Los puentes (Versión 2021)

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F. Enrique
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Los puentes (Versión 2021)

Mensaje sin leer por F. Enrique »

Ella creía que todos los puentes eran hermosos.

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I could have loved you once
and even said it
But you went away,
When you came back it was too late
And love was a forgotten word.
Remember?

(Marilyn Monroe)

Pude haberte amado alguna vez
e incluso te lo dije,
pero te fuiste,
cuando regresaste era demasiado tarde
y el amor una palabra olvidada.
¿Recuerdas?

1

Una habitación sin alma

Hay quien puede creer que tu sonrisa es triste,
que envidias la soledad sin sueño
de los pájaros que mueren
porque no tienen pulso que les lleve a gritar,
porque sus alas no vibran de desesperación
ni tienen que enfrentarse
al castigo de las horas envueltas en tañidos sin campana,
en llamadas sin respuesta.

No volverá tu padre para sentarte en sus rodillas
y decirte que eres preciosa y tierna,
que no te dejará nunca,
te sentirás fuera de órbita en el planeta de tu madre
que ante el espejo destroza el carmín contra sus labios,
las flores contra el olvido
donde navega la última frase de amor que no recuerda,
y llorarás, como se llora en el silencio de una habitación sin alma,
como llora una niña cuando el mar le inunda los ojos
y una pajarita de papel con un poema plegado
le atraviesa el pecho encogido
mientras espera que la aurora llegue para llevarse el miedo.

2

Los puentes

Ya no sentirás vergüenza de ser una chica triste,
ya no pensarás que has hecho algo malo
cuando tu amante se enfade
porque han bajado sus acciones o ha perdido en las carreras.

No agacharás la cabeza bajo los puentes inclinados
ante el recuerdo errático de tu amor
y la huida de las caricias,
no verás el acero envolviendo los cristales
con las pinceladas borrosas de los edificios
en la lejanía de los crepúsculos que se apagan
donde tu corazón se desmorona
como la última lágrima
de una sirena que vaga
perdida en la corriente constante del Hudson.

3

Ningún lugar

Estarás sola cuando llegue el cartero
y pregunte por otra dirección,
¿sabes dónde vive la tolerancia?
¿dónde la generosidad que nadie tuvo contigo?
¿dónde encontrar el milagro de una sonrisa sincera?

Se hace tarde, la esperanza ha pasado,
la ciudad se cubre de una neblina fluorescente
y hay muchachos que escriben en la calle
ríos de amor con un verbo descontrolado,
hay quien pasea
sin saber hacia donde se encaminan los versos
que morirán sin aire ante los muros
de la avenida del silencio,
quien tiembla ante el recuerdo del amor
como si fuera un dios que nunca le perdonara
haber nacido con una sonrisa triste
como la tuya, como tu enredadera y tu recuerdo.

Siguen pasando los coches y te quedas ensimismada
con los fragmentos de belleza
que proyecta la luz de los faros sobre la lejanía
mientras tu corazón se acerca a la fragilidad
de un sueño inacabado,
de una ruta cortada por un murmullo de voces que no comprendes.

Nadie te espera, nadie te necesita
pero yo entregaré tu nombre
a la rosa de los vientos
cuando el norte se apague y tenga para siempre tu sonrisa.
4

Marilyn Monroe - La profunda tristeza de una inadaptada.
El rodaje de "Vidas rebeldes" acabaría siendo una tortura para los tres protagonistas, el guionista y el director, aunque es posible que este último, John Huston, disfrutara en el sufrimiento con aquella explosión auténtica de vida que encajaba con su aliento existencial; malgastó en el casino incluso lo que no era suyo[1] mientras fumaba y bebía compulsivamente. No importaba que esa vida se estuviera apagando en los ojos de los protagonistas, porque ese ocaso traspasaba los límites de la ficción para convertirse en un testimonio desolador de la belleza entre el desierto caluroso pero oscuro y el espíritu irrefrenable de la decadencia humana. Probablemente el genial director no volvería a encontrar esa senda en el vientre de la melancolía hasta “Dublineses” cuando ya se estaba muriendo mientras pagaba el tributo a una ruta plagada de excesos que había provocado que muchas veces no pudiera exhibir su inmenso talento. Para él la vida estaba demasiado por encima de la gloria.

