Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Julio Gonzalez Alonso
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Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
Confesiones tardías de adolescencia.
Fueron aquellos días en que -a veces- creíamos ser muy mayores, nos enamorábamos como burros y nos entraban aquellas tristezas adolescentes que se recreaban en las hojas muertas del otoño, aspirábamos el aire frío de las primeras nieves y cantábamos villancicos.
Días de colegio. De instituto Doctor Álvarez Miranda. Y el cuadro de profesores, tan jóvenes. Don Eugenio, Zulima, doña Ana... Porque unos llevaban, sin que supiéramos muy bien por qué, el don, y otros, no. Pero todos eran respetados y, en la mayoría de los casos, queridos. No recuerdo ningún mal comentario sobre ninguno de ellos. Don Domingo nos hablaba de la miel y las razones de gustarle o no, en lo que tenían que ser las clases de la Formación del Espíritu Nacional, aquella asignatura obligatoria del antiguo régimen de la dictadura; Zulima, que venía desde la Robla, se desparramaba en ecuaciones por los encerados, don Eugenio tiraba de pipa y de láminas de dibujo y nos preparaba decorados para la Navidad, y doña Ana... ¿Quién no estuvo enamorado de doña Ana a los catorce años? Pasaba a tu lado con aromas de manzana y una sonrisa de ángel. Te daban ganas de hacer algo mal, solamente para tener un pretexto y estar cerca de ella una vez más y recibir el consejo, la orientación, la corrección oportuna que trazaba con suavidad en alguna de las páginas de tu cuaderno y conservabas con rubor como un trofeo, creyendo leer más allá del trazo suave y armonioso de su letra.
Doña Ana, Ana me apetece llamarle ahora, era nuestra profesora de Literatura y la directora del Instituto. Lo suyo era la poesía. Me encantaba verla contar las sílabas de cada verso tamborileando con los dedos de su mano derecha sobre la mesa. Me encantaba todo, como a cualquier enamorado y además adolescente muchacho de La Pola. Pero me lo callaba. Como todos. Sólo admiración silenciosa, pasmo y cara de pánfilo ante Ana.
Cuando tocó aquello de ser de cuarto y reválida y despedirse del Instituto, hicimos un viaje que se me antojó larguísimo, hasta Zamora, Salamanca y Valladolid. Ana, que era asturiana y además de saber de Arte y Literatura le gustaban el Arte y la Literatura (cosa poco habitual en un profesor), no perdió ocasión de mostrarnos las riquezas arquitectónicas que atesoramos en las tierras leonesas. Los recorridos por las ciudades eran bastante libres, con distintos profesores. Yo, siempre iba con Ana. Y así surgían ocasiones de charlar de todo. De ese modo recibí como un regalo la confidencia de que a ella le gustaba escribir poesía y su propuesta de intercambiarnos algunos poemas. Los suyos, espléndidos, supongo que muy bien escogidos y con aromas de calidez. Los míos, podeis imaginarlo. Pero es que, además, tenía la delicadeza de comentármelos, los suyos y los míos, de sugerir correcciones (he dicho sugerir, pues de tú a tú a un poeta no se le manda, se le sugiere...) y de proponer nuevos temas. ¡Qué final de trimestre! Nunca en mi vida leí tanta poesía como entonces; me enfrascaba en las metafísicas ensoñaciones de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, en Garcilaso y Quevedo, me sumergía en la retorcida sintaxis barroca de Góngora perdido para siempre y desesperado por entender lo que debía entender mi profesora, sin conseguirlo.
En Salamanca llovió e hizo frío. Pero un grupo de intrépidos seguimos a Ana por las calles solitarias y húmedas de la ciudad renacentista empapándonos más que de agua, del verbo y las explicaciones de nuestra profesora, capiteles, almohadillados, columnas, frontones, ventanas geminadas, crecían aquí y allá y nos rodeaban retadoras y reclamando su descripción. Ana, entregada, no desfallecía. Finalmente, sus manos y su cara también empezaron a sentir el implacable frío y todos nos refugiamos en un café -uno de aquellos clásicos cafés- aledaño a la Plaza Mayor. Café con leche, emoción, más conversación sobre arte. ¡Cómo olvidarlo!
No sé qué habrá sido de esta profesora. De otros he conocido que nos han dejado ya hace años. Pero sigo viéndola tan joven, tan guapa, tan interesante como entonces porque mi corazón adolescente siempre le ha sido fiel. Un beso, Ana.
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Re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
Luego, durante un año, nos dio clase de religión el Padre Fernando, y, aunque mucho más joven, era sacerdote. El resto de los cursos, la clase de religión la impartió otro sacerdote, bastante mayo y malhumorado. A mí, a partir del segundo trimestre, me mandaba fuera de la clase tal como entraba; ni me miraba, sólo decía: Sandino, fuera...
Cachis en la mar.
Me ha gustado.
Blanca
- Amparo Guillem
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re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
el arte del maestro es llegar al tuétano de nuestros deseos: siempre hay un punto de partida, y la persona que nos lo marca está siempre en nuestro pensamiento.
Un saludo para todos ellos es lo menos que podemos dedicarles.
Gracias por tu relato, que me hizo recordar mis años mozos de instituto.
- Alonso de Molina
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pero, quién no ha estado enamorado de una profesora? pues servidor tambien lo estuvo de una de francés, pero es que además la chica era monja; así anda uno con esta aprensión por los obispos.
un abrazo compañero
.
