un punto central
pasmado o plasmado
en el blanco papel, sucedáneo
del frío, la blanca nieve
o mi cabeza enterrada.
Es circundado (pienso
lo que digo) por el vuelo
del águila imperial
en tocar las encías
reblandecidas
por mucosas
de oro líquido.
El infinito tangencial
al círculo dibujado,
que delimita el vacío
o el primer campo
de cognición cerrado,
levemente cae por la corona
con excesiva lentitud
de siete espinas
en el corazón (vean
los barquitos de vela,
los siete soles caídos
en la espuma del mar,
o las siete cabezas
de la bestia abominable).
De los nidos
cayeron mis manos
levantando las iniciales
mal pronunciada,
sigue el triángulo
con patas, la cesta
vacía sin huevos,
la ele de fumar
costo de la vida.
Vino el verbo a redondear
la desnudez de mi tiempo,
preñando el vacío de luz,
llevóme consigo más allá
donde nada me sostiene,
reduciendo la memoria
a la esperanza de un pez
hundiéndose en ensueños
las redes en pantallas
digitales; mis dedos son
la punta del iceberg
señalando la infinitud,
más allá, lo innombrable
(Abbá).
Un solo ojo
atrapó el vuelo
del espíritu
de los hombros,
donde reposa la cabeza,
que ahora sobresale
de la nieve y el frío
de las cárceles
(de este cuerpo mío
reducido a materia
incandescente).
Así queda
dibujado el nombre.
Mi propio nombre,
como la última estrella
antes de que todo se apague
y llegue el fin de los tiempos...
... Más allá, solo existes
Tú: Abbá.