Para Ana Muela Sopeña
Tienen que ser millones, estoy segura. En la ciudad, en el campo, en las zonas despobladas, en las cumbres sin borrasca (que no alcanzó Brontë) y en el piso que comparto hace tres meses.
El alterado cosmos de algunos cerebros parece albergarse en cualquier sitio. Mentes expandidas, sin nudos de prejuicio ni dogmas grabados, a hierro, en el pensamiento. Una luz díscola, pero amistosa, bailando en las retinas, termina poniéndoles en evidencia.
Me gusta besar a los despiertos, canalizar sus labios en los extremos de mi alma. La generosidad que los caracteriza es manifiesta, jamás dejan de abrir los sentidos a la imaginación o de reciclar volutas de alegría a pie de calle.
Los caminos recorridos hacen doblar campanas propias y ajenas. El otro es receptor inmediato, propicio, sutil.
Afiliados por empatía y diestros en el amor,
han limpiado el verano
la primera tarde de septiembre.
.