El guion de "Vidas rebeldes", película que, desde mi punto de vista, llegará a ser mítica algún día por sus valores cinematográficos intrínsecos no solo por ser una leyenda, iba siendo modificado en la medida que Arthur Miller se convencía de que Marilyn no iba a cambiar nunca aunque fuera distinta, no llegaría a ser como él quiso alguna vez que fuera antes de su pregonado romance con el actor y cantante francés Yves Montand, él no sería una excepción que cercenara su naturaleza enamoradiza y con tendencia a la infidelidad. Marilyn era aquella muchacha de belleza explosiva que había deslumbrado en una parada de autobús, ligera de cascos, sin familia y, lo más peligroso, sentimental. Sus personajes no tenían ataduras emocionales cuando no quedaba amor, a veces incluso cuando no era así, ni sociales, ya que nunca habían tenido una reputación que proteger o un hogar que mantener en pie. Pero acababan vendiéndose por un gesto de comprensión o una caricia con la mirada.

De aquel duelo involuntario de perdedores se deduce, nunca se confirmó, que Marilyn cayó prendida por el atractivo otoñal y la sonrisa entre cínica y tierna de Clark Gable, y ahí se resuelve el extraño y profundo magnetismo que desprenden las escenas que comparten. Es posible, de ser cierto, que ahí radicara la causa principal de la ruptura de su matrimonio[2]; la paciencia de Miller tenía unos límites. Pero también se afirma que el matrimonio ya había naufragado; los devaneos y las tendencias depresivas de Marilyn no mejoraban con esta relación que fue celebrada por la prensa, haciéndole poca justicia a Marilyn, como la unión del cerebro y el cuerpo, a esto habría que añadir un aborto que la llevó a un pasaje del agua sin retorno. Se rumorea que el hijo que esperaba no era de Arthur Miller sino de Yves Montand. Pero ni siquiera es seguro que hubiera estado embarazada. Esto es otra historia que la prensa menos rigurosa no ayuda a esclarecer; llega a hablar de que la actriz tuvo en su vida cuatro abortos, todos ellos involuntarios.

Miller desnudó el alma de su mujer y, aparentemente, acabó siendo indiscreto y cruel, tenía motivos sobrados para ambas cosas ya que había sufrido un castigo duro, excesivo incluso para un hombre abierto y liberal como él que pertrechado en su inteligencia sabía beber sin embriagarse los sorbos amargos del drama de la vida. A pesar de todo le acabó sirviendo en el aire el papel que ella siempre había buscado como a una Salomé inconstante, errática y sin ninguna concesión a la prudencia, eso sí cargada de buenas intenciones. Siempre se ha dicho que el pecado más grande de Marilyn era su incapacidad para mentir.
El resultado de “Vidas rebeldes” no acabó de satisfacer a la crítica aunque la considere un documento mítico y único por desvelarnos en primera plana el destino que esperaba a los protagonistas; Clark Gable parecía presagiar su cercano final, con la mirada introspectiva, la respiración profunda y el cansancio en su rostro. Marilyn estaba desquiciada por sus amores perdidos, por el alcohol y el Nembutal, y, para empeorarlo todo, cayó enferma. Montgomery Clift seguía hundido en su tormento y enredado en las drogas que lo arrojaban en el regazo de sus ansias autodestructivas, ya que no podía superar el terrible accidente que lo desfiguró y lo entregó al dolor, a lo que se añadía su sempiterno drama por no asumir su más que probable homosexualidad. La película tampoco contó con la mirada condescendiente del público que no supo apreciar en un primer momento que nunca la tristeza había desprendido, desde el gris, tanto resplandor, nunca había la belleza profanado con tanta sensualidad y telúrica morbidez los templos ruinosos y sombríos de la desesperanza. No fue, sin duda, el último western como dijo Arthur Miller, pero sí la última película para dos mitos y el crepúsculo prematuro y tortuoso para otro.
________________________________________
[1] Huston había recibido dinero adelantado para gastos de la película por parte de la productora y la cantidad que había gastado era superior a sus emolumentos.
[2] Hoy día se tiende a pensar que lo que Marilyn sintió por Clark Gable era algo parecido al complejo de Electra pero, extrañamente, sin implicaciones sexuales en su caso; el mítico actor sería el padre aventurero, soñador y cariñoso que siempre quiso tener. Por otra parte es más que probable que Arthur Miller ya hubiera arrojado la toalla antes de que empezara el rodaje, era demasiado duro afrontar el último idilio, que llegó a ser público, de la actriz con Yves Montand, además conoció a Inge Morath, una fotógrafa que, junto a otros muchos, hacía la cobertura de la película y, ante la evidencia del distanciamiento con Marilyn, intimó con ella. Se casarían poco tiempo después.
5

Cinco minutos

Porque todo el mar cabría en la belleza oscura de tus ojos
y aún así me quedaría con la luz de tu mirada.

