permíteme invertirme para amarte,
permíteme salir del claroscuro
para poder así trepar por las fachadas
del laberinto, todo carne ya, disecada y penitente.
Hoy te quiero cantar a luz de pecho
mariposas ceñidas a mis ojos,
el vuelo de una pluma sin vida, pero autónoma,
como el brillo incesante de la estación, andén, tren que se me escapó.
¿Sabes, mirada límpida, por qué?
Porque hoy mi intención es captar reminiscencias que no pueden morir.
No mueren, porque avisan como un interruptor, una bombilla
que me reencarna el alma.
No mueren porque en ellas incidía esa chispa, tan fuego y tan escarpia que amartilla lo cierto.
Y lo cierto, mi ama de distancias, es que todas las casas recuerdan a tu espejo.
A veces, con sublime persuasión, otras, con esa furia carmesí
de la última hoja del otoño,
que resiste emboscada, y emboscadas,
pero no mece el vértigo, sino la sensación inequívoca y ardua de hacer pie.
No sabes lo que mecen mis recuerdos:
"Amor, lo que yo llevo en mi mochila, es la penetración del mundo en verso.
Amor, lo que yo llevo en mi mochila, es no verte y pedirte no perderme entre todas las cosas que te pido.
Amor, lo que yo llevo en mi mochila, es una invocación de mi boca.
Amor, lo que yo llevo en mi mochila, es solo otra mochila, en la que otra vez yo y tu parpadeo hacemos las maletas.
Amor, lo que yo llevo en mi maleta. Amor, lo que tú llevas en la tuya."