Reto a pelo 2: La velada
Publicado: Dom, 31 Mar 2024 12:29
Burundanga, alivio del ron
“Cuando Lisa castiga, Mawú perdona”
Aquella vez que fui a Cuba no era por trabajo. No avisé a mis clientes, no me hospedé en el hotel de siempre. Bernal quería resolver asuntos familiares y aproveché para acompañarlo, e indagar otros aspectos de Cuba. Cuando el tiempo me permite navegamos juntos. Su barco, una balandra de 70 pies de eslora, sostiene sobre su mástil gran velada que nos divierte maniobrar, siempre a favor del viento, mi capitán.
Son dos días desde el puerto Cariari, en Costa Rica, hasta La Habana. Aprovechamos las mañanas para pescar y la tarde/noche para hacernos la cena con lo que conseguimos. La luna llena era noche, tan luminosa como el día. Le conté que tenía ganas de conocer el Vudú. Me lanzó una mirada de reproche.
El mar estaba en calma, el barco se deslizaba tranquilo; no peligraban las copas de vino, las brasas ruborizaban las langostas y yo pensando cómo lo haría.
– Sí, ya sabes que soy curioso.
–¿Estás loco mae? Es una barbaridad.
– Ya me conoces. Da igual lo que digas, voy a ir. Sabes que he hecho cosas de ese tipo y salí para versarlo – me reí mucho con su cara de asco. Seguimos hablando de otras cosas, supuso que era una locura pasajera y no insistió más.
Incluso para alguien acostumbrado a meterse en lugares inhóspitos, aquel cubículo daba grima: casi a oscuras, el suelo de tierra, el techo de palma, las columnas de guayacán, aquel olor a humedad que genera el Caribe y que ya nunca se te olvida. Tenía innumerables altares con animales disecados, santos y vírgenes, todos rodeados con luminarias de cera; un féretro presidía la sala y aquella música de tambores martilleaba mis oídos.
La primera tarde nos fuimos a pasear la Habana vieja. Calles llenas de artistas, las casonas restauradas de los ricos españoles devolvían cierto esplendor al presente. De vez en cuando, el vía crucis nos destinaba una taberna. En la preferida de Hemingway nos encontramos con un grupo de cubanos en plena fiesta. Allí estaba Gloria, con esa sonrisa que atravesaba el Atlántico para adentrarse en lo profundo de los Pirineos cuando parece verano. El son se me perdió con su primera mirada. Empezamos a conversar, bailar no sé mucho. Entre copa y copa, le comenté lo del Vudú, me dijo que sus familiares eran devotos de Mawú – empezamos bien, me dije, sabe rimar. Ella no era practicante, pero que me podía acompañar. Quedamos al día siguiente, mientras Bernal resolvía sus asuntos.
Al cráneo de una cabra le habían puesto unas gafas de sol y un gorro jamaiquino. Me dio un escalofrío, empecé a intuir que algo no estaba bien; era tarde, debía seguir adelante con orgullo marinero.
Por la mañana compré unos cigarros de Vega Robaina, dicen que espantan los malos espíritus, mi amigo tiene unos de los mejores tabacos de Cuba. Gloria estaba esplendorosa, su falda unía su ombligo con el cielo. Como fue hace tiempo tampoco me acuerdo de todo exactamente.
Volvió a correr el ron, decían casero, pero el mareo que iba sintiendo no era el compañero cotidiano de mis jumas: yo soy un resiliente y tengo carburador universal.
Me preguntaba, ¿cuándo va a empezar la ceremonia? Miraba a Gloria que me respondía con unos ojos guasones, pidiendo calma.
Llegué, gracias a un viejo taxista al hotel. Fui a la embajada a que me expidieran un pasaporte provisional que, entre risas por mi explicación, hicieron con gusto.
-Una gran velada Prior.
-Sí Bernal: Santos, velas, putas e ingenuos no faltaron en el comedor.
