Viaje astral viene a ser como una carta de navegación por el cuerpo cavernoso de la memoria. Es la necesidad de encontrarse uno mismo en relación con los otros. La pretensión es la sanación a través del perdón, la honestidad y la sinceridad. Dedicado a mi padre, con quien no siempre hubo una buena relación, viene a ser el poemario la reconciliación. Todo culmina en el sueño blanco o eterno; el sueño profundo sin sueños. Allí donde todo comienza y termina, se cierra el círculo.
Por estos poemas recorremos paisajes de la infancia, las cosas tal y como las podía ver y sentir el niño, que un día fui; y que sigo siendo gracias a la poesía. Cómo no, la muerte, que es palabra escrita, vertebra y cimienta el crecimiento y la transformación de quien escribe. La maestra infalible, necesaria para cualquier nuevo comienzo.
VIAJE ASTRAL
I (Yo en mi soledad)
Un niño que aún piensa en su padre,
un folio en blanco
y todo un mundo que imaginar.
La mano infantil se cubre de algodón
y dibuja un liviano sol
en el cielo blando de castilla,
la de la honda mancha en el sentir de sus habitantes,
quienes duermen con sus corazones henchidos de lamentos trigueños.
Madura el trigo en los sueños del hombre, queriendo ser canción.
Rechoncho y risueño, como un tierno bollo de pan,
el sol se deja mantear por un coro de muchachas,
al tiempo que canta:
- ¡Eduardo sacude las sábanas de ángeles emplumadas
y escucha mi canción, la honda tristeza
que habita la penumbra de tu corazón!
II (Él en su soledad)
Tus manos retiran las plumas, preñadas aún de tu anhelo,
y dibujan círculos adivinando el sol.
Bebes agua del chorro fresco,
tus ojos brillan al ver tu alma infantil saliendo del caño,
igual que antaño, te sientes ligero como un gorrión.
Afloran tus añoranzas en bostezos, tragas el aire fresco
-el mismo que acompañó tus juegos infantiles-
y robas al cielo algo del aliento vital,
que acuna a los campos en su sueño eterno.
Tu mirada abismal cae en tus manos de barro
que sostienen, con cariño, un melón.
Con la navaja lo abres en canal
y un valiente cante jondo atraviesa tu garganta,
empuñando las afiladas penas de acero honorable,
abriéndose paso con elegancia,
rajando tu alma,
el macizo terruño que, a ti, Eduardo, siempre te acompaña.
III (La búsqueda)
Has de saber que no es solo tuya el alma,
mía es también tu canción,
el dolor que cada noche se acuesta contigo
y enturbia la blancura de tus campos.
Los dos crecimos en el mismo barro callado.
¿No ves los luceros que alumbran tu alcoba
y en la madrugada caen sobre tus párpados?
¡Son mis ojos, mi amor astral,
insobornable, brillante en su dolor!
No hay pena que a un solo hombre aqueje,
el llanto es universal cuando nos abrazamos
y tiembla nuestra efímera existencia en un vasto infinito.
Amanece un poema de palabras espigadas,
madurando en su ansia por desnudar tus manos.
¡Enrédate a mi folio abierto,
empápate de mis garabatos,
discurre en el verso noble y honrado
de la tierra generosa y austera!
Escucha al sol que dibujé
en mi blanco cielo de papel,
quiérelo sin medida, ni tiempo.
IV (El encuentro)
Un estruendoso batir de alas sacude mi pecho,
me asomo a tu mirada
y veo infinitas bandadas de pájaros levantando su vuelo
sobre los campos de castilla hechos realidad.
Lloro de emoción al ver el trigo maduro,
siento tus manos desnudas,
que acarician mi alma, desgranando espigas de trigo.
Ya maduraron nuestras penas,
al fin germiné en tus manos.
Ahora eres mi padre, soy tu hijo.
Cogidos de la mano, desnudas nuestras almas,
corremos por los campos de castilla,
gritando a viva voz la inmortalidad
de nuestro amor.
Espero que sea del agrado para quien lo lea.
Un abrazo.