La princesa Segunda Concé (cuento)

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Alonso Vicent
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La princesa Segunda Concé (cuento)

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LA PRINCESA SEGUNDA CONCÉ

PRIMER CAPÍTULO

Todos los niños protestan cuando nacen. Algunos incluso sin saber por qué. Y no quieren comer, porque de donde vienen no existe la comida tal como la conocen los adultos. Allí, en su mundo, no es necesario abrir la boca para comer; es más, sería una gran tontería el hacerlo. En su mundo los niños no comen, sólo se alimentan y eso es suficiente.
La princesa Segunda nació un año en el que los Reyes Magos retrasaron su llegada un par de días, y nació desnuda. Es algo habitual que esto suceda, porque los niños y las niñas, también las princesas, al aterrizar en nuestro planeta lo hacen sin vergüenza de que los miren, pues aún son inocentes y nadie los ha enseñado a sentirse sucios o ridículos por tan poca cosa.
La llegada de la princesa produjo una gran alegría en todo el reino de Memboa. A diferencia de los niños, la alegría no nace, se produce y los encargados de fabricarla son las personas buenas y confiadas. Es por eso que los niños, cuando son pequeños, pasan la mayor parte del día fabricándola.
La reina fue la primera en ver llegar a la princesa porque estaba agachada, y para ver mejor a los niños cuando llegan hay que ponerse a su altura; como hizo ella antes de estrecharla entre sus brazos en el momento de nacer, que es como llegar.
La alegría que sintió la reina la llenó de felicidad, que es parecida a la alegría pero acumulada, es decir, la suma de varias alegrías. Después de besarla, abrazarla y llorar un poco (porque la felicidad a veces hace llorar, pero de alegría), la reina llamó a una de las sirvientas y le pidió que trajera abundante agua y paños limpios para lavarla; del viaje llegó bastante sucia y quiso ponerla guapa antes de enseñársela al rey, que a partir de ese momento sería su padre.


II

Ese día, el rey llevaba varias horas recorriendo los pasillos de arriba abajo y de un lado a otro, nervioso por la espera e impaciente por saber cómo sería la criatura que tenía que venir de un momento a otro. Él esperaba que fuera un príncipe: apuesto, rubio, valiente y a poder ser inteligente para que el día de mañana no sólo se convirtiera en un rey sino, además, en un buen rey.
Con la ayuda de una sirvienta, la reina lavó, secó y peinó los cuatro pelos de la princesa, que no eran cuatro, seguramente se trataba de más del doble; pero bueno, eso no tiene mayor importancia, y menos cuando uno nace, porque a partir de ese momento todo va creciendo y aumentando de un día para otro.
La reina y la sirvienta vistieron a la niña con ropas de princesa y la perfumaron con agua de rosas, que a primera vista es como cualquier otra agua, pero ésta no se puede beber. A continuación la reina hizo sonar una campana y esperó.
No habían pasado más de cinco segundos cuando la puerta de la gran habitación se abrió de par en par dando paso a aquel hombre grande y majestuoso que todos llamaban El Rey.
-Majestad –le dijo la reina, que siempre que se dirigía a él delante de otras personas utilizaba este nombre–. Hemos tenido una hija.
-¿Y cómo ha sido eso? –contestó el rey desde la puerta.
-Majestad, tú ya deberías saber cómo son estas cosas –respondió la reina, con un tono de reproche de madre y una medio sonrisa de esposa.
-Sí, lo sé –dijo el rey en voz baja, intentando disimular su decepción sin conseguirlo–. ¿Puedo verla? –añadió.
Y sin esperar respuesta se dirigió hacia la cama en donde se encontraba su mujer descansando de la fatiga que provoca la espera de un primer hijo, aunque había sido hija. A su lado se podía distinguir una pequeña personita, arropada con finos algodones y con la mirada perdida en el cielo de la habitación.


