Memorias de Hydra (2)

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F. Enrique
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Memorias de Hydra (2)

Mensaje sin leer por F. Enrique »

XI

Fotografía de púgil pensativo

Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
No lo sé.
Pero es lo que siento,
lo que me crucifica.

(Catulo - Variación: F.E. León)



1

No guardaste el libro de latín con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.

Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Isla Verde.

Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.

2

Ya no asoma en tus mejillas la hora de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida en la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.

3

Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.

4

Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra la frescura de su rostro
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles en la niebla.


XII

Conversaciones con Laura – Hydra

No me hagáis hablar de Anyera con la boca cerrada. Vosotros habéis hecho de mi silencio palabras.
(A los demagogos - 2019)

Hydra es un sueño,
un pájaro abierto en la mañana
que no conoce sirenas,
que no hunde los puñales
ni siquiera en las serpientes que conducen a los patios.

Retardo sin conciencia la civilización de los sentidos
porque vuelvo a sentir aquella sed de ti en los embarcaderos
eres una isla y yo el peregrino que camina en tu sangre,
llego a tus guirnaldas con el polvo del último vencido,
con la llamarada
de aquellos atenienses caídos por ninguna gloria
que zozobraron en Sicilia
con Anacreonte del amor en el recuerdo
allí viajan todas las soledades deshilachadas
del alma de la gloria, las sandalias del profeta,
los deseos que encallaron en tu playa
cuando me dijiste que tu nave había partido
y encendí las velas negras por un amor apagado.


XIII

Fotografía



Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en las alcantarillas vestidas de luto,
en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa
y como la nube de polvo
sin camino que mecía cada mañana
los vestigios de las plegarias perseguidas
que se perdían en la taberna y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una golondrina
que plegaba las alas y emprendía otro sueño
en un libro cerrado
golpeando en las ramas de una puerta postergada
que aguarda la presencia de tu aroma lloroso,
ebrio, torpe, ensangrentado...


XIV
Recuerdos de Barcelona

1

Estuvimos tanto tiempo juntos
que hasta llegamos a amarnos
en el crepúsculo de los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas libertarias de las nuevas revoluciones.

He comprendido que no puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las explicaciones,
en las palabras gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya esperanza se pierde
en una calle de sombras con farolas apagadas,
en una barca que no llega a la orilla de los templos,
a los estigmas candentes de los mártires postergados.

Estuvimos tanto tiempo juntos
que comprendo que tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi lado,
que sea tu herida la sangre de mis venas,
las llagas de mis manos, las uñas de mi derrota.

2

Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.
(En el Poblado Marinero)

Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en una flor
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu lúbrica bandera
diciendo que no puedo acariciar
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinas
entonando el himno fugitivo
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna tus adentros.

3

Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los muertos.
(El fajador)

Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del Metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y busca mi candor.

Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y no creen en el mañana.

Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.

Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
que sostuve en la deriva
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado festivo que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.

Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
XV
Nueva elegía urbana

No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no la reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.

Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.

Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.

Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.




XVI
Los amantes desconocidos

Quiero llevarte el amor que queda
en una ciudad abandonada
y erigir una canción en los labios del viento
que recuerde una caricia sobre una pared violenta
con la presencia de un nombre que nunca supe escribir
y que nunca sabré borrar.
(Francisco Enrique León)

Cuando llegue el corazón perdido de la noche
te preguntaré
si queda un beso para que te recuerde,
para saber cómo llamarte
cuando la escena haya concluido
en la oscuridad profunda que se anuda
a los árboles torcidos de las aceras
mientras tiembla en los pasajes el alma de los pájaros
que perdieron las notas,
la caricia, los refugios
y las sombras celestes de los vuelos de ayer.

Te abrazaré en las herrumbres de las calles ruinosas
para llevarte el amor que encuentre
en una ciudad torpe y abandonada,
para abrir una cortina que deje tu mensaje
en una enredadera
que lleve una caricia sobre el muro derruido de un canto angustiado
que se arrastre en el suelo desierto de una hoja caída
en la que nunca me dejaste la dirección de tu voz.

