Jojo
¡Oh, mi amor, mi dulce,
tierno, increíble amor
del alba clara hasta morir el sol
te amo, tú sabes que aún te amo!
(La canción de los viejos amantes)
No deja de sorprenderme la soledad en la que Brel vive hoy en nuestro ámbito cultural, ni siquiera se le identifica ya cuando suena el "Ne me quitte pas".
Su enorme talento y su sensibilidad sin límites le hacen vulnerable ante una sociedad que no quiere entrar en la hondura de una declaración de amor, el lamento miserable por un romance que muere ni en denunciar la perversión aceptada de las buenas costumbres; la inconsistencia ideológica de los hombres que demasiadas veces está más relacionada con su situación económica que con la belleza de su pensamiento, y la muerte que siempre espera con una paciencia infinita...
La muerte me espera, como una vieja muchacha,
en el encuentro con la guadaña
para aferrarse mejor al tiempo que pasa.
La muerte me espera como una princesa
en los funerales de mi juventud.
(La muerte)
Esta canción no la interpretó nunca sobre un escenario, carecemos de una muestra de la faceta en la que Brel desarrollaba la máxima expresión de artista comprometido con la vida y con su tiempo que, la verdad sea dicha, no difiere mucho del nuestro.
llegadas del país donde no llueve nunca.
(No me dejes)
y el corazón del cordero.
(Mi niñez)
y aún cantas.
Dos metros bajo tierra
y no estás muerto,
(Jojo)
Los niños
une fleur qui tremble,
un oiseau mort
qui leur ressemble.
Decir que una canción de Jacques Brel es emotiva, añadir que la interpreta en directo con la desesperación y la ternura de un profeta herido o un hombre enamorado[ii], o que recurre a la niñez como a un lugar que nunca deberíamos dejar atrás o un sueño del que no tendríamos que despertar para creer en la vida, es como no decir nada, probablemente estemos en un momento en el que descansamos de todos aquellos versos que nos mostraban su fragilidad, en el que no tenemos ningún interés en reconocer su valentía ni, por no saber de él, advertimos sus múltiples y llamativos errores, esos que brotaban por la mala costumbre de llevar el corazón muy por delante de la cabeza.
Fils d.. es una de esas canciones que se deslizan en la zona tibia de su repertorio, aquellos que vamos un poquito más allá de "J'arrive" hemos aprendido a quererla y a quedarnos prendados de la sensibilidad a flor de piel de algunos de sus versos[iii], y la convicción anímica de su autor mientras los desgranaba haciéndonos pensar, erróneamente, que nunca más hollaría esas cumbres.
Yo no sé lo que significa el título, tampoco creo que tenga mayor importancia, estudié algo de francés para poderme dar la licencia de no entender algunas canciones y actuar como si las hubiera entendido. Como, en cierta forma, dije en el párrafo anterior, la niñez, junto al amor, la muerte, la denuncia de las buenas y de las malas costumbres, y la variable identidad del hombre libre cuando ya solo puede perder unas alas quebradas, fue un tema recurrente para Brel, así de repente se me vienen a la cabeza otras dos monumentos que se levantan sobre su recuerdo; L'enfance y Mon enfance.
Terminaría diciendo que alguna vez me pareció entender que decía algo así; "Por mucho que hayas sido un niño tierno, si actúas como si lo hubieras olvidado has acabado convirtiéndote en un hijo de…
21 de noviembre de 2014.
Un rincón de ola, / una flor que tiembla, / un pájaro muerto / que se les parece.
[ii] En la Chanson no abunda el optimismo cuando se trata de definir la alegre melancolía de estar enamorado.
[iii] Me hiciste pensar / que ni siquiera tu amor era eterno. / Ahora sufres y te preguntas / qué fue de aquella mirada, / en qué instante murió tu postrera sonrisa / qué viento se llevó las hojas del diario / donde decías que me amabas. (Brel en la Escuela de Comercio)
La canción prostibularia más popular de la historia
Brel nunca grabó "Amsterdam" en estudio, la preparó expresamente para una nueva cita de las muchas que tuvo con el Olympia, creo que en 1964, cuando ni Johnny Hallyday en su esplendor ni Marlene Dietrich en el capítulo final de su leyenda podían discutirle la monarquía absoluta del auditorio parisino a este republicano descreído, fiel a las convicciones que se habían forjado en sus propias experiencias desde la soledad del anonimato hasta alcanzar una cumbre en la que nunca se detuvo para plantar las hermosas banderas, es posible que Brel fuera más crítico y amargo cuanto más éxito tenía, más desesperado cuanto más se movía en la tranquilidad de una vida resuelta, más despreciativo y desconsiderado con el hombre común cuanto más lo amaba, cuanto más le hubiera gustado ayudarle a que se rebelara contra su destino en la mediocridad de las supuestas buenas costumbre.
