo arbitrario que se arrastra entre las cenizas de un pensamiento angustiado por la hipocresía que se muestra ante los diferentes conflictos y regímenes políticos.

Aunque no cantó mi canción favorita; "Uno de nosotros no puede estar equivocado", ésta no dejó de sonar para mí en las casi cuatro horas que duró el concierto. Sí, también yo torturé el vestido que ella llevaba por el mundo para olvidar, no hizo falta que la cantara para que yo sintiera como sería ese momento, no me importa que casi todos la hayan olvidado, mi corazón me dice que es una obra maestra incuestionable.

II
Costana de Ribalta

Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.

Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.

Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.

En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa ingenua y desorientada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.


III

Tu adolescencia

Si oyera resonar la canción
que cantaste en otro tiempo,
amada mía,
se rompería mi pecho
ante el empuje salvaje de mi dolor.
(Heinrich Heine)

1

He vuelto la mirada hacia tu vuelo verde
y he muerto caminando
entre la blusa blanca y aquella falda gris
que adornaban tus libros
y agitaban las velas, el mar y los deseos.
Pero sigue la vida como un sueño que gime,
que desvela un lamento en el jardín que duerme
en tus primeros besos,
lloran las avenidas y los parques se cierran
en el umbral de arbustos con sangre en el ramaje;
¡soledad de murmullo, juegos que no divierten
en la palabra triste de un duelo cancelado!
y aquella adolescencia fresca que nos invade
con la imagen eterna de tu regazo herido.

Era siempre el amor la nube que pasaba
y se nos fue alejando
como la estatua ecuestre que apunta hacia la gloria
y no mira el dolor sin luz de los mendigos
que yacen en el suelo.

2

El refugio añorado de las últimas lluvias
ha muerto como un sauce sin hojas, sin raíces
y llora en Punta Blanca
el mórbido crepúsculo que tiembla
en los bares sin nombre,
en un grito de Dylan
escrito en las paredes de tu firma
mientras la calle plañe por los pétalos muertos,
la galería no abre la esperanza de ayer
cuando cruzo su sombra
con los misma camisa que llevaba
en el ferviente intento de mis ojos
de arrebatarte una sonrisa abierta,
cuando tu rostro ardía entre los soportales
y entraba en la caricia tierna que me arrastraba.

3

Ya no miras atrás,
no miras, ya no sientes
que al perderme tu vida haya encogido.

Como la noche va hacia las sombras
la palabra lejana que vibrara en tu acento
y el pasado se nutre, sin concierto y sin pausa,
de su propia rutina
que atraviesa las horas,
palidece en el alba que lo muestra
como un bajorrelieve gastado por el tiempo,
como el viento que hablaba en tu sueño de vida,
la canción de Serrat que inundaba tu alcoba
y el póster blanco y gris que paraba tus besos.
4
Arrancaron la higuera que desde tu ventana
contemplaba en el aire una caricia triste,
la avenida guardaba tu recital de sueños,
el amor te esperaba en brazos del milagro.

IV

Leonard Cohen -- Avalancha


Como todo en la vida, hay canciones buenas y malas, después les añadimos adjetivos y gradaciones, otras que no son ni una cosa ni la otra a las que su tibieza les impide que lleguen y se pierden en el camino, y otras a las que solo las podemos llamar por su nombre, de tal forma representan algo único que solo puede cruzarse en la mente de un elegido. Avalancha es una de ellas. Yo hubiera querido que Leonard Cohen cantara en español y poder degustar así cada una de sus palabras, quedarme con cada uno de los matices de su voz dolorida y temblorosa, directamente, sin tener que acudir a intermediarios. Ni siquiera el Dylan de "Sangre en el camino" supo afilar con tanto resentimiento las espinas, ni entregarnos los hierros que dejan sangre en el camino con tanto desasosiego.

El sempiterno poema de amor es tratado con crudeza y realismo no exento de un romanticismo que se rebela con fuerza contra el fracaso, contra el destino aunque sea en su vertiente escarpada y trágica. El cantante desgrana sus nada complacientes palabras como si el odio pudiera liberarnos de un amor cuando nos duele, como si las cenizas de lo otrora venerado y perseguido pudieran provocar nuestra indiferencia mientras esparcimos su memoria en el viento, como si desear fuera siempre el comienzo de una amarga derrota.

Cohen decía en uno de sus enigmáticos poemas que hablaba del silencio porque sabía mucho de él, que le entregaba a su amante como regalo un poema que había surgido de las entrañas del silencio.