He arrancado palabras
en las esquinas del silencio para buscarte,
he clavado un lamento sobre un recuerdo derruido para tenerte,
una rosa en la ventana donde la luz se quiebra
ante las cruces quejumbrosas,
ante la soledad de las alas
que no encontraron en sus labios la quietud de la brisa.

XVII
Contra las cuerdas

Ya no puedo tener
la luz de tus columnas, las ansias de vivir
en tu grácil desvelo,
la magia de tus piernas entre mis manos,
el dulzor de sentir tu túnica caída,
tu procelosa voz llamando a mi ventana.

No puedo desmembrar el mástil de los lirios
que velan el milagro fervoroso del Puente
donde mustio padece el Cristo de la herida
que ve partir el barco que no vuelve a la mar.

Regresa a tu retrato el hilo del pasado,
la sangre de la rosa
que recogió tu risa en las calles dolientes
de las Puertas del Campo,
en el levante airado que azota los recuerdos,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y el golpe malogrado de un perdedor perdido.

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que hiela mi memoria,
la luna de una lágrima,
la llaga de la luz que brilla en tus tinieblas.

Tu mirada que sueña en un árbol cansado,
en la yedra que cubre la Escuela de Comercio
va subiendo la cuesta de las hojas
y no quiere enterrar el vuelo de sus rampas
mientras suena en mi vida
y aparecen los mitos, el Mersey y los mendigos
que inundan la sonrisa triste de Eleanor
en la calle que mira solitaria.

XVIII
Verano 1977

Entre los vendavales que sufren tu agonía
apareces vestida
como un sueño de luz que se impone a la muerte,
eres la rosa errante que no sigue a los vientos,
eres como el silencio que triunfa en el olvido
con palabras escritas en una servilleta
guardadas en el bolso
de la fotografía que inunda tu sonrisa.

Eres como la huella profunda de la playa
que juega con los niños mezclados con las olas,
como la noche intensa de las sillas con nombre,
murmullos y misterios,
como todos los huecos que llenan el vacío
eres como el verano que llegó una mañana
apenas florecido y siempre reverdece
cuando pienso que tú no has perdido los lazos
sufriste mi dolor, me amaste en la derrota.


XIX

Nocturno de la escollera

El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.

1

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.

2

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.

3

Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.

4

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,
cuando no hayas muerto
en la misma manzana que muerde
las llamas del Paraíso,
la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.

5

Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.

6

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.



XX

Muchacha del recuerdo

Anochece en mi rostro
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y envía pétalos de ensueño a los claveles
de un mañana
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.

XXI

8 de mayo - Memorias de Hydra

Vuelvo al tiempo de los besos
acorralados,
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a las rosas
que no serán nunca tempranas
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda los calvarios brunos de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
en el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en la canción de tus arenas
como una sirena que ha renunciado al canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y su silencio
donde la luna araña al mediodía
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.

XXII

(Memorias de Hydra 1964 - miércoles, 26 de septiembre de 2018)

Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas,
y llorabas
como si volvieras
a otros escenarios del recuerdo y arrancaras
a Marianne de la suave marea que aún mece su isla...
para decirle adiós riendo entre lágrimas.

Fotografía de Cádiz - 1964 - Marzo - 2012

A Miguel Aurelio en el Barrio La Viña 1987.

Pavese muere en el abismo de mis ojos
cada vez que te miro y no me encuentro
como un lobo enjaulado
que aúlla en la muerte.

*** *** ***

Es agosto y esta ciudad se ha llevado el rumor del río.
Nietzsche vuelve a vivir en tu locura,
sufro en los ramajes
más frágiles del Averno, pero ya ves;
te amo incluso cuando me regañas...
No tengo la culpa de sentirme un chico abandonado
cuando no me sonríes,
hablé con Andrés el día de la mujer mundial
pero no me escuchaba,
no debe atarse un purasangre a una noria.