La canción prostibularia más popular de la historia tendría una réplica discreta del genial David Bowie. Le sentó francamente mal a Brel esta intromisión de Ziggy Stardust en sus dominios y cuando le preguntaron que le parecía, contestó con un desprecio evidente y una considerable incorrección política que no quería saber nada de aquel pédé (despectivo por homosexua).
No debemos tenerle en cuenta sus salidas de tono, la víctima propiciatoria de sus ataques era frecuentemente él mismo, una de sus características más acusadas es que su palabra iba tres segundos por delante de sus pensamientos y que se reía del acento que le había entregado su ciudad.
Amsterdam es un momento para la eternidad sincera y apasionada de un bruselense corroído por el fulgor de su propia inteligencia. Su épica y sana capacidad competitiva forjada en la visión compulsiva de los héroes de Ford en su niñez hizo que aceptara sustituir a una Marlene Dietrich que no quiso acudir, argumentando problemas de salud, a su cita con el Olympia el día siguiente de que el auditorio parisino fuera arrasado por el entusiasmo juvenil de los seguidores de Johnny Hallyday. Las silla rotas que desaparecieron fueron testigo.
Nota.- Leo un artículo de 2007, en él François Raubel, uno de sus arreglistas, reconoce que a Brel no le gustaba Amsterdam, lo justificaba diciendo que la primera estrofa era una tautología, que la consideraba muy primaria y que carecía de estribillo. Ninguna de las tres razones tienen que parecernos convincentes, sigo viendo interesante despojar de estribillo a una canción, insistir en una idea con palabras parecidas o intentar dejarnos llevar por nuestros sentimientos más elementales. A pesar de ello la solía cantar en los casi 200 conciertos que ofrecía al año en su época de esplendor porque el público se lo pedía, Raubel solo recuerda que la cantara dos veces en uno que ofreció en Moscú. Aclara que no fue por consideración lo del estreno en el Olympia, no le importaba hacerlo en un pueblo perdido si había terminado una canción antes de actuar en él. Yo no sé si Amsterdam es la segunda canción más popular de Brel, pero cabe esa posibilidad. Se tiene por cierto que el cantante le tenía manía a su canción más popular, Ne me quitte pas, pero no dudaba de su calidad, aquí entrarían en juego los sentimientos; quería liberarse de un sentimiento de culpa, y acabó arrastrándose, así se lo dijo Édith Piaf. Era muy hermoso pensar que no grabó nunca Amsterdam en estudio porque pensara que la representación apasionada y ciega que ofreció en octubre de 1964 en el auditorio parisino era insuperable.
Ver a un amigo llorar
Hubiera querido escribir una poesía que asustara a las monjitas e hiciera entornar los ojos a la nutrida tropa nerudiana mientras toma el té a la sombra de la Koutubiya. Pero Brel no es así, nos recuerda que las espinas suelen tener rosas cuando encuentran la magia tortuosa de una declaración de amor tejida con los hilos de la inseguridad, el dramatismo inherente a un poema que se arrastra en el sendero de una rima cuando no quedan palabras, la reminiscencia de muerte de cada letanía que se desgrana, como si fuera la última esperanza de un profeta, teniendo como escenario un crepúsculo otoñal que no puede volver atrás para embriagarse de luz. A pesar de todo enamorarse es maravilloso.
Todas las decepciones caben en una lágrima. La vulgaridad unifica, el amor sigue buscando agónicamente su camino en las encrucijadas, pero los edificios interrumpen su paso en la ciudad que ha perdido el culto al arte que nos ayudaba a morir de pie cuando solo quedaba el orgullo, ya no lloramos por un pájaro muerto, ya no soñamos con un gran amor, el tiempo nos ha quitado las maletas de la mano y la identidad del bolsillo de la camisa. Hay un silencio de sombras en el sol ardiente del verano y no llega el tren de la tarde que sale cada mañana. Adoramos a un dios implacable que nos amarra a nuestro deseo de poseer lo inaprensible, a una forma de vida donde se apaga la música mientras la escriben los locos en el muro de cera de una fábrica. Este que nos contempla con una sonrisa cínica es un dios más tiránico, más severo que el de siempre, porque, sin duda, existe, lo veo en los ojos de la gente que me cruzo mientras voy a una calle cuyo nombre se me perdió, en la lengua que no se pregunta, siquiera, sobre el sexo de los ángeles.