III

La princesa Segunda Concé empezó a ver el mundo según le venía a los ojos, y pronto aprendió a reconocer al rey y a la reina como sus padres. Muchos entraban y salían de la habitación que era su centro en aquellos primeros días pero ella, alerta, sólo iluminaba su mirada ante ellos; y es que las miradas se iluminan cuando a los ojos les gusta lo que ven.
No tardó mucho el rey en olvidar aquel hijo que esperaba y en volcarse en la princesa que era la más preciosa de las realidades. La obsequiaba con mimos y regalos, desatendía algunas de sus ocupaciones en la corte para asistir a los encantadores despertares de su hija y, a la vuelta de sus viajes, le contaba innumerables historias que la niña era incapaz aún de entender, pero en las que no se perdía ni el más mínimo gesto de aquel enorme rey emocionado que se servía de todo su cuerpo para dar realismo al relato. Los mayores, a veces, olvidan que los niños no entienden muchas cosas cuando son pequeños, aunque sean capaces de sentirlas. Y en este caso, la Princesa, sentía la emoción del momento, y de su padre.
Los habitantes del reino de Memboa participaban de la felicidad que la princesa había traído a su familia, que eran los reyes, porque la felicidad es contagiosa y, a no ser que una persona sea mala, cuando se ve a alguien feliz uno se alegra.


IV

El castillo del Rey, padre de la princesa Segunda Concé, era enorme, y siempre estaba lleno de gente. Tenía tres torres, cosa poco habitual en los castillos que se construían en la época que solían estar formados por cuatro torres y cuatro muros exteriores, es decir, un cuadrado rematado con almenas en lo alto.
Los reyes quisieron que el suyo fuera triangular y, claro, un triángulo sólo tiene tres lados, únicamente posee tres ángulos, y allí pusieron sus tres torres triangulares para defenderse mejor del enemigo si alguna vez eran atacados. Había una pared menos que vigilar, esa era la gran ventaja. En aquellos años, los reinos prósperos como el de Memboa podían ser atacados por otros reinos codiciosos.
El rey, para este y otros temas, tenía un consejero; todos le llamaban el “Consejero Real” menos Segunda. Para ella era “el hombre que lo sabía todo”
Mucho antes de tener uso de razón, Segunda aprendió a distinguir su diminuta silueta a través de los barrotes de su cuna de princesa. Ambos se observaban sin decir ni una palabra; Segunda porque no sabía hablar y el Consejero porque no le hacía falta decir nada para conocerla y aprender de sus gestos y miradas.
Al “hombre que lo sabía todo” le gustaba jugar con los niños, porque los niños pueden ser buenos o malos pero no engañan a nadie; no fingen ser lo que no son, y les encanta jugar.
“El hombre que lo sabía todo”, cuando alguien le presentaba un problema, ya fuera niño o adulto, buscaba y rebuscaba en la caja de las soluciones y siempre acababa encontrando la más adecuada para según qué situación.


V
Segunda Concé empezó a hablar una mañana sin saber muy bien cómo, pero sabía el por qué. Tenía cosas que decir, y dijo;
-A a ma.
Fue lo primero inteligible y con sentido que pronunció la princesa, y ya no dejó de amar lo que la rodeaba ni de articular palabras para hacerse entender; y sobre todo para preguntar.
Cogió soltura, con los tropezones normales de quien empieza, y pronto fue capaz de formar sus propias frases y elaborar sus propias preguntas.
Las niñas, también los niños, cuando llegan tienen que aprenderlo todo, y quieren saber el porqué de cada mínima cosa; cosas a las que los adultos hace mucho tiempo que dejaron de darle importancia, pero que para sus menudas cabecitas es de vital trascendencia.
Los reyes estaban maravillados con sus progresos y procuraban siempre responder a todas y cada una de sus preguntas; preguntas inocentes propias de la edad que lleva su nombre, pensaban ellos.
El Consejero Real fue el encargado de guiar a la princesa en la aventura del aprendizaje, y de dejar que ella fuera descubriendo los encantos y las decepciones de lo que se supone que es el lenguaje… y la vida.
Él, con sus consejos y con sus silencios, la obligó a pensar en todo aquello que le acontecía, que sencillamente era lo que le pasaba… y siempre tenía una aclaración o palabras de ánimo como regalo.



