Re: Conversaciones literarias 2020, I: El realismo
Publicado: Lun, 13 Jul 2020 22:53
REALIDADES
Tras la ventana, la calima expande sus pulmones silenciosos,
y reposa, dormido, el absoluto del mar.
Es un soplo de plenitud la hora larga y lúcida,
mientras, en lejanía, los acantilados avanzan sus planos agrios, partidos sobre el fondo azul.
En esta temeraria perspectiva, dime tú, qué nos queda detrás de los demonios del espejo,
¿horizontes vencidos por las prisas del golfo que fuimos y el virtuoso cabo
que resulta de una mengua? La imagen despeinada, que finge ser un duende bonachón,
te pregunta por el principio de incertidumbre: Somos aún ¿pero estamos?
En la playa angosta, tras la ventana,
un perro cansado pasea de la mano de su amo.
Adentro, la habitación inerte —la mesa, el teclado, los auriculares—, nosotros,
la mano del acrobat que arrastra la página a empellones de ratón.
Tierra adentro, las olas son auroras de colores,
ensueño de pupilas en envero
y augurios de besos y promesas.
Que la deriva vital te sea amable, cual mies en la busaca de tus sueños.
Estoy todavía en el archivo que guarda silencio.
La nube me ampara, las letras pueden colapsar.
Abro las cortinas en busca de respuestas,
puede que se cuele alguna y me haga volver a ti.
Si tuviéramos la certeza de no morir jamás
ninguna pandemia sería un peligro. Pero moriremos, los dos
vamos a morir y tienes que aprender a cuidarte
porque si muero yo antes ¿quién cuidará de ti, hombre grande y dependiente?
Los cadáveres, la carne durmiendo en un reposo frío.
La lluvia, los golpes de la tempestad
contra los vidrios. Tus ojos brillantes gimiendo
en la humedad del rocío.
Se acabaron las inercias sensoriales
que empujan a juntar las sinrazones;
prohibidas o más, ahora las caricias son pecados.
Solo queda la tos, el humo, el invierno del tabaco.
Nada se posa ya como simiente,
a las flores apenas le quedan pétalos,
tan solo el estigma del sufrimiento grabado
y tus ojos mirando a un infinito sin retorno.
Confieso que me puse a excavar por todos ellos,
quise decirte entre mullidos que todas las palabras eran proyecciones ahuecadas,
tu silencio en cambio, vertiente de sueños, ¡de vida!
No encontré repuesta
en los ojos de los dioses.
El libro era en mí.
Cálculo infinito del amor.
Somos aprendices de un futuro incierto
que vadeamos por orillas sin promesas.
Solo nos quedan ojos que esperan atónitos,
incrédulos, tristes, vacíos de lágrimas de tanto llorar.
Tras la ventana, la calima expande sus pulmones silenciosos,
y reposa, dormido, el absoluto del mar.
Es un soplo de plenitud la hora larga y lúcida,
mientras, en lejanía, los acantilados avanzan sus planos agrios, partidos sobre el fondo azul.
En esta temeraria perspectiva, dime tú, qué nos queda detrás de los demonios del espejo,
¿horizontes vencidos por las prisas del golfo que fuimos y el virtuoso cabo
que resulta de una mengua? La imagen despeinada, que finge ser un duende bonachón,
te pregunta por el principio de incertidumbre: Somos aún ¿pero estamos?
En la playa angosta, tras la ventana,
un perro cansado pasea de la mano de su amo.
Adentro, la habitación inerte —la mesa, el teclado, los auriculares—, nosotros,
la mano del acrobat que arrastra la página a empellones de ratón.
Tierra adentro, las olas son auroras de colores,
ensueño de pupilas en envero
y augurios de besos y promesas.
Que la deriva vital te sea amable, cual mies en la busaca de tus sueños.
Estoy todavía en el archivo que guarda silencio.
La nube me ampara, las letras pueden colapsar.
Abro las cortinas en busca de respuestas,
puede que se cuele alguna y me haga volver a ti.
Si tuviéramos la certeza de no morir jamás
ninguna pandemia sería un peligro. Pero moriremos, los dos
vamos a morir y tienes que aprender a cuidarte
porque si muero yo antes ¿quién cuidará de ti, hombre grande y dependiente?
Los cadáveres, la carne durmiendo en un reposo frío.
La lluvia, los golpes de la tempestad
contra los vidrios. Tus ojos brillantes gimiendo
en la humedad del rocío.
Se acabaron las inercias sensoriales
que empujan a juntar las sinrazones;
prohibidas o más, ahora las caricias son pecados.
Solo queda la tos, el humo, el invierno del tabaco.
Nada se posa ya como simiente,
a las flores apenas le quedan pétalos,
tan solo el estigma del sufrimiento grabado
y tus ojos mirando a un infinito sin retorno.
Confieso que me puse a excavar por todos ellos,
quise decirte entre mullidos que todas las palabras eran proyecciones ahuecadas,
tu silencio en cambio, vertiente de sueños, ¡de vida!
No encontré repuesta
en los ojos de los dioses.
El libro era en mí.
Cálculo infinito del amor.
Somos aprendices de un futuro incierto
que vadeamos por orillas sin promesas.
Solo nos quedan ojos que esperan atónitos,
incrédulos, tristes, vacíos de lágrimas de tanto llorar.