*** *** *** *** ***

Cinco minutos de amor, un refugio en el recuerdo,
un alma que se emociona con las palabras sensibles
que apenas escucha
y deja descosidas en un cuaderno sin solapa.

Los caminos se estrechan entre la luz que se acorta
y difumina
y llamas al grillo del hogar que no tuviste
porque estás sola
como una muñeca perdida en un almacén
cuando terminan las rebajas,
como el silencio de los escaparates de la ciudad dormida,
como la golondrina
que se enamora del invierno.

Pero esos momentos te llenan de vida,
resucitan a la niña que se perdió y se rebela
para que su madre adorne
su pelo con un jazmín adolescente.

Retomas el camino que nunca conociste
mientras lloras por la muerte de la tarde
y a través de la ventana los árboles
se convierten en sombras,
tu corazón en un silencio que agoniza,
tu sonrisa en un gemido que traspasa la noche
y muere en el alba.


6

Mi carta abierta

No dejaré mi carta abierta en las paredes de tu calle,
romperé tu fotografía reprochándome a mí mismo
haberte perdido en la maraña de tus anotaciones,
en la terquedad de tus reproches abiertos
como una espada que se esgrime en el aire que me llega.

Nadie sabrá que nos amamos en una noche fría
que se adueñó de la fragilidad de nuestros cuerpos
mientras los barcos pasaban indiferentes
y los vagabundos miraban las estrellas
sin saber que eras tú quien reinaba en ese puerto
y tu calor guiaba la zozobra de mis manos.

Tú que alumbraste mi vida, tú que llevabas
la tristeza del mundo en la sonrisa,
la amargura de los vientos del sur en la mirada,
tú que ya no sabes que me amaste en una noche fría.

7

Norma

No supimos desentrañar el sueño
de nuestra encrucijada;
sigo leyendo el poema de amor
que no recuerdo
aunque tú lo hayas olvidado.
(Brel en la Escuela de Comercio)

La verdad no tiene precio,
tiene valor la mentira.


*** *** ***

Cuando te conocí eras Norma,
marzo temblaba solo bajo la lluvia
y ya no quise apartarme del candor de tu paraguas.
Pero te fuiste
cuando arreciaba mi tormenta
entre los números vacíos
de las Puertas del Campo que aullaban.

Cuando regresaste, era 1955
y aún no habías nacido, te llamabas Marilyn,
el poniente azotaba con sus cristales derramados
el rostro taciturno de tu Pequeña Manhattan
y los árboles te miraban como si fueras una nube
que caprichosa se alejaba de mi devoción tardía,
empezó a gustarte el poema de la duda
cuando ya no podías recuperarlo
de la fiebre de mi garganta,
de la morgue de la indiferencia
cuando en sus bancos la gente hablaba
de testamentos y esparcía en el olvido
las cenizas de una lágrima.

El testimonio volvía a naufragar en La Ribera
cuando los vientos soplaban en los días tenebrosos
de un mar desangelado que castigaba las espigas
mientras los mendigos dejaban tu plegaria
en la memoria del Puente Cristo,
en la belleza de un médico que no tenía fronteras
y amaneció en la playa con amapolas en el pecho,
y los grajos aparecían de nuevo en los postes,
en las cancelas roñosas del Llano de las Damas.

No supe enviarte las flechas de papel con el deseo
que conservaba una conversación ambigua en tu semblante,
los portales de las caricias atravesadas,
el remite de los primeros juegos rendidos en el carmín
que dejaron tus besos en el aire,
y el verso quejumbroso
que aún nos habla de un amor atrapado
en la soledad que siempre siente el poeta
ante la modernidad retrógrada,
en la melancolía
de un tiempo añorado, confuso, desconocido...


