El último relato
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Jerónimo Muñoz
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El último relato
Cuando desperté esta mañana, tenía un enorme dolor de cabeza. Poco a poco, abrí los ojos y traté de recordar lo que había sucedido la noche pasada, a ver si podría averiguar la causa de aquella terrible cefalea. Las brumas de mi intelecto se fueron entreabriendo y, lentamente, conseguí poner en orden los sucesos de ayer en mi memoria reciente. Sí, la tarde anterior había estado en la casa de mi amigo Paco Lobo, el cual me mostró su colección de primorosos bonsáis. Después… Después, nada: me vine a casa, cené y, como todas las noches, me puse a escribir. ¿Qué escribí? No lo recuerdo. Sé que era un relato kafkiano que se me había ocurrido mientras veía los bonsáis…y no recuerdo nada más. Intuyo que aquel maldito relato, que no sé si lo escribí o lo pensé, fue la causa de todo. Intenté incorporarme en la cama pero una sensación de peso indescriptible en la cabeza me lo impidió. Y, además, el dolor. Aquello era insufrible. Me pasé la mano por la frente y, al retirarla, pude ver que estaba manchada de algo marrón que parecía barro. Me inquieté. Resuelto y atemorizado, me incorporé de un golpe, sin echar cuentas del grandísimo dolor que sentía. Una vez sentado en la cama, intenté, como hago siempre, aplacarme el cabello, y fue entonces cuando la cruel realidad comenzó a hacérseme patente. Al pasar la mano desde mi frente hacia atrás, algo impidió mi movimiento. Había chocado con algo que sobresalía de mi cabeza. Retiré la mano de inmediato, pero quedé preso de un temor siniestro. ¿Qué había en mi cabeza? Me armé de valor y, muy despacio, acerqué mi mano hasta su parte superior. Palpé algo así como una especie de palo que parecía salir de mi cerebro. Subí un poco más la mano y noté en su dorso el contacto con algo parecido a una malla espinosa. Asaltado por un horror salvaje, me levanté y, dando trompicones, fui hasta el cuarto de baño y me miré al espejo. Lo que pude ver en él me sobrecogió hasta el punto de creerme que, o bien seguía soñando, o bien me había vuelto loco. El espejo me había reflejado la imagen de mi rostro, ojeroso quizás, pero reconocible. Pero… ¡ay, Dios!: en la parte superior de mi cabeza había un pequeño arbolito, algo así como un bonsai, menor aún: de unos quince centímetros de altura. Lo toqué y lo retoqué para cerciorarme de que aquello era real. Enseguida, lo agarré y tiré de él intentando apartarlo de mí. Un grandísimo dolor que nacía en el centro de mis sesos me impidió seguir pretendiéndolo. Me quedé allí pasmado, frente al espejo, sin saber qué me pasaba ni qué podría hacer. Lo toqué suavemente, lo acaricié y, súbitamente, me eché a llorar. ¡Me había crecido un bonsái en la cabeza! ¿Cómo era posible aquello, Dios mío? ¿Y qué podía hacer? Me senté en un sillón del dormitorio y traté de pensar con algo de calma. Necesitaba un médico, eso era primordial. Pero, con aquel brote en la cabeza, me era imposible salir a la calle. ¿Qué haría? Entonces recordé que, en algún altillo de mis armarios tenía un sombrero de copa que usé una vez en un acto muy solemne. Lo busqué y lo encontré. Rápidamente, me vestí lo mejor que pude y, con el sombrero de copa en mi cabeza, ocultando el bonsái, me lancé a la calle y paré el primer taxi que pasó. Tuve que hacer una gran inclinación para entrar en él sin que el sombrero tropezara y, una vez dentro, me tuve que arrellanar para no dar con el sombrero en el techo. El taxista, que me miró como quien ve a un loco, me llevó raudo hasta el domicilio de mi médico, un viejo amigo que era el fiel oidor de todos los males que me habían aquejado a lo largo de mi vida. No eran mucho más que las diez de la mañana, pero ya había varios pacientes en su sala de espera. Me miraron entrar con mi sombrero de copa que, obviamente, no me quité, y parecieron quedar muy asombrados. Una muchacha quinceañera que estaba sentada junto a la que me figuré que sería su madre, se echó a reír. Más se hubieran reído, no solo ella, sino todos, si me llego a quitar el sombrero. Por fin, llegó mi