Es muy probable que la amante de la canción fuera otra, dado que en ese tiempo en el que encuadramos "Avalancha" y en el que, posiblemente podemos situar "El regalo", el poeta era un enamoradizo impenitente, pero eso no quiere decir que no viviera cada amor como si fuera el definitivo o que no sufriera la indefensión de quien se siente desnudo y monstruoso ante la mirada de la amante que ha cambiado su discurso, que empieza a ver un alma torturada donde en algún momento vio una estrella resplandeciente, que no hay nada más amargo que cambiar los besos por reproches, una sonrisa por un gesto de desaprobación. Los amigos del amor romántico un tanto ingenuos encontrarán en "Avalancha" un atentado cruel contra sus ideales de la belleza en la poesía, ese tipo de personas difícilmente podría apreciar el valor artístico de un Cristo crucificado de Matthias Grünewald e, incluso, del Guernica aunque no lo dirán porque saben que encontrarán una avalancha de opiniones contrarias ya sea por convicciones sinceras o como un ejercicio de esnobismo mal asimilado. Cohen no buscó nunca satisfacer a ningún público, nunca alcanzó las cotas de popularidad de otros cantantes, pero tenía claro su compromiso de artista verdadero y aquí lucha por sacar algo de luz de las tinieblas, algo de amor en la tortura, algo de belleza en lo grotesco de un contrahecho moral para construir un altar lóbrego con los restos del naufragio.

El título del álbum en el que está inserta es Canciones de amor y odio, uno se pregunta adónde ha ido el amor; Avalancha es sórdida, sombría, una canción de culto para los deprimidos que lo apuestan todo a la sensibilidad, vaga por los recovecos negros de la desesperación, cuando todo ha terminado y no se sabe cómo decir adiós, cuando se odia tanto que todavía se ama.

V

Memorias de Hydra - 1964

Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como si volvieras
a otros escenarios del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.

(Francisco Enrique León - Encuentro con Leonard Cohen en Madrid)

1

La eternidad del amor dura lo que un recuerdo cuando todo se ha perdido, cuando agonizan las calles atormentadas de Hydra y se apagan las farolas porque se levantan los postes con la lentitud del abandono y no hay sueño que anide en los cables o se arrastre por la tierra que sigue esperando su pavimento y sus aceras. Una canción permanece mientras haya alguien que quiera escucharla, un salmo si lo escribe un refugiado en unos labios que mantengan la ruptura de su promesa o un templo con tus mórbidas columnas que haya querido ser profanado con toda su alma y se sostiene en la luz crepuscular mientras se derrumba para acariciar sus ruinas en la oscura colina por la que nunca caminaron los dioses.

2

Aquí estoy, yendo de las flores al silencio capturado por el instante de una fotografía que olvidó, al revelarse, que tú no estabas, en las ramas de la inconsciencia advertida sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico que aún juega con la golondrina que se adentró en el cielo oculto por la niebla que derramaste en el último tugurio del puerto donde soñaba una guitarra mientras la vida se detenía para escucharte y contemplar las sienes de tu olvido. Aquí estoy con un lápiz y un sombrero, esperando que llegue la magia al papel, desierto, sin espejo ni destino, navegando en la resaca que me dejó la marca permanente de tu piel en los pasillos, edificando un sentido rítmico con acordes que pasaron por mis manos y no pudimos pronunciarlos mientras cantabas el himno que atenuaba nuestra culpa por haber dado la espalda a los edificios que alentaban el aullido que había salido a la calle y llevaban escrito en sus paredes la rabia de haber dejado escapar los poemas perdidos en las manifestaciones.
3
Soy yo quien enciende un cigarrillo en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer sentimiento que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos para desterrar el miedo, quien transita ansioso por los caminos abiertos en tu memoria adolescente, quien no podrá sentir nunca más la tristeza de tus ojos de levante altivo mientras te refugias en los espigones de los besos para que no sea borrado tu nombre de las piedras por el tiempo y el mar, soy quien sobrevuela la belleza resplandeciente de tu rostro cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera de la cama que algunas noches y tantas mañanas se adueñó de nuestros cuerpos, quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si acabáramos de conocernos cada vez que nos miramos, y nunca hubiera escuchado el latido nervioso y penetrante de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas, ahora que ya no sientes resquemor por las cartas que nunca me escribiste, que dejo que se apague mi desesperación en las serpientes de tierra que recorríamos entre el licor, los candelabros y el rumor de los embarcaderos que aún lloran sobre las palabras que sostenían tu camisa y perseguían tu huella, que ya no saben en qué cajón guardé la cinta de tu pelo, el candor de tu vestido de los viernes, que vagan por la orilla de la ensenada que se pierde dos veces al día atravesada por la voracidad de la canción de las mareas, que ya no saben cómo era tu acento ni pronuncian en tu mirada el nombre de la isla, ni la ternura de la tarde en que nos encontramos y tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.
VI
Palabras a Fanny - La vieja revolución

