Pero, ¿Qué Veías?

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ana García
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Pero, ¿Qué Veías?

Mensaje sin leer por Ana García »

Para Elisa, la mujer que me quiso tanto.

¿en el fondo del mar?
¡no!
en tus manos,
donde las mariposas se agitan
nerviosas, se transforman
para hacernos simples,
más barro,
más humanos,
donde nos miramos cómplices
allí quedaron
matarile, rile, ron

Armilo Brotón y su Pippi Calzaslargas



—¿Por qué no te has casado nunca?
—Porque me quedé huérfana muy pequeña.
—¿Y qué?
—Que no quería traer hijos al mundo que pudiesen quedarse sin madre.
—Pero así estás sola.
—Ya te tengo a ti, que eres mi morena caprichosa —me respondías risueña desde unos ojos pequeños, hundidos y grises, tras los gruesos cristales de tus gafas.

Y allí sentada bajo los árboles en un viejo banco del parque, te entretenías con los juegos de los niños. Algunos pardales se aproximaban cautelosos con sus saltos en busca de las migas que para ellos habías esparcido. Después te quedabas silenciosa mirando las motas de polvo encendido de sol suspendidas en el aire de la tarde, tibio y denso. Te quedabas mirando ese cielo plomizo que se colaba a trocitos por entre las ramas, te quedabas mirando y mirando más allá.
¿Pero qué veías?
Luego te levantabas con pesadez por el calor de julio, pero enseguida, desperezando el letargo, me cogías con firmeza de la mano, porque no quería dejar de balancearme en el columpio, ni tampoco dejar de colgarme boca debajo de los travesaños del puentecillo metálico. Al principio iba de mala gana arrastrando los pies con los zapatos ya polvorientos y blanquecinos por la arena de los caminos.
—¡Pues vaya con la niña remolona! Mira que te dejo aquí y te va a llevar el hombre del saco —Fingías refunfuñar, frunciendo el entrecejo, mientras te costaba disimular con muecas la sonrisa. Después pronunciabas las palabras mágicas: como yo tenía mucha sed, tú me convencías con el recuerdo de la frescura del agua del botijo, que nos aguardaba en tu casa. Y al llegar a la esquina, en el quiosco, me comprabas sin yo pedirlo pastillas de leche de burra.
—Toma, caprichosa, que no sé qué voy a hacer contigo.
La casa donde vivías había sido construida a finales de los años sesenta. Era la última planta de un edificio estrecho de cinco alturas, levantado de ladrillo rojo. Incrustado entre edificaciones más bajas, en una calle amplia de un barrio popular. Con una llave grande, un poco oxidada, abrías con dificultad la puerta de una sola hoja con reja de hierro negro, que daba acceso al portal.
A mí me parecía una casa encantada porque no vivían vecinos. La escalera de granito pulido ascendía por un espacio angosto de paredes cubiertas de yeso. Los desconchones las salpicaban por todas partes dejando al descubierto algunos profundos huecos en el ladrillo.
A menudo yo ocultaba en ellos secretos escritos en papelillos, y tú hacías como si no te hubieses dado cuenta. Entiendo que no podías hacer nada ante mis mensajes de socorro. Tan solo quererme más cada día.
Las viviendas de los tres primeros pisos, diáfanas, servían de almacén a la tienda del señor Pedro, que ocupaba, a pie de calle, todo el bajo con grandes cristaleras asomadas a la fachada principal. En el cuarto tenían habilitada una modesta fábrica de curtidos. Cuando subíamos a la casa, me dejabas atisbar por la puerta entreabierta y observar los bolsos de colores. A veces las mujeres que estaban cosiendo me regalaban retales pequeños de cuero.
Hoy día busco perfumes que contengan ese olor que me devuelve a ese edificio.
—¿Te acuerdas? En tu afán de que yo jugara con muñecas me hacías botas y abrigos en miniatura para ellas. Hasta que te diste por vencida, nunca me gustaron.
Al llegar arriba, te parabas ante la ventana de la escalera desde la que se alcanzaban los tejadillos de las casas aledañas. Yo me acercaba a ti para jugar a acertar las formas que inventábamos a las nubes. Después te quedabas pensativa, con la mirada perdida en las líneas agrisadas de las construcciones que se recortaban en la lejanía, con la mira perdida en ese fondo de porcelana de un cielo color azul pálido, con la mirada perdida mirando y mirando más allá.
Pero, ¿Qué veías?
La puerta de madera de tu casa, pintada de negro, tenía una mirilla grande y un cordel colgante que procedía del pestillo interior. Al entrar, un pasillo largo y pelado, animado por un ventanuco alargado en la parte alta de la pared, se extendía con misterio hacia el fondo, y las habitaciones se situaban todas al lado izquierdo. Tiempo atrás estuvieron ocupadas por algunos huéspedes; chicos del pueblo que venían a la ciudad a estudiar o a trabajar o la familia del señor Elías, con su mujer y su hija, que ahorraban para comprarse un piso.
Una vez que se fueron, durante muchos años, volvían a visitarte. A ti te gustaba atenderlos bien, les preparabas café de puchero y rosquillas de anís. ¡Qué ricas estaban! Cagaditas de gato las llamabas.