8

Hay quien puede creer que aún cantas entre los muertos
esa canción que me ponía tan triste,
que sueñas en los escalones
del umbral de una casa sin muros ni recuerdos
inserta en un cartel publicitario,
que miras la profundidad de la baraja
donde yace la muerte teñida de imprudencia,
tu juventud atravesada por una pluma sin tintero
cuya esperanza se ha perdido,
tu sonrisa acorralada por un deseo de amor
que no despierta,
las hojas muertas llevadas por el viento,
tu vestido arrugado en la acera naufragando.
9

Marilyn Monroe en el Puente Cristo.
Marilyn Monroe en el Puente Cristo es un poema maldito para mí, para mi pequeña historia, cada vez que lo acometía me acordaba de Peckinpah, era incapaz de tirar a la papelera cualquier cosa que escribía, sin encontrar razones convincentes.

Articulé el poema a partir de lo que me dijo un compañero de francés cuando me habló del miedo que sintió cerca de la Plaza de África el día que murió John Kennedy. El hombre más poderoso de la tierra había sido asesinado de una manera burda pero efectiva. ¿Quién podría sentirse seguro a partir de entonces?
Yo era demasiado pequeño para saber siquiera que John Kennedy había vivido antes de morir. Quise estructurar un larguísimo poema sobre la soledad de un mito partiendo de la leyenda que se contaba entonces en los bazares del Paseo de las Palmeras, se decía que Marilyn Monroe, durante los meses que se veía a solas con el presidente, hizo una visita relámpago a Ceuta para intentar distraer la atención de la prensa sensacionalista y para aprender a cantar melancólicamente “El novio de la muerte” para incluirla en su repertorio.

De aquel proyecto solo han quedado fragmentos, estas dos estrofas eran su final, comprendo que a nadie le importe, pero a mí me impresionó aquella corista enamoradiza e irresponsable que esperaba que quitaran la nieve para coger la camioneta mientras era acosada por un cowboy impresentable que más que inocencia primaria transmitía una misoginia espeluznante y una inteligencia inexistente, servidumbres del guion; James Dean había muerto y, además no era alto ni fornido.
Después de haber tocado con la mano
la democracia de la nueva frontera,
abre su bolso y no busca el pintalabios
para impregnar sus besos en los escaparates
de los bazares
del Paseo de las Palmeras
donde se exhiben las conchas de los mares del sur
y los gatos se visten de azul cuando el viento
acaricia el norte de la bahía,
sino para dibujar en las paredes
el aullido recitado en las calles
cuando los derechos civiles no habían regresado
con los santos que se fueron de paseo,
para dejar su huella de carmín en las aguas
poco profundas del atracadero de las horas muertas
donde duermen los viejos marineros que no volverán
a cruzar el foso,
donde sueñan los niños desde las barandillas
cuando hacen robona y juegan a las cartas
con mujeres desnudas.

Yo sé que Marilyn se siente confundida en este puente,
como esa mirada triste y miope que escruta
las facturas dolorosas que siempre se pagan,
como esa voz sin destino que se ahoga en un vaso de ginebra,
como esas manos temblorosas
que ya no escriben poemas de amor y esperanza
entre las flores que huelen a silencio
cuando se depositan en una lápida sin nombre
sino anotaciones en las hojas
de la novela que Camus no pudo terminar mientras ella la leía.


10

En la niebla

Detrás de un cruel silencio se derrama tu voz
en un alegre canto hundido en la tristeza
y las caricias lloran,
no queda una palabra que pueda sostener
los sentimientos rotos, no queda una salida
que te muestre el amor en el cuaderno
dormido en el armario donde escribes.

Tu cabeza navega en una nube
que no tiene destino
y muere entre las flores
mientras pasan los barcos por los sueños,
por la tumba sin fecha
donde yace el vestigio de los cables
y un niño muestra un lienzo con tu nombre
a muñecas pintadas que no ríen ni mienten.

No queda una elegía para invocar las notas
que suben por tu falda
transida de emoción hasta tus sienes
y espacios que se rompen en barandas que gritan
los excesos que lloran tus caderas
entre los adoquines que cubren los recuerdos,
marchitan las portadas y nublan las revistas.

