Lorca (Morente y Cohen) - Pequeño vals vienés.

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F. Enrique
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Lorca (Morente y Cohen) - Pequeño vals vienés.

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En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
Creía estar en un sueño, hicimos la vuelta al apartamento andando para despertar lentamente reteniendo algo en la mirada de los focos a media luz que palidecían cuando la música había acabado, nos acompañaban una señora que parecía salida de algún rincón de Annie Hall que no quería recordar y su hijo, éste apenas hablaba por no molestar mientras su madre nos ofrecía una valiosa y entrañable información sobre asuntos de Cohen que teníamos confusos o, simplemente, desconocíamos. Nada más dejarlos, iban a coger el búho, nos encontramos con un pequeño auditorio cuyos carteles decían que esa misma noche, con horario y estilo incompatibles, habían actuado los "Cranberries", me sentí un tanto triste, un epílogo amargo, de no haber tenido la oportunidad de ver a la poética y fascinante Dolores O'Riordan. No habría cambiado nada; coincidiendo, sin duda, habría elegido a Cohen y sostenido con fuerzas las razones de mi sacrificio por más que las manos me temblaran y una oda me arrebatara el recuerdo de lo que nunca pasó y aún se mueve en mi pecho ¿Podría comprender alguna vez a aquel muchacho que decía que necesitaba enamorarse del rumbo errático que había emprendido Dolores ante la tumba de Yeats?

Creo que Cohen no era un cobarde pero había muerto varias veces antes de hacerlo de una forma definitiva, supo resucitar de todas ellas y, si alguien sabe hacerlo, volverá una vez más, y en esta ocasión ya no podrá haber caída; dentro de mil años habrá quien cante sus canciones, quien llore en los lugares donde solía jugar.

Siempre fue emocionante saber de su pasión por España sustentada en pocos puntos de medida gigantesca, por eso me pareció pertinente poner su nombre en una entrada de "Españoles en la soledad del amor y de la muerte"; se sintió español en momentos importantes de su vida, cuando tuvo una guitarra flamenca entre sus brazos por primera vez, cuando conoció a Lorca como si no hubiera muerto, cuando leyó un discurso emocionado...
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“Take this waltz” (Toma este vals), la réplica o variación que hizo del “Pequeño vals vienés” de Lorca, fue la canción que más quebraderos de cabeza le dio a Cohen en toda su carrera, él mismo lo confesaría con cierto desasosiego y resquemor años después mientras aparecían las llagas del recuerdo. Consiguió la mejor canción de su primer resurgimiento pero el doloroso proceso creativo lo dejó maltrecho y en los brazos de una grave depresión que nunca llegó a comprender ni a superar del todo, a través de la que reivindicaba para siempre el título de "Señor de los tristes" con el que era conocido desde sus primeras canciones, extremadamente hermosas pero sombrías. Enrique Morente tuvo la valentía de incluirla, entre el flamenco más atrevido y el rock alternativo de Lagartija Nick, en el mítico e increíble "Omega" con la música del canadiense pero respetando el poema en castellano; era estrellarse en un pozo oscuro o volar por los entresijos de uno de los poemas más enigmáticos de su paisano. Un reto que solventó con arte, desgarro y sentimiento.
***
Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios./align]
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