Desde que te ocupabas de mí, a tiempo completo, la casa estaba desangelada. Las habitaciones conservaban sus camas de cabeceros niquelados, y los armarios y mesillas de madera estaban vacíos. Solo en uno guardabas las mantas, sábanas y toallas bien dobladas, protegidas con membrillos y lavándulas ya que no te gustaba el olor de la naftalina. Recuerdo aquellos manteles de hilo bordado que nunca estrenaste, tu ajuar.
Desde que te recuerdo parecías una mujer mayor. Llevabas zapatillas negras de paño y medias claras. Los vestidos que tú llamabas batas, eran camiseros de colores oscuros con algún estampado de dibujo pequeño y te cubrían hasta media pierna. Tenían manga larga, incluso en verano, para no enseñar los brazos, esos brazos que yo echaba de menos para darles besos como a los de mamá. Tu pelo, moreno y fino, con los años veteado por alguna aislada cana; bien limpio y peinado en una melena corta, rodeaba tu cara de piel muy blanca plagada de pecas. Las arrugas, desde siempre, muy profundas, fueron acentuándose en pliegues que daban a tu rostro, cuarteado y envejecido, un aspecto bonachón. Sobre todo en los dorsos de tus manos, con frecuencia cualquier golpe te magullaba con heridas y moraduras que tardaban en curar.
Yo sentía un hormigueo desagradable y una desazón me atravesaba el cuerpo cuando me fijaba en tu muñeca deformada, con un hueso puntiagudo, muy abultado y quebrado, que se había soldado fuera de su sitio.
—No te preocupes, que fue hace muchos años cuando se me cayó encima una losa de piedra. Pero ya no me duele.
Yo entonces aliviada, te apretaba para adentro el huesecillo con la yema del pulgar y lo frotaba con la palma varias veces, afanada en colocarlo y aplanarlo con la presión.
—¡Pero qué niña esta! ¿Acaso te crees que soy de arcilla? —decías riendo, mientras con paciencia me dejabas hacer.
Te recuerdo trajinando en la cocina. Tu cuerpo menudo y ágil se inclinaba sobre la pila de piedra, restregando, con polvos blancos, los trapos de secar los platos. Repiqueteando, humeaba un puchero sobre el hornillo del fogón de hierro, que calentabas con carbón. En la alacena guardabas la vajilla, una caja con cubiertos y algunas cazuelas melladas. Apenas había algunos alimentos, los empezados de uso común, sin almacenar, porque tenías costumbre de comprar al día.
Todas las tardes fregabas las escaleras desde abajo. Yo te esperaba en el rellano del quinto piso, sentada en el último escalón con los cuentos escampados por el suelo, jugando a ser escritora. Y antes de llevarme a casa me leías alguno aunque yo ya me los sabía de memoria.
—¿Quieres que te cuente alguna historia de cuando yo era niña? —me preguntabas después, con las cejas arqueadas, esperando mi alborozo.
Escuchando tus historias, me quedaba absorta. Me imaginaba tu casita del pueblo, con su corral y todo, como si la estuviera viendo, y al tío cura con el que vivías, con la cara oscurecida por el mal genio. Te imagino cruzando lomas y pedregales camino de los otros pueblos para hacer los recados, y apresurada en la vuelta para regresar antes de que en los campos solitarios te sorprendiesen la noche y el miedo.
Atardecía. Con paciencia me volvías a peinar las trenzas para que no me regañara mamá, porque yo me había soltado el pelo. Recogías las zapatillas de andar por casa y me ayudabas a abrocharme los zapatos de charol, que me entregabas otra vez negros y brillantes.
Y al bajar, te parabas de nuevo ante la ventana. A pocas manzanas se vislumbraba, en la torre de la iglesia, el zarandeo de las campanas tocando al avemaría.
Y tú te quedabas mirando.
Se embebía el sol detrás de las siluetas de los edificios más lejanos, que dejaban traslucir entre sus rendijas el brillo de sus últimos destellos.
Y tú te quedabas mirando.
Sobre los tejadillos, un cielo inabarcable, iluminado en llamas, se deshilachaba en rojos, violáceos, escarlatas… Y tú te quedabas mirando… Y mirando más allá.
Pero, ¿Qué veías?

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Ana García
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

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Armilo Brotón escribió: Lun, 28 Feb 2022 19:48 Querida gitana, nos has regalado un emotivo cuento de niñez. No importa que sea con matices autobiográficos, tu maestría en la narración me lo hace parecer, e incluso identificarme, pues mi origen pueblerino tiene en su memoria escenas y lugares como los que tan exahustivamente describes. Has conseguido que huela cada situación. Mis zapatos quedaron llenos de polvo y hasta me dio hambre, la necesidad de ir a esa alacena imaginaria, donde mi abuela todavía guarda algún dulce: unos almendrados, unas almohábanas, unos mantecados y con la mistela en la otra mano empecé a recordar alguno de sus cuentos, que están en el origen de mi aficción por la literatura.
Me parece un acierto literario ese estribillo que vas dejando. Un misterio que los niños después entendimos cuando adultos: miramos a la pregunta que se dibuja en el cielo, ¿qué hacemos aquí?

