Por sobre las terrazas alunadas
donde se aman cautelosamente los gatos
y los brillos esquivan las chimeneas
creo que nadie sabe lo que yo sé esta noche
algo aprendido a pedacitos y a pulsaciones
y que integra mi pánico tradicional modesto
¿Cómo desmenuzar plácidamente el miedo
comprender por fin que no es una excusa
sino un escalofrío parecido al disfrute
sólo que amarguísimo y si atenuantes?
Benedetti
El poso de la noche es siempre el mismo: la angustia de tenerte y de perderte. El sueño de sentir en mí tu carne, el miedo de tener que desprenderte. Los árboles, los ríos, cada noche emprenden el camino nuevamente.
Los labios o los besos
aproximan los seres a su centro.
Sería tan sencillo quererse
si no existiera nada:
dos seres solamente,
ni los árboles,
ni la lluvia,
ni tú ni yo.
Dos seres solamente:
ELLOS.
Sería tan sencillo quererse.
Pasearían por nuestra tierra
—ardiente—
como se hizo ya una vez,
en el principio.
Pero el vivir
con gente de por medio,
con luces que desgarran
espaldas en silencio
resulta más difícil.
Los labios o los besos
aproximan los seres,
los sorben,
los acercan
como el aire a los pájaros.
De pronto los separan,
los hunden,
los deshacen.
Y entonces, amantes solitarios,
viven buscándose.
Se encuentran en su dolor.
Arrastran lentamente
su típico bagaje.
Sólo tú y yo nacemos cada día al ver a los demás cara a cara. Sólo tú y yo, de noche, con ojeras, nos morimos de pronto al despertarnos. Aquella pena de sentirnos solos como la noche repite y clama.