no ha venido a verme.
¿No va a parar esta maldita lluvia?
Dicen que es bueno que llueva;
¿Y para quién lo es?
Yo quiero que me cuide,
que solo se fije en mí
—en ninguna otra—
que se llene de deseo
y quiera mi carne.
¡Qué sea solo de él!
Si hoy hubiera sido un día de sol,
seguro que ya habría venido,
entonces sentiría su mano fuerte,
vigorosa.
Sus caricias y mis temblores:
roja apasionada,
roja fuerte,
roja tentadora.
Pero hoy mi color es rojo frambuesa
y no lo soporto.
Si hoy fuera un día de sol,
yo me mostraría orgullosa,
intentaría destacar de entre las demás para que me arranque de este maldito suelo en que nací, este maldito suelo que me ensucia.
Me cogería,
acercaría mi cuerpo
a su boca, y
seguro que su lengua
buscaría mis aromas.
Mis semillas para sus labios,
¡Solo para su boca!
Mi carne,
un manjar jugoso y tierno,
ácido y dulce,
joven y maduro.
Y en un primer mordisco,
—abierta para su goce—
por fin, completamente entregada,
mi nacimiento tendría sentido.
Para la lluvia y el sol aprieta con fuerza.
Es entonces cuando aparece la voz:
Es gruesa, domesticada por un porrón de vino tinto.
Intimidada, por una tos incontrolable
de unos pulmones ennegrecidos.
Vozarrón para delicados oídos
llevando la voz cantante.
Eco de sus propias palabras
y continuos monosílabos.
Apasionado de la razón,
careciendo de ella a veces.
Como agua mansa,
otras un remolino turbio.
Largos silencios de cigarrillo y humo
cubriendo
la monotonía de su lenguaje.
Entrecortadas frases ofensivas
al órgano auditivo
que no tienen sentido.
Amargo caramelo de broma,
que te deja un mal sabor de boca.
¿Será esta voz, dueña de mano vigorosa
la que espera, con ansias, La fresa?
por una garganta enfurecida y seca.
Rompe y humedece el silencio
con una cascada salada y transparente.
Una balsa rosada va buscando salida
entre rocas blancas de esmalte endurecido.
Brisa que arremete contra las cuerdas vocales.
Y esa voz, de porrón y tabaco, emite:
“VOY A COMERTE”.