VI

Los años fueron pasando sin prisa en el reino de Memboa. Los años siempre se toman su tiempo, no tienen porqué apresurarse, eso es cosa de los humanos que en mayor o menor medida poblaban aquel reino y otros parecidos.
La princesa tampoco tenía prisa; a su corta edad no hubiese sabido cómo explicar su significado y menos aún su utilidad. Ella se limitó a crecer mientras jugaba y a jugar entre sueños y comidas, como deberían hacer todos los niños y niñas antes de dejar de serlo.
La princesa únicamente se veía como una niña más y, con los años, como una joven que compartía las inquietudes de la juventud que en su entorno transitaba; con sus problemas y sus ilusiones. Dicen que los niños no tienen problemas, y no es verdad; simplemente tienen problemas de niños. Lo mismo ocurre con los jóvenes.
Segunda fue una chiquilla muy alegre, y el Consejero Real su profesor. El rey y la reina seguían siendo sus padres, porque hay pocas cosas que nunca cambian, y los padres es una de ellas.
Para la Princesa todos los niños eran sus amigos y cualquier situación un pretexto para jugar con ellos… y también para contarles algunas de las cosas que su profesor le enseñaba.
En uno de sus paseos por el bosque (que ella creía que eran escapadas, aunque siempre les acompañasen unos cuantos soldados del Rey) les explicó a los demás niños, amiguitos y amiguitas, que todos aquellos árboles que veían tan grandes, antes habían sido una pequeña semilla como las de una manzana, y que al poner esa semilla en el suelo se había convertido en una hierba, y que la hierba había ido creciendo hasta llegar a ser lo que eran; unos grandes árboles. Por lo general siempre había alguien que no se creía sus argumentaciones, aunque todos la escuchaban con atención… y en esa ocasión el hijo del boticario preguntó:
-¿Y por qué no dan manzanas los pinos?
-Sí que dan manzanas –contestó la Princesa-, pero son diferentes y tienen piñones.
Estaba Segunda en la época en que los niños empiezan a hacer sus propias argumentaciones, y poco importa aún que sean acertadas o no; lo verdaderamente importante es el hecho de atreverse a razonar.



VII


El Consejero Real tenía un sobrino que con los años fue a vivir al castillo con su tío. Sus padres, granjeros, quisieron que su hijo abandonara su pequeña hacienda para convertirse en un hombre de bien y de provecho, como había hecho su tío. Ellos no sabían que tanto el bien como el mal pueden existir en campos y ciudades, en menudas casas y en castillos, y en unas personas y en otras; ellos sólo sabían lo poco que les enseñaron.
Itabías, cuando llegó al castillo, que fue mucho tiempo después de nacer, se encontró con una vida muy diferente de lo que había sido la suya hasta ese momento. De donde venía, el trabajo ocupaba prácticamente todo el día y por amigos solamente contaba con los animales de la granja de sus padres y dos jovencitos que por esas tierras habitaban, y que veía de tanto en tanto.
En el castillo se encontró con mucho tiempo de regalo, con muchos jóvenes que perdían su tiempo en cosas aparentemente sin importancia (pensaba él), pero no tardó mucho en comprender que nada se pierde cuando se disfruta, porque el tiempo no es oro… y además no importa.
Para la princesa Segunda fue una descubrimiento su llegada, y un aliciente hablar e intentar ponerlo al día en los asuntos del lugar; que es lo que suele hacerse en cada sitio y en cada momento. Disfrutaba explicándole y viendo sus reacciones. Además, Itabías era un gran escuchador y ponía el máximo interés en lo que Segunda le decía.
En un principio, Itabías, sólo fue una novedad en los juegos juveniles de la princesa, en sus idas y venidas, y la sombra del “hombrecito que lo sabía todo”, que era su tío.
Itabías había heredado de su tío esa mirada serena y silenciosa, que casi hablaba y que no le era extraña a la Princesa; porque las miradas hablan, y si uno sabe escucharlas puede aprender mucho de lo que no se dice.
Pronto se hicieron muy amigos, casi inseparables. Itabías acompañaba a la princesa en sus paseos a caballo y la princesa le ayudaba en las tareas de aseo de las cuadras y los caballos reales. Éste era el único trabajo que le había sido asignado a Itabías, porque aunque sus padres le habían enviado allí para estudiar, su tío, el Consejero Real, había creído que era mejor para un joven, fuerte como él, que sacara provecho tanto a su cuerpo como a su mente, puesto que los dos tienen su utilidad y de ninguna utilidad debe nadie avergonzarse.
El rey y la reina no estaban totalmente contentos viendo a su hija hacer unas labores que se suponía que no eran las más indicadas para una princesa, pero la veían reír y disfrutar con su amigo y con los caballos… y aunque volviera a sus aposentos con el vestido sucio y los cabellos alborotados, sentían que su cara no podía disimular la felicidad (que como recordareis es la suma de muchas alegrías).


