El tártaro

[M. Sánchez]

Saber, lo que se dice saber,
tú solo sabes de Dioses y de Diosas, de reyes del tamaño de los dioses
y de pequeños monstruos que se hicieron gigantes
por azar de los hombres y las cosas.
Tú eres quien me contaste
cómo la ruta que tomó Teseo hasta llegar a Atenas
estaba sometida por ladrones,
y que a cada momento te salían al paso
cuerpos con sus mascotas
que eran bestias salvajes. Que fue Eros, en nombre del amor,
el único portento que nació de la nada, y que después llegaron Eter y Hemera,
la luz y el día.¿ Por qué brindabas cómplice ante la estatua imponente de Dionisio?;
levantando tu copa me dijiste: este es el protector de lo que fuimos.
Tu lo sabías todo,
lo que es bueno saber y lo que precipita en los campos de Hades,
en esos sobresaltos que trae el inframundo.
El problema es que hay números primos y metáforas negras
que no tienen espacio a donde huir, y el color de una rosa, al medio día,
no puede protegerse del fuego y del metal.
Yo mismo descubrí que el caballo de Troya
estaba lleno de verdades eternas, y que de su interior no salieron jamás
guerreros bien armados, sino escenas de alcoba
que viven todavía junto a los arrabales y las casas de empeño.
Por eso,
aún no resulta fácil ordenar el temblor de las estrellas,
sumarlas una a una,
y después de un suspiro
llevártelas a casa.

[Ramón Castro Méndez]

Muy buen poema, Manuel. Tu poesía me tiene enganchado.
Un fuerte abrazo.