La electricidad

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Carmen López
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La electricidad

Mensaje sin leer por Carmen López »

Apenas si nos conocíamos, nos habían presentado unos amigos comunes en aquella fiesta, y nos vimos apenas en tres ocasiones más. La última vez coincidimos juntos en la mesa y charlamos distendidos un poco de todo y reímos como si fuéramos posesos, también intercambiamos nuestros teléfonos. A mí, siempre me gustaron los hombres capaces de hacerme reír, es un atributo más que siempre le doy a la belleza. Se nos hizo la noche muy corta, era ya muy tarde. Lo pasé muy bien, estaba segura que tú también lo hiciste.

Cuando nos fuimos, te ofreciste a llevarme en tu coche. Hablabas de la extraña coincidencia de nuestra mutua admiración por aquel director de cine asiático, que tan maravillosamente trataba las imágenes y la música y yo asintiendo en silencio pensaba que tratabas de ubicarnos juntos en cualquier escenario, quizás para una cita y un cine.
De pronto, te sonó el estómago o las tripas, con un sonido de tubería sorda y prolongada, y yo me reí de ti con ganas con una sonora carcajada, que presentí que rompía el hechizo de las coincidencias que tú tan afanosamente te empeñabas en puntualizar, pero, estabas resuelto a no dejarte vencer por las adversidades y me aseguraste que tú cocinabas mucho mejor que nuestro anfitrión de aquella noche, que te había dejado con esa sensación de hambre por la que tus tripas protestaban. Yo te contesté que todos los hombres decían lo mismo de su arte en las cocinas , pero que al final terminaban cocinando siempre las mujeres. Tú te pusiste muy solemne y me dijiste: Ven el sábado a cenar a mi casa y allí mismo te lo muestro. Tú y yo solos, para que no tengas público con el que reírte de mis artes culinarias. Me reí, pensando en lo bien que se te daba aprovechar cualquier oportunidad para lograr tus fines y te contesté que iría sin duda a conocer tus artes, que me enviaras tu dirección y la hora de la cena por WhatsApp y que yo traería el vino, te pregunté si debería ser blanco o negro. El vino, que sea negro, contestaste.

Cuando llegué a tu casa el sábado, puntual, me sorprendió con agrado la armonía y el buen gusto del lugar, todo parecía estar en su sitio, los cuadros que poblaban las paredes eran exquisitos, no habían muchos muebles pero los que habitaban el lugar tenían mucho carácter y animaban seriamente a la intimidad, produciendo una calidez que se incrementaba por la disposición totalmente acertada de las luces.

Me serviste una copa de vino en el comedor y me dijiste que me diera una vuelta por la casa para terminar de conocerla, mientras tú, en cinco minutos de reloj acabarías de preparar la cena. Yo me moría por verla, porque mi curiosidad era absoluta, pero ,no me aparté del comedor y de la biblioteca que allí se exponía. Siempre me había gustado contemplar los libros que otros leen, como si pudieran con ser expuestos decirnos algo más de aquellos que los habían leído. También fisgoneé entre tu música, que me encantó toda, como también lo habían hecho rotundamente tus libros.

Estábamos ya en la cena y entre copa y copa y risa y risa, casi sin darnos cuenta, la noche se nos fue poniendo dulce en los labios y se iba haciendo cada vez más estrecha y más pequeña, con ese tacto a terciopelo salvaje.

Después del café, con las copas de licor y la música suave de fondo, ya en el sofá, los dos, uno al lado del otro sin mesa por el medio que nos separara, era como lanzarse a un abismo, yo sólo podía ver ya la esquina más húmeda de tu boca, mientras tú hablabas y reías y ya no podía obviar el calor que se acumulaba en mi cuerpo y la humedad creciente en una zona del mismo mucho más concreta. Tu mirada disimulada y fugazmente perdida en varias ocasiones por las rendijas de mi escote mientras me escuchabas, era una premonición, un presagio epidérmico, una revelación que hacía cada vez más obvia, más notoria y evidente, que la electricidad nos envolvía, recorría nuestros cuerpos y que apenas si podía contenerse.

Miré el reloj que llevaba puesto, por calcular el tiempo de la espera, y tú observaste aquel gesto diminuto que te confundió o quizás te infundió miedo. De pronto, escuché con estupor y de tus labios:
-Es muy tarde, ¿Quieres marcharte, ya? ¿Te llevo? Mientras te levantabas del sofá y tratabas de esbozar una sonrisa amable, tan falsa que me pareció más propia de una tragedia griega.

Fueron apenas unos segundos de silencio los que tardé en reaccionar y responderte mientras permanecí sentada, fruto de la incredulidad y el desconcierto que sentí en aquel momento, ¿me lo había estado inventado yo todo?, no lo creía posible o quizás sí y eran mis ganas, dudé.