En tu martirio abrupto se sumergen los faros
que se mueven sin norte en las esquinas
de los mares oscuros de ginebra
temblando en el cristal que gime en una mano,
de unos labios pintados que marcan las paredes
y por turbios baúles procesionan
mientras los camisones se destiñen
en el viento constante que te llama en un vuelo
y se apaga sin rima en un estanque
ajado en el sendero de las coristas locas
que esconden la mirada en los pasillos,
y la luz no aparece con su extraña sonrisa
cincelando los huecos que tus párpados cierran.

Mientras se inclina el mundo en otras direcciones
que no tienden sus lazos, que nunca se detienen.

Un destello perdido en el celaje
te abandona y se aleja como un claro de espiga
cuando los puentes rasgan los vestidos
y los cabellos hieren en la niebla
las ramas de los puentes que transitan
por los pulsos del aire
mientras los santos vuelven del paseo
que no tiene sentido
y un caballo de mar se ahoga en el asfalto.

El desconcierto sufres, con las pastillas sueñas,
vives en la amargura con el tono apagado
de quien perdió la senda
de una esperanza inquieta en raíles sin luna,
en vagas estaciones donde no espera nadie
y no tienen respuesta
como un nocturno antiguo que pregunta a los astros.

Una alfombra que funde tu figura y tus medias
te susurra lo cerca que se encuentra la muerte.

¡Ya no sé cuántas veces te busqué en el murmullo
del parque por la noche,
cantante callejera
del muelle humedecido, de la urbe solitaria,
ni cuántas evoqué dolido en el destierro
a Ginsberg recitando la deriva
de tus manos, la gracia
de tu rostro de ninfa enajenada,
tu aullido irreverente asaltando balcones,
tu cielo de sirena desvelando escaleras!

Miro ahora tu cuerpo,
tu ausencia, tus caídas en el cartel del muro
al que ya nadie escucha en estos días
embriagado en la niebla
de tu frágil farola de silencio,
en tu anhelo angustiado que no encontró una calle
en los escaparates que tejen el olvido
que cubría tus ojos abiertos a las sombras,
tus vestigios de cera cerrados al mañana.
11

A una cantante callejera

Ella creía que los poetas se dejaban
el alma en cada verso
cuando cantaban en la calle porque no había salida,
que la verdad vivía y brillaba entre todas las sombras
que no se dejan arrastrar por el olvido
de las horas perdidas en una agenda extraña,
que no había un solo puente que no fuera hermoso
a pesar de la muerte y el salto a los fracasos,
y tendía sus brazos de opalina
ante la soledad que se instala en el murmullo de las calles.

Ella no sabía mentir,
no podía decir no cuando le miraban las caderas
y el movimiento sin ritmo de sus pechos
en la incomunicación apasionada
de los espacios abiertos que oprimen con el aire
y no perdonan
a los corazones sensibles, a las almas generosas.


12

En la floresta

A Alma

Sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
(No hablaré de poesía)


Cuando llega la sombra a tu rostro de cera
tus manos se retraen torpes en el cuaderno
donde dejaste hundida
la mirada borrosa de un poema
que desconcierta el ritmo de los ramajes huecos
donde van los acordes
con la sonrisa oscura y pensativa
de la alcoba sin llave que yace en la floresta
donde tiembla la niña que llora en tu recuerdo.

La libertad enhebra sin saber las razones
el velo de una herida en tu mirada
con un himno que cierra la pluma de tu vuelo,
con banderas hundidas que devoran el mástil,
los lienzos, los perfiles y los acantilados
del pintor miserable
marcado por los labios que abren una gacela.

El amante que esboza tu olvido en una sábana
esparce los fragmentos sentidos de tu angustia
en el Bosque de Brent
con la risa y el sueño que no tuvieron rastro,
y un grito desgarrado que ya no tiene rima
que penetra en la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven las barcas que nunca llegarán,
que plegaron las lonas que surcan el pasado
y el lazo de tu blusa que duerme en la escollera
de los puentes perdidos,
en la caricia blanca de los parques de ayer
donde yacen los lirios que llevaron tu nombre,
y cubren de carteles
las palabras que sufren el canto de las fuentes,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.


