No he experimentado con nada a lo largo de mi vida, sino que solamente la he puesto en juego.
Se puede afirmar que indago, que escudriño, pero sobre todo que me expongo a todo.
Esto viene a decir que me siento como conejillo de indias, como animal de laboratorio, como chivo expiatorio, como hombre de paja, y un largo etcétera de histriónicos e impactantes calificativos.
No compito contra mis pensamientos, ni ellos contra mí.
A veces soy maleable, otras, voluble.
Antes me dejaba llevar por impulsos autodestructivos para desconectar de algo que ahora aún llamo -Por suerte.- existencia.
El hecho que parece ocasional en un principio supone una conducta muy recurrente y que se basa en el autoengaño.
Confío en la evolución de la mente, no tanto en la experiencia, ni en el aprendizaje a través del error.
Cuando digo que tengo una perspectiva muy amplia de las cosas, o que me considero distinto, no estoy menospreciando otros puntos de vista.
Por esto mismo no hay voz ni expresión que me identifique.
Mi intelecto no es inalcanzable ni extraordinario.
Creo que le he sacado un buen uso al raciocinio y a mis capacidades.
Me considero libre, creo en el azar, en los sentimientos, en realidad creo en todo. Lo contrario sería un desprecio a los que tienen sus propias creencias.
Sin embargo, aunque me considere independiente en todos los aspectos, no puedo asegurar que nadie controla mis actos o argumentos, si soy o no ficticio.
La creación y la ciencia avanzan, y no sé hasta qué punto, y probablemente nadie me lo diga.
Tengo expectativas, me las marca el devenir.
Soy creativo, no complaciente, soy consciente de que todo tiene su importancia.
Hago un compendio de la realidad y de mis ilusiones, y no escatimo en gastos.
¿De dónde vengo?
De la propia quimera de existir.