turno y entré en la consulta de mi amigo. Se me quedó mirando y, al verme con el sombrero de copa, enarcó un poco las cejas. Me preguntó qué me pasaba y yo, por toda respuesta, me quité el sombrero. Él me miró displicente y me volvió a preguntar qué me pasaba. “¿Es que no ves este arbolillo que ha crecido en mi cabeza?”, le dije. Se acercó y me miró el cráneo, atentamente, con ojos muy profesionales. “¿Te duele?”, me preguntó. Le dije que, al despertar aquella mañana, sí me dolía, pero que ya el dolor se había disipado. Entonces escribió algo en una hoja de recetas, la metió en un sobre, lo cerró y me lo dio. “Toma. Ve a esa dirección que dice en el sobre y que te hagan lo que ahí se ordena”. Cuando me marché pude apreciar que tenía un gesto burlón. Él también se reía interiormente de mi bonsai. Me volví a colocar el sombrero de copa, salí de allí y paré otro taxi al que ordené ir a la dirección que había en el sobre. Quedé sorprendido cuando vi que se trataba de una peluquería de caballeros. Entré con mi sombrero puesto y le entregué el sobre al peluquero. Este lo abrió, lo leyó y me invitó a sentarme. “Quítese el sombreo, por favor”. Así lo hice esperando su carcajada, pero ni se inmutó. Inclinó mi asiento hacia atrás, me colocó algo sobre la nuca y comenzó a echarme lo que me pareció agua caliente. “¿Me va a doler?” “Nada en absoluto, esté tranquilo y cierre los ojos”. Así lo hice y permanecí muy quieto. Sentí cómo manoteaba sobre mi cabeza, cómo accionaba unas tijeras, cómo frotaba mi cráneo con algo áspero… Me quedé dormido. Me despertó el peluquero dándome unos golpecitos en el hombro. “El señor está servido”. Me incorporé y me miré al espejo. No sólo no había ya bonsai alguno sino que tenía la cabeza calva como una bola de billar. “¿Qué ha hecho usted?” “Lo que decía el papel: raparlo al cero”. "Pero ¿y el bonsái?” “¿Qué bonsái?” Me levanté, le pagué y me fui a la calle con el sombrero de copa en la mano. Lo aplasté y lo tiré en la primera papelera que vi. Me vine a casa, escribí esta historia y me juré que sería lo último que escribiría en mi vida.
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Re: EL ÚLTIMO RELATO
Jerónimo Muñoz escribió:EL ÚLTIMO RELATO
Cuando desperté esta mañana, tenía un enorme dolor de cabeza. Poco a poco, abrí los ojos y traté de recordar lo que había sucedido la noche pasada, a ver si podría averiguar la causa de aquella terrible cefalea. Las brumas de mi intelecto se fueron entreabriendo y, lentamente, conseguí poner en orden los sucesos de ayer en mi memoria reciente. Sí, la tarde anterior había estado en la casa de mi amigo Paco Lobo, el cual me mostró su colección de primorosos bonsáis. Después… Después, nada: me vine a casa, cené y, como todas las noches, me puse a escribir. ¿Qué escribí? No lo recuerdo. Sé que era un relato kafkiano que se me había ocurrido mientras veía los bonsáis…y no recuerdo nada más. Intuyo que aquel maldito relato, que no sé si lo escribí o lo pensé, fue la causa de todo. Intenté incorporarme en la cama pero una sensación de peso indescriptible en la cabeza me lo impidió. Y, además, el dolor. Aquello era insufrible. Me pasé la mano por la frente y, al retirarla, pude ver que estaba manchada de algo marrón que parecía barro. Me inquieté. Resuelto y atemorizado, me incorporé de un golpe, sin echar cuentas del grandísimo dolor que sentía. Una vez sentado en la cama, intenté, como hago siempre, aplacarme el cabello, y fue entonces cuando la cruel realidad comenzó a hacérseme patente. Al pasar la mano desde mi frente hacia atrás, algo impidió mi movimiento. Había chocado con algo que sobresalía de mi cabeza. Retiré la mano de inmediato, pero quedé preso de un temor siniestro. ¿Qué había en mi cabeza? Me armé de valor y, muy despacio, acerqué mi mano hasta su parte superior. Palpé algo así como una especie de palo que parecía salir de mi cerebro. Subí un poco más la mano y noté en su dorso el contacto con algo parecido a una malla espinosa. Asaltado por un horror salvaje, me levanté y, dando trompicones, fui hasta el cuarto de baño y me miré al espejo. Lo que pude ver en él me sobrecogió hasta el punto de