13

Volveré a tocar tu cabello humedecido
como una tarde gris
y volveré
a encender una llama en nombre del recuerdo,
a despertar el sabor de la resaca en tus ojos,
en ese infierno de los escaparates, en el ruido
que ahoga la palabra profunda del poeta
que duerme en la calle con el gesto contrariado
porque las lilas nos devuelven a la vida
una tarde de agosto
y se yerguen
sobre el sueño reseco de Nembutal adoctrinado,
y la respiración de aquellos que te amamos se contiene.

¡Ay, de esa libertad que aprisionó tus alas.
esos labios de rojo carmín,
esos pechos caídos para siempre!
14
Marilyn Monroe nunca supo construir un hogar, quizás porque nunca lo tuvo. Sentía fascinación por los puentes como una metáfora de los lazos que unen, o deberían unir, las relaciones humanas. Siempre nos rendimos a aquello que nos falta, la última imagen de ella que nos llega nos la presenta como una poeta callejera que esparce su melancolía por las esquinas sin que nadie le preste oído excepto cuando se levanta del suelo y emergen sus caderas, más cerca de la sentimental sin rumbo de Vidas rebeldes que diseccionan John Huston como poeta impulsivo y Arthur Miller (por entonces su marido) con sus magistrales diálogos arrebatados del conocimiento que tenía de sus temores con una precisión rayana a la crueldad; enamoradiza y frágil porque ama todo lo que respira y no asimila que su galán de turno, un cansado Clark Gable, más atractivo que nunca en la profundidad con que miraba a la muerte, piense que para vivir, a veces, hay que matar, que de esa otra que pierde la cabeza embriagada por las cumbres y el poder porque piensa que es algo más que una conquista pasajera para John Kennedy; es difícil entender su cumpleaños feliz, produce escalofríos de reprobación en su interpretación más prosaica del sueño americano, pero puede propiciar una mirada redentora de nuestra parte saber que de niña nunca fue una princesa y, lo peor, no podía creerlo, era consciente de ello.
15


Mientras el carmín huía de tus labios.

La última vez que te vi tenías el cuerpo hinchado,
amoratado el rostro, el Nembutal
rebosaba por tu piel
mientras rezabas en silencio con las manos cruzadas
a un anhelante Dios que siempre fue,
para ti, un desconocido,
mientras el carmín huía de tus labios
y tu sonrisa
se apagaba en el Bosque de Brent cuando soñabas
con la Gran Manzana y su agonía aturdidora
entre los murmullos del río,
entre la angustia de los puertos con el resplandor errático
de las luces de neón que apagaban tu noche
y los oficinistas[ii]
en rebelión constante contra la mediocridad que deslumbraba
en el café de un bar tempranero
donde no se dejaba de hablar con pasión de poesía
y, para justificar el fatalismo de Larkin[iii] con la suya,
de la caída de un equipo y la coronación de su némesis[iv].

Entonces pensabas en los puentes
que ya nunca podrías cruzar
mientras los enterradores se preguntaban
sorprendidos, asustados,
cómo ese cuerpo indefenso y deformado
podía haber sido el objeto
de las más extravagantes fantasías,
de la culminación de la sensualidad
para quienes dejaron que sus sueños
durmieran en la calle
mientras expiraba el tormento de una estrella.

Ya no podías creer en la fragilidad
de un poema que rozaba las alas polvorientas
de la vida en un diario pálido y desordenado
en el que transitaban la soledad y el miedo
cada vez que anhelabas una caricia,
ni en la belleza efímera y díscola de la rosa
de los vientos que nunca quiso indicarte
la dirección adecuada para encontrar un camino.

Ya no podías creer en el amor
que se disfrazaba siempre de deseo,
en palabras hermosas llenas de espinas
ni en una orquídea roja que exaltaba la pasión
mientras llorabas por los cimarrones condenados
al olvido implacable de la nada en su inocencia salvaje
y, más bella que nunca,
resplandeciente en la oscuridad de tu tristeza,
cantabas para los muertos que vagaban
por las ciudades buscando una sonrisa.
Eras una corista ciega cuando cerrabas los ojos
con la mirada abierta,
una esperanza tierna y descarnada
de los espejos que recibían vida y reflejaban muerte.

No supiste adaptarte al ritmo de los astros,
y ahora, en las esquinas olvidadas
que saludan al Hudson desde la barandilla
donde se arrojan las flores
que alguna vez fueron resplandecientes,
trazas una raya negra
para indicar el día que te entregaba los secretos
de tu leyenda amortajada,
la verdad de la calle apenas esbozada
en el corazón de un mito demacrado.
¿Para qué necesitaba cariño y una sonrisa
de complicidad,
aunque no la comprendiera,
la mujer más deseada y envidiada de un tiempo[v]
que nos sigue encadenando?