(Misoginia aparte. F.E.)
Desconozco a quien le dedicó Brel esta canción, quizás se refería a su amigo Georges Pasquier que lloraba mientras perdía su batalla contra la muerte.
Brel sobreviviría por poco a Jojo, tendría tiempo de publicar su último disco, el mítico Les Marquises, entre sus joyas siempre me han llegado muy hondo, soy un sentimental, esta canción, la ruptura de Orly y la estremecedora elegía con aires del sur de Italia que le dedicó a Jojo, precisamente. Cuando habla el sentimiento y se arrinconan los artificios.
Ne me quitte pas
He leído un artículo soberbio sobre la génesis de “Ne me quitte pas” que me ha dejado sin ganas de insistir sobre esta canción, en realidad lo que más me ha llamado la atención ha sido comprobar una cierta manía que Brel le tenía a la canción con la que frecuentemente, obviando un repertorio lleno de canciones esplendorosas, se le asocia, al menos aquí, en España, un país que se divorció del francés a mediados de los 70.
Conocí a Brel en el año 1977, el motivo fue la aparición del que sería su último disco, “Les Marquises”, que había creado un revuelo, hasta entonces desconocido para una obra de la que solo se conocía el título, en el mundo de la Francofonía. Ese periódico no dudaba en hablar, no recuerdo que lo hiciera de ninguna otra canción, de “Ne me quitte pas”, aunque llevara 18 años sonando en la cabeza de los hijos del Mayo francés, y se refería a ella como la más bella canción de amor que se hubiera escrito. En justa compensación, ya que con el paso del tiempo llegaría a comprobar que, para mí, no era ni siquiera la mejor canción de amor de Brel, la tomaría como un hito inevitable y la escuché con esmero y me procuré una traducción para seguirla adecuadamente así como iba sonando; algunas de sus estrofas son impactantes como la luz que emerge de la oscuridad del desasosiego.
Los hombres sinceros se suelen distinguir por la temeridad con la que acometen los asuntos sociales, políticos o de interés general, cuando mienten solo lo hacen por amor. Quizás no haya canción que mejor ilustre lo que digo; el hombre abandonado que llora sobre su corazón en ruinas ha sido el que abandona, el que hiere con una actitud humillante el mito que había creado de sí mismo, de una actitud cruda y realista para cubrir los eternos males de amores, hasta ese punto acabó identificándose con su país alternativo en la que hombres y mujeres aprendieron a manejarse en el capricho eterno de un corazón que siempre busca nuevas sensaciones, no ahogarse en la rutina.
Hace poco que conozco la situación, las hazañas y el tiempo en que escribió esta canción, tras una primera lectura llegué a pensar y a justificar la dramatización penosa del vídeo de Brel cantando entre lágrimas en vez de maldecir en actitud desafiante al destino de lo que muere, pensando que se había apoderado del punto de vista de su amante, en el que sólo podía ser ese burgués convencional al que tanto hería en sus entrañas. Esto había provocado que volviera a ella con unos ojos más condescendientes, pero parece que no fue así; Brel fue presa, como en tantos asuntos que no podía explicarse pero los sentía, de sus contradicciones; se puede ser católico y no creer en Dios, se puede ser un marido fiel teniendo amantes. Su niñez estuvo marcada por un Dios que nunca dejaba de vigilarle, que no le permitía pecar sin llevar una carga sobre los hombros y una herida en el pecho que se abría aún más durante la noche. Su amor adolescente había desembocado en un matrimonio al que nunca quiso renunciar, por lo tanto no quiso reconocer el hijo que venía en camino. Ni siquiera la aventura más bella de su vida pudo hacer que depusiera una actitud tan desconcertante en un hombre como él que se reía hasta de sus sentimientos más lacerantes con tal de no faltar a la verdad.
De entre todas las amantes no hubo ninguna como Suzanne Gabriello conocida como “Zizou”. Llevaba cinco años con ella cuando empezó a esquivarla tras conocer su embarazo. La inevitable ruptura, propiciada por su cobardía y el no querer asumir una situación que él mismo había provocado, fue agria y dolorosa, llegando a las amenazas, por parte de ella, de hacer pública su situación con el consiguiente escándalo que conllevaría. Brel que empezó a dramatizar sus canciones el mismo tiempo que llevaba con esta muchacha, no quiso eludir la grabación de “Ne me quitte pas” dándole la vuelta a la situación, quizás, con el convencimiento de los egoístas, pensaba que todo debería de haber seguido como antes, reprochándole a “Zizou” la ruptura porque no quiso ser la otra.