creerme que, o bien seguía soñando, o bien me había vuelto loco. El espejo me había reflejado la imagen de mi rostro, ojeroso quizás, pero reconocible. Pero… ¿ay, Dios!: en la parte superior de mi cabeza había un pequeño arbolito, algo así como un bonsai, menor aún: de unos quince centímetros de altura. Lo toqué y lo retoqué para cerciorarme de que aquello era real. Enseguida, lo agarré y tiré de él intentando apartarlo de mí. Un grandísimo dolor que nacía en el centro de mis sesos me impidió seguir pretendiéndolo. Me quedé allí pasmado, frente al espejo, sin saber qué me pasaba ni qué podría hacer. Lo toqué suavemente, lo acaricié y, súbitamente, me eché a llorar. ¡Me había crecido un bonsai en la cabeza! ¿Cómo era posible aquello, Dios mío? ¿Y qué podía hacer? Me senté en un sillón del dormitorio y traté de pensar con algo de calma. Necesitaba un médico, eso era primordial. Pero, con aquel brote en la cabeza, me era imposible salir a la calle. ¿Qué haría? Entonces recordé que, en algún altillo de mis armarios tenía un sombrero de copa que usé una vez en un acto muy solemne. Lo busqué y lo encontré. Rápidamente, me vestí lo mejor que pude y, con el sombrero de copa en mi cabeza, ocultando el bonsai, me lancé a la calle y paré el primer taxi que pasó. Tuve que hacer una gran inclinación para entrar en él sin que el sombrero tropezara y, una vez dentro, me tuve que arrellanar para no dar con el sombrero en el techo. El taxista, que me miró como quien ve a un loco, me llevó raudo hasta el domicilio de mi médico, un viejo amigo que era el fiel oidor de todos los males que me habían aquejado a lo largo de mi vida. No eran mucho más que las diez de la mañana, pero ya había varios pacientes en su sala de espera. Me miraron entrar con mi sombrero de copa que, obviamente, no me quité, y parecieron quedar muy asombrados. Una muchacha quinceañera que estaba sentada junto a la que me figuré que sería su madre, se echó a reír. Más se hubieran reído, no solo ella, sino todos, si me llego a quitar el sombrero. Por fin, llegó mi turno y entré en la consulta de mi amigo. Se me quedó mirando y, al verme con el sombrero de copa, enarcó un poco las cejas. Me preguntó qué me pasaba y yo, por toda respuesta, me quité el sombrero. Él me miró displicente y me volvió a preguntar qué me pasaba. “¿Es que no ves este arbolillo que ha crecido en mi cabeza?”, le dije. Se acercó y me miró el cráneo, atentamente, con ojos muy profesionales. “¿Te duele?”, me preguntó. Le dije que, al despertar aquella mañana, sí me dolía, pero que ya el dolor se había disipado. Entonces escribió algo en una hoja de recetas, la metió en un sobre, lo cerró y me lo dio. “Toma. Ve a esa dirección que dice en el sobre y que te hagan lo que ahí se ordena”. Cuando me marché pude apreciar que tenía un gesto burlón. Él también se reía interiormente de mi bonsai. Me volví a colocar el sombrero de copa, salí de allí y paré otro taxi al que ordené ir a la dirección que había en el sobre. Quedé sorprendido cuando vi que se trataba de una peluquería de caballeros. Entré con mi sombrero puesto y le entregué el sobre al peluquero. Este lo abrió, lo leyó y me invitó a sentarme. “Quítese el sombreo, por favor”. Así lo hice esperando su carcajada, pero ni se inmutó. Inclinó mi asiento hacia atrás, me colocó algo sobre la nuca y comenzó a echarme lo que me pareció agua caliente. “¿Me va a doler?” “Nada en absoluto, esté tranquilo y cierre los ojos”. Así lo hice y permanecí muy quieto. Sentí cómo manoteaba sobre mi cabeza, cómo accionaba unas tijeras, cómo frotaba mi cráneo con algo áspero… Me quedé dormido. Me despertó el peluquero dándome unos golpecitos en el hombro. “El señor está servido”. Me incorporé y me miré al espejo. No sólo no había ya bonsai alguno sino que tenía la cabeza calva como una bola de billar. “¿Qué ha hecho usted?” “Lo que decía el papel: raparlo al cero”. Pero ¿y el bonsai?” “¿Qué bonsai?” Me levanté, le pagué y me fui a la calle con el sombrero de copa en la mano. Lo aplasté y lo tiré en la primera papelera que vi. Me vine a casa, escribí esta historia y me juré que sería lo último que escribiría en mi vida.