VIII

A la princesa fue creciéndole el cuerpo, y cuando quiso enamorarse escogió a alguien que le fuera cercano y de confianza.
En poco tiempo su menudo cuerpo cambió como lo hacen los capullos antes de convertirse en flores, aunque para los reyes, ese tiempo, fuera como pasar de la noche al día siguiente y sus preocupaciones palaciegas sólo hubieran hecho que acrecentarse, sin saber muy bien en qué consistirían esas nuevas preocupaciones. Es una cosa común, en las preocupaciones, que nunca vengan solas, y también lo es que en intentar solucionarlas se ocupe nuestro pensamiento; es por eso que se las llama preocupaciones.
La princesa Segunda no buscó nunca un príncipe azul, porque le parecía que el color era lo menos indicado para distinguir a los príncipes buenos de los malos. Tampoco conocía a ningún príncipe, porque no tenía hermanos, y los hijos de los reyes vecinos vivían muy lejos. Para ella su mundo era el castillo, y a su castillo no le hacía falta ningún príncipe.



IX

Llegó la Princesa Segunda Concé a la edad en la que hay que empezar una nueva vida, y llegó acompañada. Otra cosa es que no llegara con la compañía que a sus padres les hubiese gustado. Ellos hubiesen querido a alguien de familia real, con poder y posesiones.
La Princesa pidió permiso a sus padres, era la costumbre de la época, para formar una nueva familia con su amigo y más que estimado Itabías.
-Papá –dijo, mientras cenaba una noche en el amplio y frío comedor–. Papá –volvió a repetir-; sé que ya no soy una niña y antes de que ningún pretendiente pueda robarme esta felicidad que siento, me gustaría contar con vuestra aprobación para seguir siéndolo en compañía de Itabías y poder daros los nietos que deseáis y merecéis.
Por nada del mundo hubiese cambiado a su Itabías por ningún príncipe ni por ningún joven rey.
Nunca le faltaron luces ni educación a la Princesa para expresar sus voluntades, y la sinceridad siempre la acompañaba.
El rey miró a la reina y ésta hizo una mueca levantando el pómulo izquierdo y entrecerrando el ojo de la misma parte de su bellísimo rostro. Pareciera que no les venía de nuevo aquella proposición, aquella petición que temían, pero siguieron sin levantar su señorial voz. Para ellos su hija era lo primero, y nunca les había defraudado; aunque no hubiese sido un hijo.
-Segunda –le dijo su padre-; ¿has pensado bien en todos los problemas que podrían surgir, tanto a vosotros como a nuestro Reino?
-Lo hice, papá –contestó la Princesa- y el problema más importante que vi fue el verme separada de Itabías.
El rey no respondió enseguida. Guardó silencio unos segundos interminables y al retornar a la conversación dijo:
-Hablaremos –y siguieron cenando.


X

El rey siempre había sido comprensivo con su pueblo, y más todavía con su hija. Tenía fama en el reino de ser una persona justa y un buen rey. Pero nada de eso le ayudó a dormir aquella noche. Él, cuando llegó el momento, se casó con una princesa, igual que hizo su padre, igual que hizo su abuelo… que también fueron reyes. Todos sus antecesores habían tenido hijos, mientras él únicamente tenía a su Princesa Segunda Concé, y era hija. Los años habían quitado importancia a este último hecho, pero ahora no sabía qué pensar.
Al día siguiente hizo llamar al Consejero Real. Lo esperó en el salón donde trataba los asuntos importantes, y le explicó el problema; la situación que antes temía y que ahora era el motivo de su sufrimiento.
El Consejero oyó de pié lo que el Rey tenía que decirle, que fue mucho, sin interrumpir en ningún momento su discurso, respetando sus pausas y asintiendo con la cabeza. Después, el Rey, sentado en su gran trono, dijo:
-¿Cuál es tu opinión, estimado amigo, y cuál es tu consejo?
-El universo cambia, Majestad –empezó diciendo el consejero-, muchas veces en un solo día aunque nadie lo vea; es por ello que nadie se preocupa. Nosotros mismos cambiamos continuamente a lo largo de nuestras vidas, pero al mundo no le preocupa a no ser que se sienta perjudicado por alguno de estos cambios. Solo las tradiciones no cambian, y si cambian dejan de ser tradiciones. Tradición fue, en este reino, cortar una mano a los ladrones; dejó de ser tradición cuando ese castigo se cambió por el de trabajos forzados para los ladrones. Tradición fue, en este reino, que todo lo que en él había fuera propiedad del Rey; dejó de serlo cuando su Majestad permitió que sus súbditos pudieran ser dueños de sus propias casas y de sus tierras. Tradición es hacer lo que se cree que siempre se ha hecho, y pensar que está bien. En sus manos queda, Majestad, hacer lo que se cree que está bien o hacer lo mejor para nuestros seres queridos. Porque querida es una hija y querido es el pueblo, y lo que puede hacer bien a unos no tiene por qué hacer mal a otros.
Pudo parecerle al rey larga la explicación que acababa de hacer el Consejero, aunque no hubiese durado más de un minuto, y aunque no supo distinguir entre opinión y consejo, comprendió que las dos cosas estaban relacionadas.