Me lo robaron todo, pero lo que más me dolió era no tener mi celular para agradecer a Gloria su modestia y la velada. Le hubiera enfriado la cera en su coño.
elPrior
“Cuando Lisa castiga, Mawú perdona”
Aquella vez que fui a Cuba no era por trabajo. No avisé a mis clientes, no me hospedé en el hotel de siempre. Bernal quería resolver asuntos familiares y aproveché para acompañarlo, e indagar otros aspectos de Cuba. Cuando el tiempo me permite navegamos juntos. Su barco, una balandra de 70 pies de eslora, sostiene sobre su mástil gran velada que nos divierte maniobrar, siempre a favor del viento, mi capitán.
Son dos días desde el puerto Cariari, en Costa Rica, hasta La Habana. Aprovechamos las mañanas para pescar y la tarde/noche para hacernos la cena con lo que conseguimos. La luna llena era noche, tan luminosa como el día. Le conté que tenía ganas de conocer el Vudú. Me lanzó una mirada de reproche.
El mar estaba en calma, el barco se deslizaba tranquilo; no peligraban las copas de vino, las brasas ruborizaban las langostas y yo pensando cómo lo haría.
– Sí, ya sabes que soy curioso.
–¿Estás loco mae? Es una barbaridad.
– Ya me conoces. Da igual lo que digas, voy a ir. Sabes que he hecho cosas de ese tipo y salí para versarlo – me reí mucho con su cara de asco. Seguimos hablando de otras cosas, supuso que era una locura pasajera y no insistió más.
Incluso para alguien acostumbrado a meterse en lugares inhóspitos, aquel cubículo daba grima: casi a oscuras, el suelo de tierra, el techo de palma, las columnas de guayacán, aquel olor a humedad que genera el Caribe y que ya nunca se te olvida. Tenía innumerables altares con animales disecados, santos y vírgenes, todos rodeados con luminarias de cera; un féretro presidía la sala y aquella música de tambores martilleaba mis oídos.
La primera tarde nos fuimos a pasear la Habana vieja. Calles llenas de artistas, las casonas restauradas de los ricos españoles devolvían cierto esplendor al presente. De vez en cuando, el vía crucis nos destinaba una taberna. En la preferida de Hemingway nos encontramos con un grupo de cubanos en plena fiesta. Allí estaba Gloria, con esa sonrisa que atravesaba el Atlántico para adentrarse en lo profundo de los Pirineos cuando parece verano. El son se me perdió con su primera mirada. Empezamos a conversar, bailar no sé mucho. Entre copa y copa, le comenté lo del Vudú, me dijo que sus familiares eran devotos de Mawú – empezamos bien, me dije, sabe rimar. Ella no era practicante, pero que me podía acompañar. Quedamos al día siguiente, mientras Bernal resolvía sus asuntos.
Al cráneo de una cabra le habían puesto unas gafas de sol y un gorro jamaiquino. Me dio un escalofrío, empecé a intuir que algo no estaba bien; era tarde, debía seguir adelante con orgullo marinero.
Por la mañana compré unos cigarros de Vega Robaina, dicen que espantan los malos espíritus, mi amigo tiene unos de los mejores tabacos de Cuba. Gloria estaba esplendorosa, su falda unía su ombligo con el cielo. Como fue hace tiempo tampoco me acuerdo de todo exactamente.
Volvió a correr el ron, decían casero, pero el mareo que iba sintiendo no era el compañero cotidiano de mis jumas: yo soy un resiliente y tengo carburador universal.
Me preguntaba, ¿cuándo va a empezar la ceremonia? Miraba a Gloria que me respondía con unos ojos guasones, pidiendo calma.
Llegué, gracias a un viejo taxista al hotel. Fui a la embajada a que me expidieran un pasaporte provisional que, entre risas por mi explicación, hicieron con gusto.
-Una gran velada Prior.
-Sí Bernal: Santos, velas, putas e ingenuos no faltaron en el comedor.
Me lo robaron todo, pero lo que más me dolió era no tener mi celular para agradecer a Gloria su modestia y la velada. Le hubiera enfriado la cera en su coño.
elPrior