Nadie recuerda que tuviste un nombre,
que detrás de la cantante callejera
que nunca dejaste de ser
había una mujer perdida en el maquillaje
y la sensualidad de un vestido mal ajustado
para que pregonara la fragancia
exuberante de tus medias y de tu vientre,
una esperanza muerta detrás de cada suspiro,
una sensibilidad que apenas pudo expresarse
y no se instaló en la memoria terrible
de las incomunicaciones con mallas mal definidas
que nos arrasan y nos impiden penetrar
en la ternura melancólica de tu canto.

Ahora quizás desees con fervor
que sea así para siempre
y recomponer bajo una vela trémula los palabras
de amor que no pudiste escribir,
las anotaciones sepultadas bajo el brillo de tu nombre
que no acabarán de despertar nunca.

Tú sabes, como Ford, con quien nunca llegaste a coincidir,
que no importa demasiado quien apretó el gatillo
sino el héroe que queda en pie con una pistola
humeante en la mano
mientras la bestia cae y nunca llega al suelo.


Ya sé que los psiquiatras actuales me regañarán cuando diga que el Nembutal es el somnífero más popular, y ello a pesar de Marilyn.
[ii] C. C. Baxter puede ser un ejemplo de aquel que sueña con ascender en la compañía que trabaja para resultar atractivo a su amor platónico y no le preocupa en absoluto que los Celtics estén tejiendo los mimbres de su dictadura competitiva mientras los Knicks se pierden en su sempiterna indefinición atacante.
[iii] Philip Larkin: posiblemente el mejor poeta inglés del siglo XX. Dijo algo así: “Me gustaría que en los bares se hablara de mi poesía".
[iv] A nadie se le habrá escapado que me refiero a aquel año en que la Agrupación Deportiva y el O’Donnell jugaron en el mismo grupo de tercera división.
[v] Nosotros los de entonces ya no somos los mismos. (Pablo Neruda).

15

Una rubia tonta

Cuando volví a mirarla se había marchado, sé que tendré que morirme con esa tristeza, no era ella quien cantaba, era una rubia estúpida con unas caderas que valían un imperio y que leía en los descansos porque quería estar a la altura de sus amigos. Tuve que volver a escribir en mi diario frases de amor sin ningún sentido y acumular desesperaciones cotidianas para no perderme en la melancolía que había en aquellos ojos miopes, salir a la calle para darme cuenta de que no había traspasado una pantalla de esas que abrían nuestros ojos cuando los cines eran oscuros para hacernos soñar durante un rato sin despertarnos. Entonces Billy Wilder convertía en una obra maestra una historia inverosímil por la que todos estábamos dispuestos a dejarnos engañar. La escena en la que suena "I'm through with love" (algo así como "Paso del amor") es una de las más emotivas de la historia del cine, pero, por favor, no penséis en lo que está ocurriendo porque podéis romper el momento. No era Marilyn quien cantaba, sino una rubia tonta que pasaba por allí, la misma que fue sacada del bosque de Brent como si no fuera ella, un día de agosto, mientras florecían los recuerdos en el jardín.
(20 de noviembre de 2014)

Marilyn Monroe en el Puente Cristo (Fragmento)

¿Recuerdas tú,
niña de las sentencias y los abrazos,
cuando desde las nubes descendía
el glamour de su melena rubia,
y la certeza de que ya nada esperaba
del amor que sonreía,
su corazón se abandonaba
en Florida en un escenario en blanco y negro,
mientras la depresión acechaba en los estanques
y su alma rebelde había entrado en un río sin retorno?

Aún no habías nacido cuando la sacaron del bosque de Brent
como si se hubiera dormido para siempre
sin la redención de un beso robado
y, con los ojos cerrados, rezara una oración
por todos los tristes que vagan por el mundo,
desde entonces las estrellas se apagan un poco antes
y el reloj alarga su sombra para alcanzar sus latidos
en el azul oscuro de la noche
en esa isla tan sola por la que siente miedo.
No soy de aquí ni soy de allá.
(Facundo Cabral)
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