XI

Necesitó el Rey sólo una tarde para despejar las nubes de su mente; porque una mente es el mecanismo que nos hace pensar, y una tarde generalmente no supone mucho tiempo. Pero no fue por ninguna de estas dos cosas que el Rey eligió su presente y su futuro. Porque un consejo puede ser bueno o malo, y una luz puede alumbrar o deslumbrar, que es como si nada hubiésemos visto. El Rey vio claro el mensaje de su consejero y comprendió que algunas costumbres podrían ser únicamente la excusa para no pensar más de lo debido.
Nunca dejaba el Rey de hablar sobre las cosas de palacio con la Reina, porque un rey no es nadie sin su pueblo, pero aún es menos sin la gente que le rodea y que le quiere.
La Reina habló desde la sombra para que todo fuese más claro, y feliz la vida de los que la circundaban Y dijo:
-Yo sólo tengo un rey, que es mi marido, que eres tú, y una hija a la que queremos y que nos quiere, y si por culpa de una mala decisión se rompiera la paz en la que vivimos, nada tendría ya sentido para nuestras vidas.
No quiso decir la Reina con esto más de lo que sentía, que simplemente era que hay que hacer el bien a las personas que queremos y que nos quieren, porque fuera de este calor que nos ayuda a vivir todo se vuelve complicado e innecesario.



XII

Pronto se anunció a todo el reino el compromiso de la Princesa Segunda Concé con el sobrino del Consejero Real, Itabías. Mucha gente habló, pero no hubo nadie que tuviera realmente algo importante que decir sobre el tema; porque hablar es muy sencillo cuando se aprende a articular palabras, pero hacerlo sabiendo lo que se dice tiene su dificultad.
Los que sí que se dejaron ver, y centraron todas las miradas, fueron la Princesa y el futuro Príncipe. Jamás se había visto a nadie tan feliz como ellos… y como sabemos, la felicidad es la suma de muchas alegrías, y las alegrías contagiosas.
No tardaron mucho los reyes en organizar una gran fiesta con músicos, bailes y comida; mucha comida. Estaban invitados todos los habitantes del castillo y de los alrededores, e incluso llegó gente bien vestida de reinos lejanos que sólo sus Majestades y el Consejero Real conocían.
La princesa Segunda y el sobrino del Consejero, Itabías, dejaron aquel día de ser solo buenos amigos para convertirse en los dos primeros integrantes de una nueva familia; porque cuando dos personas se unen del modo en el que lo hicieron ellos, pasan a formar una nueva familia, y a partir de ese momento ya están en disposición de esperar la llegada de un nuevo integrante, que puede ser tanto hija como hijo.
Suele decirse, para terminar las historias que acaban bien, que fueron felices y comieron perdices; pero en este caso además de perdices se comieron muchas cosas… y sabido es que es bueno y saludable comer un poco de todo.



ÚLTIMO CAPÍTULO

El Rey fue haciéndose mayor, cada año más mayor, y ni la tranquilidad ni la felicidad que sentía impidió que un día muriera, pero tranquilamente y en paz.
El Rey se fue, porque morir es como irse a otro lejano y desconocido reino, en el que la comida no existe tal y como la conocemos nosotros; y se fue desnudo, sin títulos ni posesiones. Todo el reino salió a la calle para desearle buena suerte en su viaje, pero él ya se había marchado. Solo les dejó su cuerpo para que la gente que le quería pudiera despedirse de él.
EL Rey se fue, y la Princesa se convirtió en Reina, en una excelente Reina.
Hoy aún existe ese reino, y sigue siendo gobernado por reyes y reinas cuya máxima prioridad es la de hacer el bien a las personas que los rodean; y para eso tienen sus leyes; las escritas y las que la buena gente siempre ha tenido presente y en su interior.


FIN
Hallie Hernández Alfaro
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Hay muchas cosas hermosas en este cuento: valores, utopías y buena escritura. Había comentado con Ventura la posibilidad de que lo publicaras por capítulos, pero acabo de leerlo con mucha facilidad, la longitud no ha interferido en su magia blanca y accesible.

