Tiempos de cambio VIII

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ana Estepa
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Tiempos de cambio VIII

Mensaje sin leer por Ana Estepa »


Los veranos de mi infancia tenían acento andaluz. Sabían a gazpacho, a salmorejo, a "pescaíto" frito; a tardes de siesta, helados caseros y cine de verano.
Tenían el color de la feria del pueblo, el olor del jazmín y el sonido de los grillos.

Nací en agosto, así que los cumpleaños de mi infancia estaban rodeados de todas esas personas que eran mi familia y a quienes no veía el resto del año. Todos los meses de agosto de mi infancia los viví en casa de mis tíos, que vivían en un humilde barrio cordobés.
Los veranos en Córdoba son abrasadores, pero mis tíos vivían en un ático, y un pedazo de terraza, que entonces me parecía enorme, una manguera con agua y unos primos para compartir el chapoteo de los charcos, era suficiente para que la imaginación volase a lugares fantásticos.

Mi compinche de diversión era mi primo Antonio. Entre nosotros había una conexión especial. No teníamos que hablar para entendernos. Una mirada bastaba para morirnos de risa ante algo gracioso que ocurriese, y de lo que el resto no se percataba.
Yo era un año mayor que él. Así que el primer verano en el que llegué como adolescentes, recuerdo que fue decepcionante para ambas partes. Yo había cambiado y ya no me interesaban los juegos de niños. Y él me consideraba una traidora, por haber cambiado tanto y no ser la misma de siempre.

Ese verano apenas jugamos. A mí me interesaba más ir a casa de mis primas que vivían en otro barrio. Allí solía pasar alguna noche cada año, pero ese verano estuve casi todos los días.
Mis otros tíos vivían en un bajo que daba a una calle cortada. Por lo que podíamos jugar y estar en la calle con absoluta tranquilidad, ya que apenas había tráfico.

Ese veranos había un chico guapísimo, que me miraba de forma insistente. Él también estaba de vacaciones, sus padres eran del barrio, pero vivían en Holanda.
Tenía dieciséis años y entonces me parecía que era muy mayor para mí, que solo tenía catorce.
Me gustaba ese chico.
Nunca presté atención a los chicos y ninguno me había mirado antes como él lo hacía.
Por las noches soñaba que me besaba, imaginaba mis dedos entre su pelo rizado.
Me preguntaba, a qué sabrían sus besos, qué sentiría al besarle.
Seguro que sería algo increíble, por la cara y los ojos que ponía la gente en las películas.

Una tarde estábamos todos en la calle. Los más pequeños jugaban al burro y los mayores estaban con un radio cassette con música.
Mi pretendiente holandés estaba especialmente guapo. Morenísimo, con ropa de domingo, y olía deliciosamente.
Yo me acercaba con malicia, bromeamos, reíamos...Y empezamos a hablar.
Me dijo que yo le gustaba, que él se marchaba en unos días, que podíamos escribirnos cartas.
Nos intercambiamos las direcciones, y cuando se nos terminaron los temas de conversación me agarró por la cintura y me besó. Primero fue un beso tierno en los labios, pero luego me acercó a su cuerpo y comenzó a chuparme y a meter su lengua en mi boca. Recuerdo que estaba mascando un chicle de menta, y aquel sabor de menta con babas, me resultó asqueroso. Nada que ver con lo que yo imaginé. Aquel primer beso de amor de mi vida, me resultó decepcionante.

Disimulé mi desagrado como pude, pero él se dio cuenta de mi aptitud y me preguntó qué me ocurría. Así que aguanté el tirón como pude y a la mañana siguiente pedí a mi padre que viniese a recogerme. No quería arriesgarme a que volviera a repetirse lo de la tarde anterior. Me sentía entre avergonzada y confusa. Mis amigas de Barcelona hacían eso, tenían novios y resulta que a mí me dió asco.

Un día antes de regresar para Barcelona, fuimos a despedirnos de mis tíos y a la salida lo vi apoyado sobre la pared de la calle cortada. Agaché la cabeza, me metí en el coche y vi como me llamaba para despedirse. Hice como que no lo escuché; me senté en la parte de atrás y le metí prisa a mi padre para que arrancase lo antes posible.
Vi su cara de perplejidad desde el cristal trasero, pero no me dio ninguna pena.
Definitivamente, aún no estaba preparada para el amor.
Última edición por Ana Estepa el Lun, 06 Jun 2022 15:59, editado 1 vez en total.
Ana Estepa


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F. Enrique
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Re: Tiempos de cambio XIII

Mensaje sin leer por F. Enrique »

Ana Estepa escribió: Lun, 06 Jun 2022 12:55
Los veranos de mi infancia tenían acento andaluz. Sabían a gazpacho, a salmorejo, a "pescaíto" frito; a tardes de siesta, helados caseros y cine de verano.
Tenían el color de la feria del pueblo, el olor del jazmín y el sonido de los grillos.

