- Carta de Marián -

Blanca Sandino
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- Carta de Marián -

Mensaje sin leer por Blanca Sandino »

---------------------------------------------- -Carta de Marián-

Hace menos de una semana, el lunes pasado fue, recibí una carta de Marián. Una carta que no iba dirigida exclusivamente a mí: en su encabezado se podían leer diversos nombres, de los cuales algunos me eran muy familiares, otros, únicamente me sonaban, y otros, los menos, no los conocía.

Marián ha sido siempre mi mejor amiga. Y lo sigue siendo, aunque últimamente por motivos personales nos es más difícil compartir nuestras cosas como lo hemos hecho durante años; pero desde siempre, desde niñas, desde que lo recuerdo, hemos sido amigas. En el colegio. En las travesuras y en las diversiones. En las alegrías y en alguna que otra tristeza. Amigas hasta la muerte, como nos gustaba decir cuando ella, o yo, o las dos, amanecíamos con uno de aquellos días trágicos que, por otra parte, quizá por la distancia y el tiempo transcurrido, yo recuerdo como inconmensurables, y que tal como Marián suele afirmar, fueron, en parte, responsables de que su vida profesional se encaminara hacia las artes y las letras; un difícil mundo en el que, a pesar de su juventud, había conseguido triunfar.

Por aquello de la amistad hasta la muerte, y a pesar de que recordé que poco tiempo atrás, en el transcurso de una cena, un amigo común había comentado que desde hacía algún tiempo, encontraba a Marián, enigmática y silenciosa, me quedé tan sorprendida al leer el comienzo de su carta: «Os notifico que me divorcio». ¡Yo no tenia ni idea de que se hubiera casado!

Y si aquella primera frase me sorprendió, a medida que el sonido de su voz se hacía casi real por obra y gracia de aquella letra tan personal, mayor era mi sorpresa:

«Cuando termine de escribiros, cerraré los ojos: no quiero ver el final de este día, porque sé que mañana no amanecerá igual; y aunque lo lamento, es sólo hasta cierto punto. Pienso que algunas cosas, de no saberlas desde el principio, cuanto antes se conozcan, mejor. Mejor, sí. Aunque duelan por dentro y por fuera. Aunque sorprendan, aunque tengan esa rara habilidad para dejarte con cara de tonta y una sonrisa descolocada que no sabe muy bien en dónde acomodarse, tal y como le ocurre a la mía. Y es que no siempre amanece igual ni por el mismo sitio. Y es que hay silencios que duelen más que otros. Y es que hay dudas que hieren. Y certezas que aún hieren más profundamente que las dudas. Y es que, y es que, y es que, y es que. Hubiera terminado antes, de haber escrito: y es que ninguno somos iguales.

He dicho que lo lamento sólo hasta cierto punto, y así es, pero eso no me impide reconocer que si un divorcio ha de doler, también duele, y mucho, divorciarse de un amigo, y que además es mucho más difícil el reparto de bienes. Y como a pesar del dolor he decidido divorciarme, pues no es así como yo entiendo la amistad: entre incomodas certezas, continuas dudas, y más de una queja, y no quiero quedarme con nada que no sea mío, podéis pasar por casa a recoger lo que os pertenezca y deseéis llevaros.

Espero que de la pequeña muestra que vais a leer a continuación, en la que no me refiero a objetos materiales (que también podréis recoger si es que los tengo yo), cada cual sepa aplicarse exclusivamente lo que le corresponda:

-lo que hicisteis por mí que no haya agradecido y pagado suficientemente.

-vuestras palabras de apoyo, ésas que parecía que a mí me resbalaban y, por ello sentisteis que habíais empleado inútilmente vuestro tiempo -incluir en ellas los consejos que no seguí-. Las de aliento y ánimo mal correspondidas. También todas las que pronunciasteis y no fueron sinceras.

-vuestros comentarios, los que eran tan vagos y sagaces que aún sin tener forma concreta ni casi entidad, parecían describirme a la perfección cuando llegaban al pensamiento de los otros. Y, por supuesto, los que no eran ni tan vagos ni tan sagaces, que de todo hay en la viña del Señor.

-las mediaciones -si las hubo-.

-todas aquellas veces que esperasteis, pensasteis o supusisteis que debería haber respondido de una manera determinada y, sorprendentemente, no lo hice.

