© Blanca Sandino (Indah) - La pintora de pájaros. -

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Marisa Peral
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© Blanca Sandino (Indah) - La pintora de pájaros. -

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- La pintora de pájaros. -

Aquella mañana había una reunión importante en el Ayuntamiento del pueblo.
Un pueblo que, como todos, disponía de un vecino ilustre, de un vecino
tonto, de vecinos corrientes, y del que era temido, aborrecido y odiado. En
este caso, se trataba de una mujer: Graciela. Llegada años antes, se
había asentado en una casa, propiedad de su familia, que había ido pasando
en herencia de unos a otros, desde aquel antepasado que dejó el pueblo para
emigrar a algún país sudamericano. Su forma de actuar había hecho de la
mujer el vecino más repudiado e incómodo, ya que parecía vivir por las
noches y dormir durante las horas del día, y rara vez se la había visto
gastar un céntimo en ninguno de los cuatro comercios con los que contaban.
Todo lo que necesitaba para vivir, le era llevado directamente en un camión
de alguna de las grandes empresas que se dedicaban a vender a distancia.
Para unos era una bruja, para otros, al menos así lo afirmaban, pintora.

-Os juro que es cierto - insistía una y otra vez Marcelino que había estado
meses antes en la capital y que, aunque hasta aquel momento había callado,
nunca sabremos bien por qué, confesaba aquel mismo día haber visto, o eso
decía, una exposición de sus cuadros-. Creedme, es como una obsesión: sólo
pinta pájaros.

El alcalde asentía un poco sorprendido por las palabras de Marcelino,
mientras se esforzaba en hacer silencio en medio del guirigay que se
extendía por la sala de plenos. Por fin, tras varios intentos, lo consiguió
y dijo:

-No pongo en duda tu palabra, Marcelino, pero ¿eso de qué
nos sirve? ¿Acaso estas dispuesto a ir a hablar con ella, a interrogarla y,
si llega el caso, obligarla a que abandone el pueblo?

-Pues si las cosas no cambian- respondió el interpelado-, alguien tendrá que
hacerlo. ¿Quién dice que esa mujer no es la culpable de lo que está
ocurriendo?

Casi todos asintieron. ¿Quién podía asegurar a qué se dedicaba por las
noches? ¿Quién podía asegurar que sus cuadros no estuvieran llenos de aves
disecadas o incrustadas en ellos? ¿Quién podía asegurar -dada su afición a
la brujería que, al parecer, consideraban ya probada, y a pintar pájaros-
que no fuera la culpable de que las aves hubieran desaparecido del cielo
del pueblo? ¿Alguien se atrevía a asegurar que no era ella la culpable de
que las cosechas estuvieran siendo devoradas por una ingente cantidad de
insectos de todas clases? Nadie. Y durante varias horas, uno tras otro daba
su opinión en contra de que aquella mujer continuara viviendo en el pueblo.

-Estáis locos. -Les reprendía el párroco, sin conseguir que nadie, salvo
algún niño, le hiciese caso.

Días más tarde, una comitiva formada por nueve de los más importantes
vecinos y presidida por un Alcalde bastante inquieto, esperaban a que la
puerta se abriera, casi rezando para que la mujer no se negara a recibirles.
Graciela les hizo pasar a una sala prácticamente vacía. Pareció prestar
gran interés a las inseguras palabras del Alcalde y, cuando éste terminó de
explicarle todas las desgracias que les estaban ocurriendo desde que hacía
unas semanas habían dejado de ver en el cielo del pueblo el más mínimo
vestigio de cualquier tipo de ave, de las muchas que siempre lo habían
cruzado, cerró durante unos segundos los ojos, guardando un silencio que a
todos se les hizo eterno. Por fin, pareció volver a la realidad para decir:

-No lo sabía. Y lo lamento mucho, pero - aseguró-, no sé qué podría hacer
yo para remediarlo. Soy ornitóloga, he estudiado las aves durante años, y
las amo, pero hace mucho tiempo que no me dedico a esa actividad, y
desconozco qué puede haber hecho que huyan. Desde que me instalé
aquí únicamente las pinto, pero jamás las tomo como modelo -dijo, mirando
fijamente al Alcalde y después, uno a uno, al resto de los vecinos-. No me
gusta pintar la realidad, pinto la que yo misma imagino. Y desde luego que
nunca las privaría de su libertad. Si lo desean, pueden registrar la casa.