Un gusto haber pasado por aquí, Alonso.
Nuestras disculpas por no haber podido comentarlo antes.

Abrazo y felicidad.
"Algo, en este tan vasto como innecesario universo,
ha de tener sentido: ninguna ecuación diferencial
siente. Pero, se sabe, en el principio
fue dicho: hágase la luz; y abrimos los ojos."


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Alonso Vicent
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Alonso Vicent »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Hay muchas cosas hermosas en este cuento: valores, utopías y buena escritura. Había comentado con Ventura la posibilidad de que lo publicaras por capítulos, pero acabo de leerlo con mucha facilidad, la longitud no ha interferido en su magia blanca y accesible.

Un gusto haber pasado por aquí, Alonso.
Nuestras disculpas por no haber podido comentarlo antes.

Abrazo y felicidad.
Muchas gracias, Hallie, por detenerte en esta larga prosa; sé que asusta un poco la aglomeración de letras en los foros y yo con este comentario tuyo me quedo más feliz que un niño en la playa y de vacaciones.
Un abrazote junto al agradecimiento por este espacio en el que poder alargarse o resumirse.
R. M. Alemán
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por R. M. Alemán »

Vaya... por lo pronto me lo llevo. Volveré

Un fuerte abrazo, Alonso
R. M. Alemán
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por R. M. Alemán »

Ya estoy... con sonrisa de lado a lado, y no, no hubiera hecho falta llevarlo.
Pues sí, como a un niño... Grande.
Encantador, Alonso.

Buen finde, je (no es por reír, que no)
Abrazo
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Alonso Vicent
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Alonso Vicent »

R. M. Alemán escribió:Ya estoy... con sonrisa de lado a lado, y no, no hubiera hecho falta llevarlo.
Pues sí, como a un niño... Grande.
Encantador, Alonso.

Buen finde, je (no es por reír, que no)
Abrazo
Hacía unos cuantos días que no venía por prosas... y qué agradable sorpresa.
Muchas gracias, Rosa. De vez en cuando a este niño grande le da por escribir algún cuento o por saltar montes, pero siempre vuelve a las letras.
Un abrazo grande... con sonrisas siempre.
Buen finde y a cuidarse... ahora que tenemos tiempo.
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Ricardo Serna G
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Ricardo Serna G »

Ernesto

Interesante tu escrito
lo leeré completo...


Gracias, amigo


Un abrazo fuerte
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Ricardo Serna G
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Alonso Vicent
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Alonso Vicent »

Ricardo Serna G escribió:Ernesto

Interesante tu escrito
lo leeré completo...


Gracias, amigo


Un abrazo fuerte
Gracias Ricardo. Fue un cuento narrado en casa, con nombre propio, que trasladé a este espacio.
Un abrazo junto al agradecimiento
Hallie Hernández Alfaro
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Sube para deleite de todos.

Gracias a los dos por vuestro valioso texto.

Abrazos y felicidad.

,
"Algo, en este tan vasto como innecesario universo,
ha de tener sentido: ninguna ecuación diferencial
siente. Pero, se sabe, en el principio
fue dicho: hágase la luz; y abrimos los ojos."


Sub-jectum, Julio Bonal
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Alonso Vicent
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Re: La princesa Segunda Concé. (cuento)

Mensaje sin leer por Alonso Vicent »

Hallie Hernández Alfaro escribió: Sab, 29 May 2021 20:18 Sube para deleite de todos.

Gracias a los dos por vuestro valioso texto.

Abrazos y felicidad.

,
Y volvemos a las prosas... Un buen lugar para explayarse en lecturas y aportar unos granitos de arena, de palabras, para cuidar esta gran montaña literaria.
Muchas gracias, Hallie, por hacer visible este cuento con Princesa incluida.
Un enorme abrazo.
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Rafel Calle
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Re: La princesa Segunda Concé (cuento)

Mensaje sin leer por Rafel Calle »

Lectura que recomiendo: La princesa Segunda Concé, de Alonso Vicent, autor de enorme sensibilidad.
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Alonso Vicent
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Re: La princesa Segunda Concé (cuento)

Mensaje sin leer por Alonso Vicent »

Rafel Calle escribió: Vie, 17 Dic 2021 9:49 Lectura que recomiendo: La princesa Segunda Concé, de Alonso Vicent, autor de enorme sensibilidad.
Muy agradecido, Rafael, a la vuelta a la casa de las prosas, que también es la mía.
Un abrazo desde este castillo figurado con princesa Segunda Concé (Azucena).
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