Felicidades y gracias por la referencia a ese poema entrañable para mí que es Pipi Calzaslargas.
Otro aporte, que me hizo casi llorar es la escena de Coco, una de las películas que más quiero de mi hermoso México. La canción de Coco a su abuela es imperdible.

Emocionado un besazo
Elisa fue una buena mujer, una mujer que supo cómo me sentía yo y lo que estaba pasando en mi casa. Hoy día sé que no supo qué hacer con tanta información. Solo supo quererme y cuidarme en un momento en el que mi madre estaba muy enferma.
He tratado de hacer un cuento realista y dejar fuera la emotividad. No veas lo difícil que es escribir sobre temas autobiográficos, sobre todo si los ojos se te llenan de lágrimas a medida que vas adentrándote en los recuerdos. Vas abriendo baúles de información y todo sigue ahí intacto.
Me has asombrado, tú que no sueles escuchar los temas que cuelgo, saltas con que te gusta Coco. Estuve pensando qué escena poner y opté por la de la niña, porque la niña que hay en mí llevaba de la mano a Elisa. La mujer que nunca olvidaré.
Gracias por tu bello comentario.
Besazo.
Hallie Hernández Alfaro
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

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Es emocionante esta lectura, Ana.
Hace un rato pensaba que si yo fuera editora cogía tus relatos y los publicaba.
No creas que digo esto por decirlo, eh. He leído diferentes textos tuyos, con temas muy diversos; hay calidad, precisión, pulcritud extrema y esencia valiosa.

Entrañables los mensajes secretos que dejaba la niña..., el amor de Elisa tan inédito y certero.

Felicitaciones y un abrazo.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ana García
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

Mensaje sin leer por Ana García »

Hallie Hernández Alfaro escribió: Lun, 07 Mar 2022 11:27 .


Es emocionante esta lectura, Ana.
Hace un rato pensaba que si yo fuera editora cogía tus relatos y los publicaba.
No creas que digo esto por decirlo, eh. He leído diferentes textos tuyos, con temas muy diversos; hay calidad, precisión, pulcritud extrema y esencia valiosa.

Entrañables los mensajes secretos que dejaba la niña..., el amor de Elisa tan inédito y certero.

Felicitaciones y un abrazo.
Un halago difícil de mejorar y que entona el alma en estos tiempos tan raros.
A veces esa niña que ves me lleva de la mano y pide contar su historia. Otras se retrae y no hay forma de que salga ni un ¡Ay!
Bellísimo comentario.
Un beso.
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

Mensaje sin leer por Ana Muela Sopeña »

Qué precioso relato el que nos cuentas. Me encanta la historia y todavía más... me hechiza tu estilo. Tienes una adjetivación perfecta.

Tu narración es entrañable y hace soñar. A partir de este hermoso cuento se podría desarrollar un guion y realizar una película

He disfrutado muchísimo de esta lectura, Ana.

Te dejo mi admiración y...
Mi enhorabuena

Abrazos... muchos
Ana
La Luz y la Tierra, explosión que abre el corazón del espacio.
http://www.laberintodelluvia.com
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Marisa Peral
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

Mensaje sin leer por Marisa Peral »

Ana García escribió: Lun, 28 Feb 2022 19:06
Maravilloso este relato que tengo que volver a leer para empaparme y rememorar tantas cosas.
A mi también me gustaban las pastillas de leche de burra.
Un beso.
—-
Marisa Peral Sánchez
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Ana García
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

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Ana Muela Sopeña escribió: Mar, 29 Mar 2022 1:57 Qué precioso relato el que nos cuentas. Me encanta la historia y todavía más... me hechiza tu estilo. Tienes una adjetivación perfecta.

Tu narración es entrañable y hace soñar. A partir de este hermoso cuento se podría desarrollar un guion y realizar una película

He disfrutado muchísimo de esta lectura, Ana.

Te dejo mi admiración y...
Mi enhorabuena

Abrazos... muchos
Ana
Tus palabras me animan a seguir en la brecha y a hacerlo cada vez mejor. La vida, la calle, el trabajo me dan ese pistoletazo de salida y espero que te sigan hechizando mis cuentos para que la prosa de Alaire sea más visitada.
Y yo te dejo a ti mi agradecimiento.
Un abrazo muy fuerte.
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Ana García
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Re: Pero, ¿Qué Veías?

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Marisa Peral escribió: Mar, 29 Mar 2022 19:12
Ana García escribió: Lun, 28 Feb 2022 19:06
Maravilloso este relato que tengo que volver a leer para empaparme y rememorar tantas cosas.
A mi también me gustaban las pastillas de leche de burra.
Un beso.
Yo no he vuelto a encontrar pastillas iguales, tan solo unas que tenían el mismo nombre pero eran puro azúcar. Nada que ver con aquellas, ¡cachis!
Gracias por tu maravillosa compañía.
Un beso.
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