Querido Jerónimo, este úlimo relato es una delicia. La primera persona le ofrenda un poder altísimo a la historia. La mención de nuestro amigo Francisco fortalece la más que nombrada realidad y el referente del buen Kafka hace de catalizador en cada segundo de la narración. El bonsai se apodera del miedo, la cabeza embriagada de imágenes y de onirismo en estado puro también; el hilo del texto no flaquea y se autoabastece de suspenso y adrenalina.
Bienvenidísimo seas a este lado de Alaire. Hace algunos meses estamos trabajando muy duro para que sea espacio usado y disfrutado por los lectores; y lo estamos consiguiendo. Tu presencia aquí me llena de orgullo y de alegría.
Espero que tu catarro sea ya parte del pasado y que los próximos días sólo traigan ventura para ti y los tuyos.
Abrazos.
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."
El faro, Ramón Carballal
- Arturo Rodríguez Milliet
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Recibe un afectuoso abrazo navideño.
Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
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- Registrado: Jue, 09 Sep 2010 21:39
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re: EL ÚLTIMO RELATO
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Re: EL ÚLTIMO RELATO
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."
El faro, Ramón Carballal
- Maria Pilar Gonzalo
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Re: EL ÚLTIMO RELATO
Has conseguido engancharme de principio a fin con una historia de lo más común, sin personajes espectaculares, tan "solo" con el talento de mostrar sucesos paranormales en entornos reales y tangibles.
Mil gracias por regalarnos este trabajo tan estupendo.
Abrazos.
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- Mensajes: 19414
- Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20
Re: EL ÚLTIMO RELATO
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
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- Maria Pilar Gonzalo
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Re: EL ÚLTIMO RELATO
Abrazos.
- Jerónimo Muñoz
- Mensajes: 2704
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Re: EL ÚLTIMO RELATO
Hallie Hernández Alfaro escribió: Querido Jerónimo, este úlimo relato es una delicia. La primera persona le ofrenda un poder altísimo a la historia. La mención de nuestro amigo Francisco fortalece la más que nombrada realidad y el referente del buen Kafka hace de catalizador en cada segundo de la narración. El bonsai se apodera del miedo, la cabeza embriagada de imágenes y de onirismo en estado puro también; el hilo del texto no flaquea y se autoabastece de suspenso y adrenalina.
Bienvenidísimo seas a este lado de Alaire. Hace algunos meses estamos trabajando muy duro para que sea espacio usado y disfrutado por los lectores; y lo estamos consiguiendo. Tu presencia aquí me llena de orgullo y de alegría.
Espero que tu catarro sea ya parte del pasado y que los próximos días sólo traigan ventura para ti y los tuyos.
Abrazos.
Gracias por tus elogios, Hallie.
Me he acordado de este texto y he querido subirlo a ver qué tal se lee, años después.
No tengo mucha prosa escrita y los relatos que tengo son demasiado largos. Veré de buscar alguno que se adapte al sitio.
Abrazos.
Jerónimo
Demóstenes
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- Mensajes: 505
- Registrado: Jue, 16 Feb 2017 3:03
Re: EL ÚLTIMO RELATO
- Ana García
- Mensajes: 3046
- Registrado: Lun, 08 Abr 2019 22:58
Re: El último relato
Me ha encantado el relato.
Te felicito.
-
- Mensajes: 122
- Registrado: Jue, 02 May 2019 14:13
- Ubicación: Buenos Aires
Re: El último relato
Acá diríamos «se te fue la mano con la gomina, macho» (le decimos gomina a ese detestable jugo que se pone en el pelo de los niños para que parezcan dóciles y prolijos).
Muy bien escrito, por cierto.
abrazo
Jorge
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- Mensajes: 19414
- Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20
Re: El último relato
Hace dos años justo un día como hoy recibió el último comentario.
Abrazos.
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
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El faro, Ramón Carballal
- Alonso Vicent
- Mensajes: 2438
- Registrado: Dom, 30 Ago 2015 16:07
- Ubicación: Valencia
Re: El último relato
Me pareció estupendo el relato.
Un saludo, Jerónimo.
- Rafel Calle
- Mensajes: 24370
- Registrado: Dom, 18 Nov 2007 18:27
- Ubicación: Palma de Mallorca