Pasaron por mi mente en un segundo todos mis errores, como un desfile de cadáveres:
Aquel profesor de arte en la facultad, de cabellos largos, poblados y muy lacios, al que yo miraba siempre y al que no me atreví a decirle nunca nada.
Aquel músico soñador y tierno al que abandoné, por ser yo, entonces, una completa inmadura.
Aquella pequeña infidelidad nunca consumada, que no me permití vivir y para la que tuve muy serias y variadas oportunidades.
Aquel hombre que amé y me amó, tan profundamente herido en su orgullo a quien fui incapaz de hacerle comprender su error, quizás, también, porque su orgullo se confundía con el mío.
Aquel joven misterioso y atractivo, que me sonreía indisimuladamente con cara de tontito, cada día a las siete de la tarde en el tranvía, al que yo le llevaría más de diez años, a quién quizás por ese motivo en concreto yo me complacía en ignorar.

Detuve mi mente un instante, para no seguir enumerándolos y suspiré profundamente con un gesto todavía de incredulidad por lo sucedido, no estaba dispuesta a que sucediera una vez más, habían sido demasiadas estrellas fugaces las que había dejado partir por inseguridad, por miedo, por orgullo, cobardía o falta de carácter.

Me levanté y me acerqué despacio, me acerqué mucho a ti, de una manera lenta y muy premeditada, muy cerca de tus labios, tan cerca que me pareció casi rozarlos o verlos temblar quizás, no sé, hasta susurrarte al oído:
-Yo no quiero marcharme, es lo último que quisiera hacer ahora, lo juro. Sólo miraba mi reloj porque trataba de calcular el tiempo en segundos que iba a tardar en besarte.
Busqué, entonces, tu rostro para verte, no sin miedo, pero, mucho más aliviada conmigo misma por decir aquellas palabras.
Tú sonreías con los ojos, abiertamente y contemplé como se dibujaba lentamente la sonrisa también en tu boca, en el rojo de tus labios, hasta su comisura. Mientras tu cuerpo abandonaba la rigidez en la que se había instalado hacía unos momentos y se abrazaba al mío muy despacio, queriendo saborear aquel encuentro y yo sentí como la electricidad de aquel primer contacto -como un escalofrío- comenzaba a recorrernos.
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
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Marisa Peral
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Re: La electricidad

Mensaje sin leer por Marisa Peral »

Buen calambrazo que me ha encantado encontrar.
Atrapa si dar tregua de principio a fin.
Un gusto venir a esta otra ventana, querida Carmen.

Abrazos.
—-
Marisa Peral Sánchez
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Arturo Rodríguez Milliet
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Re: La electricidad

Mensaje sin leer por Arturo Rodríguez Milliet »

Exquisito relato Carmen. Logras captar la atención
con ese tono tan fresco, muy propio de la confidencia
tardía en la complicidad de un vínculo ya consumado,
fascinante el dialogo interno de tu personaje con el cual
logra rescatar en segundos lo que pudo terminar en naufragio.
Lo disfrute mucho y de manera electrizante. Un gran abrazo.
Te presento a mi padre, el que está a su lado es mi hijo.
Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
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Carmen López
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Re: La electricidad

Mensaje sin leer por Carmen López »

Marisa Peral escribió:Buen calambrazo que me ha encantado encontrar.
Atrapa si dar tregua de principio a fin.
Un gusto venir a esta otra ventana, querida Carmen.

Abrazos.
Jaja...Marisa, me ha gustado lo de Calambrazo, me has recordado a mi madre, una mujer pragmática toda ella, sin dudas.
Una vez en un curso de literatura creativa al que asistí, nos pidieron hacer un relato erótico, pero que fuera en un tono divertido. Yo, escribí sobre una mujer de esas fatales, que se complacía con los encantos que causaba en un hombre que intentaba cortejarla, encantos que se iban haciendo cada vez más físicos y perceptibles. El título del relato era "La LLama". Se lo di a leer a mi madre por ver si se reía...Y sí, se estaba partiendo de la risa, pero al acabar me dijo: "Está bien, es muy gracioso, pero qué llama, ni qué llama, el título es absurdo, debería llamarse Calentón...jajaja.
Me alegra si te gustó el relato.

Muchos abrazos, a capazos.
Carmen
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
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Carmen López
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Re: La electricidad

Mensaje sin leer por Carmen López »

Arturo Rodríguez Milliet escribió:Exquisito relato Carmen. Logras captar la atención
con ese tono tan fresco, muy propio de la confidencia
tardía en la complicidad de un vínculo ya consumado,
fascinante el dialogo interno de tu personaje con el cual
logra rescatar en segundos lo que pudo terminar en naufragio.
Lo disfrute mucho y de manera electrizante. Un gran abrazo.
Gracias, Arturo, seguro que me juega a favor tu generosidad para con lo mío.
La protagonista no estaba preparada para naufragar otra vez, eso creo, le puso algo de fe al intento
de dejar que la electricidad la recorriese, sin quedar electrocutada por ello.

Un placer que vengas y un abrazo muy grande.
Carmen
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: La electricidad

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Sube para deleite de todos.

Abrazo enorme, querida Carmen.
"Algo, en este tan vasto como innecesario universo,
ha de tener sentido: ninguna ecuación diferencial
siente. Pero, se sabe, en el principio
fue dicho: hágase la luz; y abrimos los ojos."


Sub-jectum, Julio Bonal
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