(Conversaciones con Laura - Turín, 18 de mayo de 2019)

1

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en los tugurios donde la bruma se detiene,
estás en mis brazos cuando duermes
con el deseo de amarte por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
con mi sombrero azul de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar de un negativo borroso
como la nube de polvo que mecía
every morning
your pillow with my hand
con el vestigio de una plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla cerrada
que la sangre perdía en los labios del Mentidero.

2

El poema manchado de tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro de sirena oprimida
por el vuelo nervioso de una alondra
que no pliega las alas y emprende otro camino
como un hueco en el salón
que golpea en las ramas de una puerta
como la juventud que no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo a la baranda de tus labios,
al amargor de los helechos
de un niño ciego amortajado
por un amor fingido
que no supo quererme cuando llegó la noche larga.

XXIII

Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
(Lorca - Poema doble del lago Eden)

Ya no quiero estanques, alaridos ni sueño.
No quiero despertar la despedida
de los besos de barro
ni voz que se derrame en la estampida quieta
que rompa los semáforos caídos de tu infancia.

Quiero mi libertad,
que transita en las venas,
el amor de los deseos que sin ti no se entiende
en los campos de fresas,
en Il carromato rosso e blu
de los Jardines de la Argentina,
la sed de las carencias atravesadas
en el Harlem que nunca duerme.

Nunca duerme
en el rincón oscuro de la brisa
que ya no quiere a nadie
y anuncia otra derrota.

¡Mi amor, mi sangre, mi efímero Paraíso
de lujurias, antorcha y embajadas!

Mi canto entre las rejas
de mis zapatos blancos,
la estela del óbito de tu sonrisa
en un sudario inane
que hierve en las alturas,
en la multitud que lleva en las entrañas
la incomunicación febril de los sentidos,
los arrabales
rotos entre los puentes de piedra
que atraviesan la memoria
que grita enamorada sobre el mar
de los excesos...y de la muerte.

XXIV

Niño muerto entre las cañas.

A Lorenzo Perea León (1933-1938).

Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.

La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado y se ríe de los poetas
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.

Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.

***

Mi padre se ha llevado toda la mar, mas no ha podido arrebatarme el mar. Las últimas voluntades siempre son involuntarias; nadie dice lo que siente ante la muerte, se intenta decir lo que la muerte siente.

XXV

Nocturnos – 13 de abril

Es muy probable que la tristeza lleve a la inseguridad y al miedo, que muchas veces poco hay más devastador que querer saber con una cierta precisión lo que estamos sintiendo en un momento determinado, y los hombres lloramos y, sin embargo, encontramos motivos para pensar que las cosas podrían haber ido peor. Es evidente, Laura, que llevaré la razón en algunas cosas y en otras no, ¿hasta qué punto puede eso tener importancia? Era un trance que había que pasar y era aconsejable vivirlo, en esos momentos todos decimos cosas distintas y más profundas, todos pensamos en el sentido de la vida, deseamos creer en la eternidad y nos aferramos a lo que hubo de ella en un recuerdo.
*** *** ***
Estoy mucho más cerca de Marilyn que de Pavese, Pilar. Ahora mismo no recuerdo ni una sola vez que haya dejado de salir a la calle por estar escribiendo un poema, la razón de ello la desconozco. Siendo diestro cerrado se me ha hecho sentir como si fuera zurdo. He escrito varios poemas de Marilyn con una diferencia temporal considerable, es como volver a lo mismo con una perspectiva diferente. En este tipo de cosas se juega con un margen de error amplísimo. Creo que el desencanto y la introspección, la angustia por no encontrar sentido a la vida de aquellos poetas anónimos de los 50 posibilitaron la gran poesía estadounidense de una década después.
(Cartas sueltas - A Pilar - 1 de mayo de 2019)

1

Sigo donde estaba después de atravesar
la encrucijada
densa y plomiza de la tarde
que no habla, nunca espera
y cierra su cortina frágil de luz en el ocaso,
después de agrietar las linternas cansadas
de la niebla nocturna
en los mares perseguidos
que resisten en mi alcoba,
que naufragan en los mitos de la infancia,
que nunca besaron el puerto de mis dudas,
la lengua de mis remordimientos
cuando penetraba en el delirio verde
de unos soles añorados, en las pupilas
de una esperanza ansiosa
que relincha en silencio de una lidia
marchita que respira en un vívido recuerdo,
en los hospitales de los rostros y la calma.