Aprendimos a enterrar a los fantasmas que han encontrado a quienes los resucite y a luchar contra un dios implacable que vuelve con otro rostro después de que lo hubiéramos vencido.
La nueva revolución

El amor nunca llega cuando hierve mi cuerpo
y no veo tu rostro en la sección de cultura
de una revista apagada en el quiosco de la esquina
y no puedo pedirte
que actúes cuando te siento
en la vitrina perseguida por la lluvia de agosto,
en la memoria errante de una rosa tatuada,
que traigas a mis pasos las calles perdidas del recuerdo,
la nube ensoñadora que envolvía tu barrio,
que liberes a los guionistas que yacen en el sótano
de todas las represiones,
que muestres orgullosa la huella
de lo que nunca he sido
en el laberinto irresistible de tu piel,
que abras la revolución que aún espera al hombre
por quién nadie pregunta en la oficina
y el corazón que no creía en la muerte de los ángeles
pero pensaba en ti cada vez que llegaba
la oscuridad del silencio a su latido,
la angustia de un viernes quebrantado en el tormento
de un profeta vencido y postergado
que no volvió nunca a caminar sobre las aguas.

Pienso que tu pregunta, Fanny, es complicada de formular cuanto más de encontrarle una respuesta, el Cohen que preferimos muchos; el de su tardío comienzo en el mundo de la música, es un hombre formado que ha perdido la ingenuidad de sus sueños de juventud por el camino de su experiencia propia. Al contrario que sus colegas estadounidenses, mira a la vieja Europa, se identifica con su decadencia espiritual y bebe con amargura el fracaso de sus revoluciones a uno y otro lado del telón. Cohen llega a la conclusión de que carece de fórmulas conocidas para articular un mundo justo, en vez de eso indaga en las distancias cortas e intenta escuchar al hombre que mejor puede hablarle del declive de una civilización, aunque no llegue a conocerle como quisiera por más que lleve su traje y su sombrero, y escribe versos subjetivos sobre la amistad o el amor, o la presencia inquietante de la muerte sobre cualquier acto de creación. Después de todo el artista no ha tenido nunca una relación amable con la profecía, ya está el pensador para enunciarla, el político para ejecutarla y el hombre de la calle para sufrirla preguntándose si no la ha entendido bien o si los profetas no han sido bien interpretados. Cohen, a pesar de Dylan, ha comprendido que la misión del poeta no es arreglar el mundo teorizando posibles formas de gobierno sino denunciar los síntomas de nuestras equivocaciones, sabe que no le harán caso, que incluso habrá a quien se le escape unas risitas cuando mencione su pesimismo como si fuera una patología inherente a su personalidad taciturna y herida, no viendo que se enfrenta a él con sus mismas armas y en su terreno; mirarte al espejo cuando tienes una cierta edad y decir lo que ves en tu perfil menos favorecido cuando acabas de levantarte no es la única forma de superar un problema, pero sí la más sincera y efectiva.

Un abrazo, Fanny, muchas veces pienso en ti y doy las gracias de que seas una soñadora deliciosa. Pienso en los años de la Transición y me emociono cuando recuerdo el teatro en la calle, el cine en las residencias juveniles, cuando la poesía no provocaba risitas sino respeto y admiración incluso en aquellos que no la entendían.

VII
Playa de la Almadraba

He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborota el agua
que golpea en los riscos limosos
y penetra en el muelle que solo conserva una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.

Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.


VIII

Llanto por dos poetas

Te escribiré mis deseos en los pétalos caídos
cuando se apague el resplandor de la antigua ventana
y vuelva la soledad en los recuerdos de la brisa,
cuando aparezca en tu cuaderno
la proclama que hierve en la frente de un profeta
abandonado y muerto
en el misterio corrompido de una playa violenta,
cuando mida el calor de la luciérnaga perdida
el paso de los amantes mutilados
que envuelven
en una queja plagada y polvorienta
el mástil de las farolas que declinan
acogiendo en una prédica angustiada los nocturnos de los huecos
de una mirada oscura que nos halla en la techumbre
de un Pierrot sonriente y apasionado,
de un mártir que se emociona con la gravedad de una pluma,
con la mirada de una gacela herida detrás de unas rejas,
con un llanto desnudo a los pies de una guitarra desangrada.

IX

Pétalos escritos

La noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.

Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.

Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla.

X

Elegía urbana

... en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Francisco Enrique León - Fotografía)

La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color,
las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y ya no distinguen
las sombras de los geranios blancos
que reman lentas en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.

Unos besos atravesados que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren las direcciones de los puentes
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en la urna oscura de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que vuelvan
a ser besados en la túnica abierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en el pasado una palabra de amor
que ahogue un largo poema de resentimiento
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.
No soy de aquí ni soy de allá.
(Facundo Cabral)
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