En definitiva: vuestros enormes e innumerables esfuerzos por complacerme y hacer mi vida más agradable.

No os resultará difícil. A cada pertenencia que hayáis de recoger le corresponderá, seguro, una queja. Podréis comprobar si la conozco en una lista que he confeccionando este último mes, y terminado -¡qué larga se me ha hecho!- de escribir hace pocos minutos. Pero la conozca o no, esté en esa lista o no, lo único que tenéis que hacer es canjearla por aquello que, habiendo sido hecho por y para mí -exclusivamente por y para mí-, por la razón que fuera, acabó sirviendo para motivar la queja.

Os espero el próximo viernes 3 de mayo, a las 21:30. Por favor, no faltéis, porque ni antes ni después volveré a hablar de este asunto.»
Y sin una palabra más, aparecía su inconfundible firma.

Boquiabierta, tanto que pensé que no podría volver a cerrarla nunca más, luché contra mí, y contra mis manos que se empeñaban en ir hacia el teléfono. Cerca de veinte veces en menos de media hora levanté el auricular y lo volví a dejar en su sitio, y en cuántas de ellas me faltó únicamente un número por marcar. Y luché contra mis pies, dispuestos a encaminarse hacia su casa. Nadie más que yo sabe cuánto trabajo me costó no hacer nada, aguantarme. Respetar su deseo.

Hoy, 3 de mayo, exactamente a las a las 21:30 he llegado ante su casa. Me siento rara, extraña, indecisa, pero pulso el timbre. Me pregunto qué hago aquí. Me ocurre que, por mucho que he buscado dentro de mí una queja, al menos una, que poder canjearle a Marián, no he sido capaz de encontrarla. Y sin embargo, siento un poco de inquietud, y varias preguntas revolotean sin descanso por mi pensamiento: ¿estará mi nombre en esa lista? ¿Tendrá ella, mal que me pese y aunque yo no haya encontrado de qué quejarme, algo que canjear? ¿Será posible que después de tantos años me entere ahora de que Marián entiende la amistad de forma distinta a como la entiendo yo?

Y al tiempo que se me escapa un suspiro, bajito, muy bajito, me oigo decir: yo no quiero el divorcio. Y, mientras lo pienso, y lo digo, y tomo aire, y me sereno, se abre la puerta. Y vuelvo a suspirar, y me preparo para enfrentarme con lo que sea que Marián me tenga reservado. Pero yo sé que lo único que quiero -lo que quiero con toda mi alma-, es volver a ver su amplia sonrisa. Su sonrisa, la que desde que lo recuerdo, en todos los momentos en los que la necesité -y sin necesitarla-, nacida al calorcito de esa mágica hoguera que mantienen encendida el cariño y la amistad sincera, siempre, siempre, siempre, aparecía en su rostro.

Y así es. Sí, así: así es.


Blanca Sandino
ernesto daart
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Registrado: Vie, 10 Abr 2009 6:33

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Para mi gusto es un poco difuso. Hubiera estado bien conocer esas travesuras y complicidades... Saber lo de los dias "trágicos" Se sabe poco de la amistad.
Un saludo
Para ser soy otro.
Blanca Sandino
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Registrado: Jue, 22 Nov 2007 14:30

Mensaje sin leer por Blanca Sandino »

ernesto daart escribió:Para mi gusto es un poco difuso. Hubiera estado bien conocer esas travesuras y complicidades... Saber lo de los dias "trágicos" Se sabe poco de la amistad.
Un saludo
Tienes razón, Ernesto. en realidad me interesaba más la segunda parte que la primera, y como era un poco largo... recorte las travesuras : ))

Gracias por leerlo y por tu comentario, que tengo muy en cuenta.

Blanca
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Julio Gonzalez Alonso
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Mensaje sin leer por Julio Gonzalez Alonso »

Inquietante y conmovedor, amiga Blanca. ¡Cuántas posibilidades abres con tu relato y en cuántas facetas nos vemos reflejados! Me has tenido en suspenso hasta el final, y el final es cosa que imagino más amplio, más diverso, ya sólo mío.
Salud.
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Alonso de Molina
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Mensaje sin leer por Alonso de Molina »

como a Julio, en suspenso hasta el final, y nos dejas con la miel en los labios. No sabemos si tu nombre está entre la larga lista de aplicativos no materiales.


un beso fuerte

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©Alonso de Molina
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J. Sabines
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