2
Cartas para rezar

Somos dos almas sueltas por distintos caminos
que han olvidado encontrarse
que ya no se conocen.
(Peter Pan - julio de 1974)

Cartas para rezar, rogar y enternecernos
con la palabra humilde
perdida en una estrella,
¡oh libertad sin luz, de amor tibio y ausente
que reposa en el cuarto del niño que velamos!

No vino la verdad. El coraje, la fuerza
recorren los delirios
de amor que no vivimos,
los versos que abrigamos con una hoja inerte.

(Conversaciones con Laura - mayo 2019)

Supongo que estoy alcanzando la madurez como artista, pero nunca se sabe si puedes retroceder. Estoy en una isla, sé que nunca podré sacar nada de todo esto y empieza a no importarme, sé que escribo poemas en los que intento reflejar sentimientos verdaderos, sensaciones perdurables. No sé lo que me empuja, si me agrada o no que me digan que soy poeta; cualquiera dice qué lo es. Tengo que pensar que, quizás, nunca tenga alguna paz para poder dar forma a mis sentimientos, no es fácil sintetizar situaciones complejas, me gustaría tanto que mi redención llegara a través de ti y no a través de la poesía.
Pero es posible que nunca vuelvas, que no quieras volver y que yo sienta durante siglos la soledad de ser diferente y de tenerte aunque no seas mía. Ya no quiero hacerte daño, miro mi realidad, desde la subjetividad inevitable, para escribir. Tengo la tortura de que se me abren muchos caminos en el mismo momento y sé que, para cada uno, debo elegir uno solo aunque sea por intuición o por azar. Quizás insista en esto porque es mi destino, que quepa la posibilidad de que yo no lo haya elegido, nunca habría pensado que escribir fuera tan duro, pienso en los puertos, en lo que queda de etapa, en el sol que descarga toda su ira sobre el asfalto; me gustaría entregarte un ramo de flores que certificara mi derrota en estos días difíciles, que mi padre me explicara con detalles la muerte de su pequeño primo. Cuando me lo contó se me vino a la mente un compañero de primaria del padre de Maccanti cuyo sudario fue cubierto con helechos, también pensé en la gitanilla de ojos verdes que murió unos días después de que la atropellara un coche. Supongo que todo esto se me refleja en los ojos como un velo oscuro que no me puedo quitar porque sé que no marchan bien las cosas, pero no porque me sienta culpable, solo he sido malo contigo, teniendo en cuenta lo que se me ha dado no he sido un mal hijo, las pocas veces que he ido a la casa de la Almadraba era un cilicio, es verdad que más duro cuando lo presentía, que una vez allí se me hacía más llevadero aunque irme era una liberación.
Sé que nadie me puede ayudar más que tú como hombre y como poeta, sé que no puedo exigirte que lo hagas. Estoy escribiéndote, intentando a través de ello crear un vínculo, no tengo una idea constante sobre nada, solo te digo lo que voy sintiendo, como veo las cosas ahora mismo. Tú tienes una visión sólida de tu interior, tu sabes quién eres y lo que buscas, puede que yo no sea uno, pero te aseguro que todos aquellos que viven en mí quieren estar solo contigo.
(Conversaciones con Laura - 13 de abril de 2019)

XXVI

Nunca supimos cómo dejarlo.

Unos versos caídos en la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no se sabe desplegar
cuando no encuentra el camino de tus labios.

No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con el timón atado a tu cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales
y las ansias de vivir
en las arterias lentas de una isla
que avanza en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros
que se dijeron adiós mientras se amaban,
que plegaron las velas
mientras llegaban los vientos favorables,
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían las risas con las lágrimas.