Hubo entre ellos un cruce de miradas. Para la mayoría era, realmente, la
primera vez que escuchaban su voz. Parecía absolutamente sincera y
tranquila; tampoco había rastro alguno de rencor por aquella sorprendente
actitud, por el contrario, daba la sensación de estar muy conmovida por
la situación de sus convecinos.

-Nadie, señorita, pretende culparla de la situación.- Respondió el alcalde
avergonzado por los pensamientos que ahora le parecían tan infantiles, por
estar allí y por su mentira. Como un crío atrapado robando fruta, hizo por
escurrir el bulto.- Le ruego sepa disculparnos el haberla molestado.

Graciela, tratando de demostrar que aceptaba sus disculpas, le sonrió, y
sin molestarse en cerrar la puerta, como indicándoles a todos que aquella
casa estaba abierta para quien lo deseara, subió lentamente la escalera que
conducía al estudio en el que pasaba largas horas entregada a su pasión:
pintar pájaros.

Amaneció un nuevo día y todos los habitantes del pueblo, menos Graciela,
aunque en aquella ocasión sí había sido invitada, acudieron al
Ayuntamiento. El Alcalde los había convocando a primera hora de la mañana
para darles una importante noticia. Éste enarbolaba unos folios que, en
cuanto estuvieron sentados y en silencio, le sirvieron para apoyar su
discurso. Sabía, les dijo, de buena tinta, pues desde la capital le había
llegado un informe en el que se recogían las últimas noticias, que los
pájaros parecían estar abandonado definitivamente el planeta. No eran, por
desgracia, los únicos que no volverían a verlos volar, ni los únicos a
quienes se les arruinaban las cosechas, ni los únicos ante los que el futuro
se presentaba tan negro como incierto. Desgraciadamente era algo que estaba
ocurriendo a nivel mundial.

Un inquietante silencio se extendió entre los presentes. Aquella noticia era
terrible. Durante muchos minutos no se oyó otra cosa que algún suspiro de
resignación, quizá un sollozo perdido entre la gente.

De pronto algo tan increíble como inesperado sobresaltó la asamblea.
Incrédulos aún, prestaron atención al sonido que les llegaba desde el
exterior. El canto de un pájaro, que les pareció un sueño, les inmovilizó
por unos instantes, para después hacerles correr embarulladamente hacia la
calle. Allí, sobre uno de los árboles de la plaza, pudieron ver una extraña
criatura con forma de ave: el más hermoso pájaro que jamás hubieran visto.
Horas después, ya eran varios los que se paseaban por las cosechas
alimentándose de los insectos que pululaban por ellas, y de los que
encontraban sobre las ramas.

No había pasado una semana, pero la actividad de un pueblo tan pequeño que
jamás había figurado en ningún mapa, era ya frenética. Se sucedían las
visitas de periodistas, científicos, políticos y personas de toda condición,
dispuestos a desembolsar lo que fuera con tal de poder ver un lugar en el
que los pájaros eran tan felices que jamás cruzaban sus fronteras, y que se
reproducían y alimentaban como siempre lo habían hecho las aves. Sus
corazones latían de nostalgia y sus ojos se hacían enormes igual que sus
bocas al contemplar el hermoso colorido de sus plumajes y las formas
increíblemente bellas de sus cuerpos, de todos los tamaños.

Graciela, sonreía, quizá pintaba, y, en ocasiones, regalaba alguno de sus
dibujos, normalmente a un niño.


[© Indah . Mayo de 2002]
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