©Alonso de Molina
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J. Sabines
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
Blanca Sandino escribió:Me han gustado tus confesiones. Por desgracia para mí (y mis compañeras) no había de quién enamorarse, el profesor de dibujo era el marido de una de las profesoras y tenía casi tantos años (a esas edades, como una es chiquita aún de tamaño, más de cuarenta era ya ser un vejestorio) como su mujer : )))
Luego, durante un año, nos dio clase de religión el Padre Fernando, y, aunque mucho más joven, era sacerdote. El resto de los cursos, la clase de religión la impartió otro sacerdote, bastante mayo y malhumorado. A mí, a partir del segundo trimestre, me mandaba fuera de la clase tal como entraba; ni me miraba, sólo decía: Sandino, fuera...
Cachis en la mar.
Me ha gustado.
Blanca
Amiga y compañera Blanca, soy del parecer de que todas las adolescencias nos parecen diferentes y terribles, pero que todas son y han sido lo mismo, con sus pequeñas y grandes tragedias, amores y desamores. Estas confesiones, aunque con un carácter muy local y nombres propios, creo que pueden ser extrapoladas a otros ambientes y lugares con otros nombres propios sin que lo esencial venga a ser muy distinto. Por ello, en la convicción de ser entendido compartiendo las confidecnias aquí dejadas, puse este envío. Me alegra infinito el que te haya despertado la parte más amable de tu adolescencia, Blanca.
Salud.
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia
Amparo Guillem escribió:Estimadísimo Julio:
el arte del maestro es llegar al tuétano de nuestros deseos: siempre hay un punto de partida, y la persona que nos lo marca está siempre en nuestro pensamiento.
Un saludo para todos ellos es lo menos que podemos dedicarles.
Gracias por tu relato, que me hizo recordar mis años mozos de instituto.
Amiga Amparo:
Encantado de haber servido de pretexto para retrotaerte a tus todavía cercanos años mozos de instituto. Con un abrazo.
Salud.
- J. J. Martínez Ferreiro
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re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia.
Un abrazo.
- MarRevuelta
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- Julio Gonzalez Alonso
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Alonso de Molina escribió:Que suerte de profesora Julio, Doña Ana además poeta, mujer hermosa a la que sus alumnos le siguen guardando fidelidad
pero, ¿quién no ha estado enamorado de una profesora? pues servidor tambien lo estuvo de una de francés, pero es que además la chica era monja; así anda uno con esta aprensión por los obispos.
un abrazo compañero
.
A veces, lo sabes, ocurren estos milagros; ahora bien, lo de poner en el altar del amor a una monja... no sé, amigo Alonso, pero doy en pensar que te puede ese don Juan Tenorio andaluz por antonomasia y que ya desde jovencito te iba eso de pelear, aunque fuera por monja o novicia, je,je,je.
Gracias por la oportunidad de tu comentario. Con un abrazo.
Salud.
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: re: Días de colegio. Confesiones tardías de adolescencia
J. J. M. Ferreiro escribió:Maravilloso relato amigo Julio. A medida que lo iba leyendo me lo iba imaginando por ti interpretado; o sea, encandilado, iba siguiendo las inflexiones, interpretaciones de esa maravilosa voz grave que multiplica la siempre entrañable calidez de tus textos.
Un abrazo.
Gracias, Ferreiro; te imagino escuchando y a la vez reinventando tu propia historia. De nuevo agradecido por tus palabras próximas y amables.
Salud.
- Julio Gonzalez Alonso
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MarRevuelta escribió:Yo no tuve la (des)ventaja de tener profesores, fui a un colegio de monjas pero recuerdo perfectamente las moraduras de mis rodillas al subirme a la valla para ver a los chicos del colegio de al lado y como no, algún que otro profesor. Tu relato es un ejercicio de memoria colectiva; todos hemos sido adolescentes y la mayoría, poetas por "amor". Me ha gustado mucho. Un saludo, María.
Perdona, amiga Mar, la tardanza en responder al comentario tan interesante que has dejado escrito, confesiones de por medio de anécdotas como la de las rodillas torturadas contra la valla del colegio por intentar ver a los chicos. Me ha encantado encontrarte en esta, que tú defines, memoria colectiva en la que también profesaste la poesía por amor. Gracias, de nuevo.
Salud.
- Marcos de la Mancebía
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- Julio Gonzalez Alonso
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Marcos de la Mancebía escribió:Yo tenía una profesora de inglés... I'm sorry, but I don't speak english... Pero al menos aprendí anatomía...
Nostálgico texto de tus inicios como poeta.
Quizá haya que incluír a Ana entre las Musas.
Que la recuerdes con salud.
Marcos
Gracias, Marcos; incluiré a Ana entre las musas siguiendo tu recomendación y mis ganas de hacerlo. Con un abrazo navideño.
Salud.
- Julio Gonzalez Alonso
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Juan Vicedo escribió:Amigo Julio Alonso: Llevas muy bien el relato: con un enfoque general, para luego ir centrándote en la figura de Ana. Son ratos o días que no se olvidan. Todos hemos podido tener una Ana o una Mayte. Amor platónico sin tener ni idea de Platón. Un saludo y felicidades.
Amigo Juan, perdona por el retraso en corresponder con las gracias debidas a tu amable comentario; me ha hecho ilusión recibir tus palabras.
Salud.