Editorial Alaire

Si morir fuese vida,
si los árboles jugasen con baladas,
si la noción empírica del alma se quebrara en pedazos de materia,
donde los niños alargasen su inocencia,
como un paisaje oblicuo en algún lienzo nos hiciese encontrar la ceniza nostálgica del cielo,
si los pasos del viento sobre el agua silbasen como el tiempo que roza los pasillos,
si las aves volasen sobre su propio trino, elevando la nota en atavíos
sin memoria, ni lastre, como un globo
que aprendió a madurar fuera del nido,
si las montañas doblaran sus laderas hacia el llano, misterio, tras la última lágrima del río,
si el verde fuera azul,
si los ojos oídos,
la vida no sería más que ese reflejo
escondido de las olas, más que el frondoso alud preciso, humanizado, cayendo en las salidas puntiagudas de la aguja, cosería un botón a su traje de tiempo bajo el grito