Nuestros besos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas del alma de los vientos,
en el polvo del interior de tus colinas,
que perdieron el camino en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no es el mismo de los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de un hechizo.

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido
y te enfrentas al dolor cinerario de la urna
de Keats iluminada en la tormenta.

No somos los únicos que pecaron por amor,
que enfilaron su barca contra las escolleras
de los abrazos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea del deseo de los perdidos.

No somos el paradigma de los peregrinos ciegos
que han muerto por amor
y siguen caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede someter entre los cables y los pájaros
aunque se acuerde de tu olvido
y llore en la noche profunda del fulgor en tu mirada.

XXVII
Miro los edificios

Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Francisco Enrique León - Cuando lleguen los días)

Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del misterio
de un sentimiento vivo y enajenado que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.

El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
sombrío de la angustia, amargo de la ausencia.

XXVIII

El rumor del puerto

Estuve en la oscuridad mucho tiempo,
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles
con una rosa blanca en la mano,
que desee volver a la niebla
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un desastre anunciado.

Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.

La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.

Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.

Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.

XXIX

El muro de las lamentaciones.

Comprendiste con dolor que los hombres nunca lloran,
después llegó el diluvio,
aprendimos a naufragar en la orilla
pero no sabemos lo que hemos aprendido;
el amor siempre es un sueño que nos despierta
y la vida nos sorprende dormidos
cuando soñar es un privilegio de los atormentados
que no cierran los ojos cuando aparece el destino.

No puedes tener de mí lo que no me pertenece
no puedo tener de ti lo que perdiste
y aún conservas
en un poema de amor que nadie leerá nunca
aunque esté escrito en el muro de las lamentaciones.


XXX

Atardecer en Punta Blanca

Se fueron los veleros y aún te estoy esperando
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido, que no quiso esperarnos,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía
y el latido del Puente
que acarició la huella del payaso afligido
que rondaba tu calle con la guardia bajada
y un rostro amoratado que no miente.

Y la Punta se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierte los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo
y el corazón sombrío se adormece en tus manos
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma,
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza,
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que guarda tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.

Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.

XXXI

16 de julio

Escuchas el lamento del pájaro enjaulado.
(Vienes)

En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus arenas
y queda pensativo, varado para siempre,
provocas lo que sigue
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a los claros
en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
el sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.

Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.

Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.

Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que anhelaban el Sur
y rastreas el muelle
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.


XXXII

Antígona en el recuerdo

Como las nubes blancas que se alejan despacio
con un ritmo de muerte
marchaban nuestros sueños
pero tú arrancabas de tu deseo el alma
y nunca te entregaste,
recogiste la voz de un profeta latente
y luchabas abriendo tu sonrisa a las sombras,
desnudabas al aire de su perfil oscuro
en las habitaciones que cubrió la amargura,
lanzabas al olvido hacia lugares tensos,
no le hacías pasar por tu amor que penaba,
no le abrías la puerta
a ninguna palabra que tuviera su sello,
no dejaste morir, con verdadero orgullo,
grandeza en las entrañas,
al payaso engreído de todas las tabernas.

(17 de octubre de 2016)

XXXIII

Te besaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja
y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende una caricia por el muro olvidado
por una prédica
saturada, perversa y amargada
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una carta caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta desnortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel;
tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu risa
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento
que azota tu caricia en las aceras.

XXXIV

Cuando ya no te vea

Cuando ya no te vea,
cuando pasen los días y no sepa
donde está tu sonrisa, tu blusa,
donde están tus palabras,
hollaré en el misterio de tu presencia ausente,
buscando el milagro que entregaste a mi vida.

Ya no seré un errante viajero sin huella;
me quedaré oteando en la orilla de la playa,
miraré el horizonte con la melancolía
de imaginarte entera como ahora te siento.

No intentaré explicarme por qué no te entregué
el corazón sangrante hacia el que caminabas,
ni por qué en tu oído
no derramé los restos de mi viejo naufragio.