Nací en agosto, así que los cumpleaños de mi infancia estaban rodeados de todas esas personas que eran mi familia y a quienes no veía el resto del año. Todos los meses de agosto de mi infancia los viví en casa de mis tíos, que vivían en un humilde barrio cordobés.
Los veranos en Córdoba son abrasadores, pero mis tíos vivían en un ático, y un pedazo de terraza, que entonces me parecía enorme, una manguera con agua y unos primos para compartir el chapoteo de los charcos, era suficiente para que la imaginación volase a lugares fantásticos.

Mi compinche de diversión era mi primo Antonio. Entre nosotros había una conexión especial. No teníamos que hablar para entendernos. Una mirada bastaba para morirnos de risa ante algo gracioso que ocurriese, y de lo que el resto no se percataba.
Yo era un año mayor que él. Así que el primer verano en el que llegué como adolescentes, recuerdo que fue decepcionante para ambas partes. Yo había cambiado y ya no me interesaban los juegos de niños. Y él me consideraba una traidora, por haber cambiado tanto y no ser la misma de siempre.

Ese verano apenas jugamos. A mí me interesaba más ir a casa de mis primas que vivían en otro barrio. Allí solía pasar alguna noche cada año, pero ese verano estuve casi todos los días.
Mis otros tíos vivían en un bajo que daba a una calle cortada. Por lo que podíamos jugar y estar en la calle con absoluta tranquilidad, ya que apenas había tráfico.

Ese veranos había un chico guapísimo, que me miraba de forma insistente. Él también estaba de vacaciones, sus padres eran del barrio, pero vivían en Holanda.
Tenía dieciséis años y entonces me parecía que era muy mayor para mí, que solo tenía catorce.
Me gustaba ese chico.
Nunca presté atención a los chicos y ninguno me había mirado antes como él lo hacía.
Por las noches soñaba que me besaba, imaginaba mis dedos entre su pelo rizado.
Me preguntaba, a qué sabrían sus besos, qué sentiría al besarle.
Seguro que sería algo increíble, por la cara y los ojos que ponía la gente en las películas.

Una tarde estábamos todos en la calle. Los más pequeños jugaban al burro y los mayores estaban con un radio cassette con música.
Mi pretendiente holandés estaba especialmente guapo. Morenísimo, con ropa de domingo, y olía deliciosamente.
Yo me acercaba con malicia, bromeamos, reíamos...Y empezamos a hablar.
Me dijo que yo le gustaba, que él se marchaba en unos días, que podíamos escribirnos cartas.
Nos intercambiamos las direcciones, y cuando se nos terminaron los temas de conversación me agarró por la cintura y me besó. Primero fue un beso tierno en los labios, pero luego me acercó a su cuerpo y comenzó a chuparme y a meter su lengua en mi boca. Recuerdo que estaba mascando un chicle de menta, y aquel sabor de menta con babas, me resultó asqueroso. Nada que ver con lo que yo imaginé. Aquel primer beso de amor de mi vida, me resultó decepcionante.

Disimulé mi desagrado como pude, pero él se dio cuenta de mi aptitud y me preguntó qué me ocurría. Así que aguanté el tirón como pude y a la mañana siguiente pedí a mi padre que viniese a recogerme. No quería arriesgarme a que volviera a repetirse lo de la tarde anterior. Me sentía entre avergonzada y confusa. Mis amigas de Barcelona hacían eso, tenían novios y resulta que a mí me dió asco.

Un día antes de regresar para Barcelona, fuimos a despedirnos de mis tíos y a la salida lo vi apoyado sobre la pared de la calle cortada. Agaché la cabeza, me metí en el coche y vi como me llamaba para despedirse. Hice como que no lo escuché; me senté en la parte de atrás y le metí prisa a mi padre para que arrancase lo antes posible.
Vi su cara de perplejidad desde el cristal trasero, pero no me dio ninguna pena.
Definitivamente, aún no estaba preparada para el amor.

Muy bueno lo tuyo con el beso, tendrías que haber ido antes de enamorarte a la academia de besos de tornillo del Sabina.
***
Toda verdad corre el riesgo de ser modificada por el tiempo.

cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
(Playa de la Almadraba)
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Ana Estepa
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Re: Tiempos de cambio VIII

Mensaje sin leer por Ana Estepa »

Mi reloj biológico es independiente a mi edad. Lo fue y lo sigue siendo.
No sé si mi desajuste neuronal tiene algo que ver pero es así. Y en aquel momento, aunque tenía cuerpo de mujer, mi mente era aún la de una niña.
Gracias por tu paso.
Ana Estepa


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