Mi mayor referente adulto era mi padre. Mi madre siempre andaba atareada en las labores domésticas y los cuidados de mi abuela, además de no poseer paciencia para las "cosas de chiquillas."
La única vez que me contó un cuento, era en una ocasión en la que estaba enferma. Y lo recuerdo por excepcional. Tanto es así, que lo memoricé para siempre.
Mi padre sin embargo, me dedicaba tiempo.
Entre él y yo había un vínculo especial.
Me hablaba sin parar, aunque no me daba muchas oportunidades para expresarme. Se dirigía a mí como a una adulta. Me daba a leer sus libros. La mayoría de política, de explicaciones de "por qué perdimos la guerra" y de la historia reciente de varios países.
Antes de cumplir doce años sabía que en Chile hubo un presidente llamado Salvador Allende, que murió defendendiendo el palacio presidencial con un rifle que le regaló Fidel Castro, cuando un militar llamado Pinochet, dió un golpe de estado.
Sabía los detalles de la revolución cubana, de la mexicana, de las madres de la plaza de mayo argentinas. De lo que ocurría en Sudáfrica con el Apartheid, y de la resistencia de su más destacado y reconocido opositor: Nelson Mandela.
También estaba informadísima de cómo se creó la URSS. De quién era Marx, Lenin, Stalin, Trosky, del chino Mao Zedon y de un tal Tito de Yugoslavia.
Lo cierto es, que todos esos temas me interesaban muchísimo y dejaba que mi padre hablara y hablara...y cuando no lo hacía devoraba sus libros.
Cuando me atrevía a mostrar mis temas de interés al resto de mis amigas, me miraban como si me hubiera caído de una nave espacial. Así que me limitaba a hacer lo que todas.
Por la mañana iba a la escuela y por la tarde me daban la merienda y me plantaba en la calle a jugar al pilla pilla, a la goma, a saltar la cuerda...Primero yo con mi hermana menor, y a partir de los diez años con mi hermanito bebé.
Con él a horcajadas sobre mi cadera izquierda podía saltar, correr y alcanzar la luna. Mi hermanito se convirtió en una prolongación de mí. Lo adoraba. Me llevaba a la escuela un pañuelo empapado en su colonia para olerlo cada tanto. Y recuerdo llegar a casa subiendo las escaleras de dos en dos, para estar junto a él.
Hasta que llegó lo inevitable. Mi pubertad tardía vino de repente, sin tiempo para hacerme a la idea.
Ese año, después del verano, el primer día de clase, todas aquellas compañeras que llevaban años siendo más altas que yo, y que hacía tiempo lucían cuerpos de mujeres, se quedaron a la altura de mis cejas. Ahora yo también usaba sostén y tuve "la cosa" aquella, que socialmente me definía como mujer.
Encantada con mi recién estrenado cuerpo, lo lucía sin complejos. Me reivindicaba como mujer libre e independiente.
Con catorce años iba de "feme fatale". Con mi falda corta, mis zapatos de tacón fino y mis andares de cervatilla recién nacida.
Me supe poderosa, y me divertía comprobar el poder de mi cuerpo sobre la voluntad de los hombres. A la par que tomé conciencia de las injusticias que sufrimos las mujeres por el hecho de nacer mujeres.
Del largo y tediosos camino por recorrer, los muros a derribar, la lucha diaria y constante contra tantos, y en tantos frentes distintos, que tantas veces me agotó, hasta hacerme llorar de frustración y rabia.
...andares de cervatilla y pelo cardado.