La firma del poeta
Publicado: Jue, 21 Mar 2024 17:13
En la índole que se pierde en la nostalgia
podemos barajar el sentido que se funde en el fuego,
podemos diluir una palabra en la saliva
y crepitar bajo un tormento indefinido.
Ahora nos acercaremos a la raíz de esas venas
que sin darnos cuenta van enfermando de tristeza,
y haremos que los ojos cristalicen sus lágrimas
antes de escribir aquello que oxide cualquier papel
e infeste de helor el pabellón auditivo,
el calor de un cerebro en hipotermia
y el tono de una tinta carente de sentido.
Pero, si sentimos,
sí intuimos que aquello que deseamos
se encuentra entre nosotros,
sabremos que vive entre nosotros.
Sí sabemos controlarlo,
lo haremos,
disfrutaremos de él y nos vestiremos de orgullo.
Llegado ese instante,
enfermaremos de poesía,
nos sentiremos poetas,
seremos poetas,
más allá de la maldad de un cerebro congelado.
Será entonces cuando de nuevo se humedezcan las lágrimas,
no exista oxido que envenene el papel,
sonarán sinfonías de un universo mágico en nuestros oídos,
el cerebro arderá de pasión
y la tinta hará florecer un mundo de versos,
un bosque de poesía.
Y nuestra pluma volverá a dibujar…
Lloraba una palabra, qué dormida,
anhelaba un edén de fina seda
evitando a la nada que la agreda
para poder así henchirla de vida.
Soñaba que ya no estaba rendida
al capricho de un mal que, nunca pueda,
callar su sinfonía, y nunca ceda,
ante cualquier dolor de otra caída.
La tinta fluyó como un hilo de oro,
llovieron versos, sol y poesía,
le ardió la sangre, el alma, el corazón,
cambió tanto temor por simple lloro,
los fuegos de sus venas, pleitesía,
y sus letras le dieron la razón.
Ahora,
tan solo faltará la firma del poeta.
podemos barajar el sentido que se funde en el fuego,
podemos diluir una palabra en la saliva
y crepitar bajo un tormento indefinido.
Ahora nos acercaremos a la raíz de esas venas
que sin darnos cuenta van enfermando de tristeza,
y haremos que los ojos cristalicen sus lágrimas
antes de escribir aquello que oxide cualquier papel
e infeste de helor el pabellón auditivo,
el calor de un cerebro en hipotermia
y el tono de una tinta carente de sentido.
Pero, si sentimos,
sí intuimos que aquello que deseamos
se encuentra entre nosotros,
sabremos que vive entre nosotros.
Sí sabemos controlarlo,
lo haremos,
disfrutaremos de él y nos vestiremos de orgullo.
Llegado ese instante,
enfermaremos de poesía,
nos sentiremos poetas,
seremos poetas,
más allá de la maldad de un cerebro congelado.
Será entonces cuando de nuevo se humedezcan las lágrimas,
no exista oxido que envenene el papel,
sonarán sinfonías de un universo mágico en nuestros oídos,
el cerebro arderá de pasión
y la tinta hará florecer un mundo de versos,
un bosque de poesía.
Y nuestra pluma volverá a dibujar…
Lloraba una palabra, qué dormida,
anhelaba un edén de fina seda
evitando a la nada que la agreda
para poder así henchirla de vida.
Soñaba que ya no estaba rendida
al capricho de un mal que, nunca pueda,
callar su sinfonía, y nunca ceda,
ante cualquier dolor de otra caída.
La tinta fluyó como un hilo de oro,
llovieron versos, sol y poesía,
le ardió la sangre, el alma, el corazón,
cambió tanto temor por simple lloro,
los fuegos de sus venas, pleitesía,
y sus letras le dieron la razón.
Ahora,
tan solo faltará la firma del poeta.