Ven y mira.
Apocalipsis 6:1
Noveno mes. En las corrientes veloces pasaron tres tiempos y medio hasta llegar al perfil de este rojo invierno. En la mochila una botella de agua, una liviandad de entendimiento. Todo lo demás era la guerra. Un acondicionamiento voraz flamea. Al sonido amplificado de un chasquido, la valla quiebra en mil astillas, ahí va el caballo verde.
Pero,
¿de qué realmente se hace azogue en tu iris?
He visto tantas veces tus dilatadas pupilas esconderte en la misma condición que me revela.
¿Por qué persiste grabar la luz, con inexactitud, la muerte?
Ve a la montaña, si fuera posible, trae tu canto. Desde su balcón, las estrellas te señalan la cruda luz que pinta el rostro imposible del exilio.
No descanses en paz, tu corazón exiguo, indigente navío en las olas eternas, lucha la titánica guerra de los cielos, choca contra el inexorable iceberg del ruido blanco. El mundo hecho de horas es una combustión predecible. El mar, como la noche de raíces profundas, vomita el agrio olor de tu nadir fecundo.
De cuerpo presente y pálido semblante, tu corazón, Titán, se ha salido de cauce, abrasado de lumbres corre en la herrumbre. Nada querían de ti, nada esperaban, eras la capicúa de la historia, el número inconcebible de Dios.
E. R. Aristy