El cielo oscuro,
olor a pino
que en sus ramas
custodia una paloma
que se refugia de la lluvia,
que se mira en el espejo
y solo ve
a un hombre soñando.

La luz
del mediodía
recoge
un cielo
cubierto de nubes,

entre mis dedos
un cigarro
y la levedad
del aire
aullentando
el humo,

acostumbro
a pasear
por el invierno,
a pensar
en el frío.

Alas abatidas
a la derrota
de la noche,
se vacía el alma
en el crepúsculo,
vacila el canto
de un pájaro
en el horizonte,
y las horas
se tiñen oscuras,
buscando palabras
en papeles rotos.

Vuelve la luz a caer del vuelo de un pájaro, prendida de trinos, anocheciendo siempre, entre nubes inmensas, de perfiles suaves. (Del alma) Vuelve la luz a caer del aire de las ramas de la tarde, vestida de noche, ya oscureciendo, ya soñando, en la orilla del encierro que siembra la soledad.

Dicen las sombras,
la soledad no vuelve,
nace en silencio,
como la herida
del cielo que olvida,
como la piel abandonada
a la oscura noche,
a la distancia,
que no llega a tocarte.

Un paseo
por las nubes,
siembra el sueño
del agua
los pozos
de Europa,
se abre paso
el arroyo,
constante espejo
del cielo,
la sed
que camina
por el cuerpo vivo,
por la tierra fértil.

La claridad
de esta tarde,
anclada
en luz suave
se refugia
-misteriosa-
en la voz
de una estrella.

Noche cerrada,
todavía palpita
la tristeza
bajo la piel
de las horas,
se destrenza
un aliento frío
de la boca,
con la dulzura
de la brisa,
en la soledad
del vacío
sin ti.

El agua
del desasosiego
que en forma
de lluvia
cae sobre
los sentidos
o fuga
la lentitud
del tiempo,
detenido
a cada instante.

Las manos hablan
de la noche,
de un sueño
en la piel
de tu espalda,
que teme al frío
y se desnuda con el sol
los días de invierno.

Recoge el rocío
las estrellas muertas,
como cuando suspiras
detrás de la lluvia.

Las manos hablan
de las noches,
de un sueño
en la piel
de tu espalda,
que teme al frío
y se desnuda con el sol,
los días de invierno.

Tímidas horas
se deshojan
al compás
de una música
tranquila,
la distancia
hasta ti
es un aullido.