y una batería en un prado yermo.
Suena el dolor,
entre las hojas muertas y los suelos dorados
el feroz sonido de sus cuchillos,
los susurros de sus vibraciones nocturnas.
Apagar las luces puede ayudar a calmar,
a descartar el propósito,
a olvidar el miedo a la intemperie.
No quiero saber qué piensas,
no sé si esto es para ti:
hay niebla en los signos,
la revelación se marchó
y antes no pude hablar con ella.
Así suena el dolor,
recogiendo a paladas
todas las hojas del otoño,
recogiendo a paladas
la vida que pilotamos a ciegas,
el hogar que con tanto atrevimiento
construimos para otros.
Lo que nos sostiene –tú ya lo sabes–
no son sus ladrillos ni sus cristales.
Otros serán quienes proseguirán.
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