Sé que puedo abrazarte esta noche que muere
en el gris tembloroso y mustio de los faros,
en un rincón perdido del muelle de las brumas
que escucha los lamentos de un hombre atormentado.
Llegas desde la orilla y me das el instante
que habla de una sonrisa que se adentra en los labios
que tuvieron la garra de un guiño irreverente,
y penetra en las venas con un verso incendiario.
Sientes cada mirada en un dique perdido
y desangrado,
cada recuerdo hiere la estalactita hundida,
cada sonrisa loca es el grito de un bardo
que despierta el amor, ilumina el ensueño
y se deja arrastrar por la lengua y los brazos.
Te hablaré del venero lejano que te guía,
que te sigue llamando,
de las olas que bañan los pies de la escollera
y llenan de memoria la esperanza de antaño,
tocas cada palabra que hiere dulcemente,
cada deseo triste que persiste llorando
y sostiene los pulsos sensitivos del vuelo,
una estrofa cautiva, un verbo desplegado
en las alas del viento, en la declinación
de un verso enajenado,
eres cada secuencia que extiende la fragancia
de una rosa en la frente de un soplo venerado
que se abre en el silencio, exhala los latidos,
vive para soñar y muere en el milagro.
(Brel en la Escuela de Comercio)