Sabré que lo importante, sí, que lo imprescindible,
para acercarme a Dios
será pensar que tú existías,
que podré constatarlo en lugares y amigos,
que cuando así no sea, a solas con el mar,
pensaré en tu sonrisa, tu blusa y tus palabras,
aunque ya no te vea
y presienta que a esta isla no volverás jamás,
y que, en donde estés, acaso sin notarlo,
llevarás esa tierna intención que me arrancaste.


XXXV

Sonrisa de la lluvia de verano

(Versión 2018)

Vives ahora en mí aunque no estés te siento
como luz en mis sombras y un sueño en mis quimeras.

Aquella soledad no se me habrá olvidado,
volverá cada vez
que mi alma se pierda y llueva la canción
en la sombra que hierve
con el aroma intenso de algas y de levante,
del hombre perseguido por tu tierna figura,
por el clamor de barcas
que se ahogan en el muelle afligido,
en la playa que sigue esperando tu huella
en el cielo de nubes empapado.

No dirás con los ojos
que soy hombre de luz como dijiste un día,
no habrás desenterrado un pensamiento mórbido
que me enamore siempre
y lleve mi caricia para que te sostenga
entre los edificios oscuros de tu herida.

Estos días de lluvia de verano
que llegan a la alcoba
de una esperanza ausente,
este lento vagar por tu barrio y el mío,
por la escuela que sueña en su letargo
con los pupitres rotos,
los cristales vencidos,
siempre vuelven a mí con tu mirada errante
y el rumor de tu cuerpo que temblaba
con su gentil cuidado
en la cruz del recuerdo que me dio tu sonrisa.


XXXVI

Apoyado en la verja
(Versión 2018)

Apoyado en la verja, cerca de la ventana,
el mar cubre mi rostro con su verde lejano
y pasea tu nombre de recuerdo violeta,
frágil como la flor abierta en la mañana.

Ha pasado el amor por árboles y puertas,
por este corazón que no supo tenerte,
y me alejo de aquello que apareció en mi vida
como una herida abierta sedienta de canciones.

XXXVII

Playa del Chorrillo

Dejas en las arenas el rastro de un recuerdo
que vibra acompasado
en la huella del alma llena que no se pierde
en revistas que llegan vestidas de fracaso,
ilusiones sin voz que gritan en el muro
donde esperas que vuelva mi nombre entre las piedras,
y dejas la distancia
de tu olvido a mi alcoba
con el reproche inquieto de una amante exiliada
que borda los deseos de juventud perdida
cuya camisa sigue latiendo en una llama.

Entre las flores nuevas que no supe enviarte,
entre los verdes trigos brilla firme la aurora
como un sueño de luz
que se adentra en la calma cuando llega tu imagen
de la playa a la orilla y alienta los deseos.

Sigue abierta en tu rostro la primera sonrisa
entre el mar y los montes que cubren los paisajes,
entre pájaros tercos que cantan al mañana
y te llevan la espiga de un vuelo enmarañado
para tejer laureles
de un sentimiento antiguo.

Eres como los astros que ahogan el olvido,
como un árbol que llora la tristeza del mundo,
una sombra que siente
entre los espigones un poema perdido
de asonancia sentida en tus labios de sal,
eres como ese faro que nunca encontró puerto
y busca sin descanso tu mirada en la luz
para sentir que muere el peso de una culpa,
entre libros gastados y un mástil desteñido
penetras en el vientre de una esperanza incierta
porque nunca te rindes ni niegas el pasado.

(17 de octubre de 2016)

XXXVIII

No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no lo reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.

Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.

Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.

Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.


XXXIX

Sábado, 22 de febrero de 2020

Las puertas del recuerdo

He inundado con hojas las puertas del recuerdo,
caminado en la esquina
que salta el burladero con un verso de muerte
para poder sentir la llama de tu boca,
el espejo en tus hombros, el brillo en tu mirada,
y no puedo encontrar
la calle de tu sombra, la nube que me hiere
vestida de algodón
mientras los sueños hondos nos alejan
y agoniza tu barca en otros varaderos.

