soy un perro que yerra
en el resplandor de una herida,
en el patio que no halla
su ritmo ni tu huella.
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el dolor de tus ojos, la llaga de la voz
de un pañuelo perdido y solitario
que agita para siempre la memoria,
mientras vuelvo a la duda
que estremece una imagen
terrible y asfixiante que penetra en mi olvido.
Me arrastro en las estrellas
que lloran a lo lejos
para hablar con la muerte que respira en mi sangre,
para volver sin pausa y sin recuerdo
a tus pasos perdidos que vibran en la noche
tierna de la caricia arrebatada
que espera regresar entre las azucenas
que llevaste en un cesto desgajado
al rumor de la barca remota de los muelles,
a la cumbre del aire que su pena supura.
En los vanos sombríos de la iglesia ruinosa
escucho tu lamento extenso y calcinado
para resucitar en mi pecho anhelante,
en mi mirada ardiente
la gracia de tu rostro, la luz de tu sonrisa
y el lento suspirar que anidaba en tu boca
y brilla para siempre entre los muertos.
(Brel en la Escuela de Comercio)