Ya no puedo mirar recogida en el aire
la blusa que llevaste en un beso cautivo,
la cruz de tu silencio y tu huella en la mar,
y no siento tu rostro
embriagado en los días de las fechas sin nombre,
perdido en la marea de los vientos cambiantes.

XL

Memorias de Hydra

Pasa el tiempo y vuelve tu sonrisa a los espejos
de los troncos
caídos en la estrecha acera de las citas
y vuelven las alas
de la cometa azul que se enreda con la noche
y refleja la elegancia de tu rostro en la bruma de los mares.

Nadie podrá decirte que no preguntaras
por lo perdido
con el corazón que latía en los labios del intento
en el balcón donde colgaba el flujo de los geranios.
Nadie podrá negar que cruzaras las nubes solitarias
con tu blusa anudada en la cintura,
que abrazaras el culto
de una mirada penetrante en el silencio
e inundaras con arrojo la lágrima de la rosa perdida
en el interior de los vientos de una derrota inconsolable.

Sigues en mis anhelos
con tu vuelo en mis brazos, el candor en las mejillas
y enciendes en mi mirada
la sombra cineraria de los héroes marchitos
que no encontraron el canto en mi corazón de viajero.

Sigues en mi memoria moviendo los instantes
con el trago doloroso
del primer verso que buscaba tu mirada y tu libreta,
sufro ese momento como si fuera tuyo
y me detengo en tu imagen
cada vez que lo escribo en tus labios todavía.


XLI

La cantante de las calles de Hydra

1

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios ruinosos y cansados
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin las sábanas húmedas
que acogieron nuestros cuerpos
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.

Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.

Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.

2

Ya no conoces el rumor del viento
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes
mientras la tarde se pliega en tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura nuestra derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad de Saturno con el tiempo;
ya no escribe mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.

3

Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en el silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser el mismo que recitaste
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por las aguas y el tiempo.


XLII

Levante en Abyla

Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja
y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y descolorido
que extiende una caricia por el muro circundado
por una prédica
saturada, perversa y amarga
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta desnortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel;
tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu risa
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.

XLII

He dejado en tus manos luctuosas
la palabra oprimida
que firma la crueldad de los acasos
que nunca se han movido de la lengua sombría
que se burla del sino taciturno
y esparce los destellos
de un mundo perturbado que nos hiere y se acerca;
inunda la bahía solitaria
con un marasmo inquieto y persistente
que siempre has paseado en tu locura
prendido en la añoranza húmeda de tu rostro
que navega en las nubes
lúgubres y terribles de tu velo,
surca la soledad de los mendigos
con las aves nocturnas que rezan en tu cruz
y sufren virulentas la amargura
que golpea tu puerta cerrada y subjuntiva
con un ardor confuso
que perece en la muerte de los puertos varados
en tu alma quebrada que susurra en la sombra
y se enciende en las horas
vencidas que traspasan el lazo arrugado
de una cita perdida
en una luna blanca
que vaga en la escollera de una blusa menguante
y penetra en tu boca con un turbio suspiro
que mueve los andamios tormentosos
de un sentimiento errante que agoniza
llorando en los balcones,
arrastrado en tu playa por la ira de los vientos.

XLIII

Recuerdo del Yebel Musa.

A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.

No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.

XLIV

Nocturno en Toledo

..el silencio y la noche mordían con su abrazo
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(Francisco Enrique León -11 de abril)


Siempre arrastré las llagas de tu culpa
y sufrí por las cartas perdidas que no llegué a leer,
por las llamadas
que no pude escuchar mientras te maldecía,
mientras me acorralaban la ausencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
y amarga me miraba
como si fuera un hijo de las sombras
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.

Lloré por el rechazo que cubría mi rostro
y ahondaba en los rincones
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
en la espina de miel ensangrentada
de tus gélidas manos
en los días más grises que morían
y desfilaban huecos por las enredaderas
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste en un rincón perdido,
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi mirada.



XLV

Los cines y las fábricas

Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.

Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.
No soy de aquí ni soy de allá.
(Facundo Cabral)
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