El amputado
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Óscar Distéfano
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El amputado
¡Adiós normalidad!
Desde ese momento, se despedía de su condición de hombre normal, y pasaba a integrar la categoría de hombres mutilados, discapacitados; situación que le agobiaba sobremanera, pues a partir de esa infausta pérdida , tendría que vérselas con dos monstruos que serían la pesadilla de toda su vida: su limitación física para realizar las tareas más elementales –como afeitarse o bañarse-- y la compasión de sus semejantes.
No pudo contener las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Gotas frías y amargas. Gotas que llevaban como esencia la desesperación incontrolada y un súbito deseo de huir hacia la calma de la muerte. La condena era inapelable: no existía la posibilidad del borrón y cuenta nueva. A partir de aquel momento, todos los días, y en incontables momentos de esos días, tendría que vérselas con aquella consecuencia de su desgracia.
Le acometió unas ganas intensas de protestar contra la divinidad, de gritar con la mayor de las fuerzas la injusticia de su situación, gritar desaforadamente, con la ingenua intención de expulsar de su entrañas aquella angustia que parecía cercenarle las vísceras. Pero quedó ahí parado, tieso. Parecía un zombie, un enajenado; y en verdad, en minutos se había convertido en un hombre profundamente trastornado. Estaba petrificado, con la mirada perdida, soñando en un pasado demasiado cercano y bello. Los pensamientos giraban en su mente como remolinos, sin detenerse en una imagen concreta. Daba la impresión de que algo en su interior: alguna artería, algún músculo, iría a reventar y romperse peligrosamente.
Luego con el correr de las horas, la expresión crispada de su rostro fue apagándose hasta detenerse en una inexpresividad marmórea. El espacio y el tiempo, se llevaron la imagen pétrea de aquel rostro que parecía jurar con la mirada infinitamente triste no volver a sonreír jamás.
¡Adiós normalidad!
Volvió a palparse el muñón, y su mente se revelaba a aceptar aquella realidad indigna. ¡No, no, no! Y una nueva desesperación lo hizo desvanecerse y caer.
Cuando volvió en sí, como en una especie de sopor, su imaginación febril, hizo reponer en su antiguo lugar su desaparecida mano, y empezó a palparse y a juguetear con ella; movió cada dedo inexistente, cada músculo, cada fibra hasta cansarse, hasta convencerse de que aquella mano era tan real como los ojos que la estaban mirando. Se sentía inmensamente feliz mientras iba adentrándose pesadamente en la oscuridad del sueño.
Cuando despertó, ya con su antigua lucidez, pudo observar con mucha conciencia el brazo amputado. Miró fijamente, casi a la altura de la muñeca, el corte apenas cicatrizado. Notó también que el muñón tenía un color violáceo, y el contraste con el resto del brazo era muy llamativo, lo cual le parecía grotesco.
Sintió un dolor agudo a la altura del corazón, y le pareció que se le erizaban los pelos. Dio unas vueltas sobre sí mismo; y mientras balbuceaba algunas palabras incomprensibles, y gesticulaba como un quijote que no admitía réplicas, se adentró en un estado de alucinación total. Se le apareció de nuevo la mano cortada pegada a su muñón. Muy asustado, trató de mover el dedo índice, como tanteando su existencia, y se le movió el meñique. Cerró los ojos, los volvió a abrir, movió de un lado a otro la cabeza, como buscando despertarse. Con recelo observó de nuevo su mano. Vio que sus dedos se movían sin mando, irrespetando todas las órdenes del cerebro. Los dedos se entrelazaban, se clavaban unos a otros con sus uñas. En un extraño conjuro, el pulgar y el medio, atacaban despiadadamente al índice; y éste se defendía como podía, pero infructuosamente porque empezó a sangrar profusamente. Y en ese instante, la mano empezó a girar sobre la muñeca descontroladamente, como una hélice, dando la sensación de que no se detendría jamás. Entonces, en un acto de cordura casi milagrosa, el cerebro hizo intervenir a la mano izquierda. Esta se posó sobre las aspas del delirio, con la finalidad de parar aquella anarquía de músculos y tendones.
Parece que logró su propósito, porque su sentido del tacto hizo que sintiera la piel suave del muñón. Al bajar la mirada, se encontró con la mano izquierda tapando la grosería espantosa, la realidad atroz, cruel, inaceptable.
¡No! ¡No! ¡No!
Era la tercera vez que perdía el conocimiento; y cuando, después de unas horas despertó, tenía el brazo mutilado escondido entre las sábanas. Quiso mirar por centésima vez el muñón, pero esta vez lo detuvo la cobardía.
Quedó quieto, con los músculos paralizados, para no sentirse traicionado, para no sentir el más imperceptible movimiento de un músculo, para no sentir la inexistencia de la mano.
Observó a través del cristal de la ventana la profundidad del espacio ilimitado; y queriendo perderse en ese azul inmenso carente de tiempo, siguió horadando la nada hasta más allá del silencio, lejos de su lecho, de su cuerpo, de su abrumado presente... Y ya no pudo volver. Se fue y se fue.
Cuando volvió en sí se percató de que había quedado ciego. “Puede ser una ceguera temporal producida por el trauma”.
Paradójicamente, este hecho, antes que provocarle un segundo dolor, le produjo alivio, porque pensó que ya no vería su mano loca girando como un ventilador. Era preferible la oscuridad.
Lo malo fue que con la pérdida de la vista, el oído inició un proceso de desarrollo incontrolado y rápido. Fue agudizándose cada vez más, hasta captar las más débiles tensiones, las más pequeñas vibraciones; y muy pronto se adiestró en la captación de los movimientos de sus células, hasta llegar nuevamente a cerciorarse de que su cuerpo se encontraba incompleto; de que, en efecto, debajo de aquellas sábanas, se escondía vergonzosamente el pequeño monstruo.
Sintió un agudo dolor en el tímpano, como un autocastigo lacerante; y súbitamente, se sintió sordo.
Y lo bueno fue que con la nueva pérdida, sintió un segundo alivio. Incluso se concentró en una disquisición psicológica, donde acordaba las ventajas de su nueva condición. Se acordó de aquellas creencias cristianas que desprecian los sentidos, porque son los puentes hacia el pecado. Y al final, ¿para qué él desearía ese sentido que le estaba enviando datos fatalmente falsos al cerebro?
A partir de esa creciente postración, su mente se dividió en dos hemisferios contrapuestos: una parte sufría la mutilación, pero seguía aferrada a la vida; y la otra, que no aceptaba la realidad, y buscaba la autodestrucción. la parte viva luchaba débilmente con la bandera de una esperanza desteñida, casi ridícula; mientras la otra parte, la parte muerta, quería matarlo todo, hasta entregarse a la paz de la inexistencia.
Al mismo tiempo, el olfato fue adentrándose en el mismo proceso, en el mismo desarrollo vertiginoso, hasta alcanzar grados increíbles de captación olorosa; y esa perfección, esa pericia perfecta, hizo que pudiera sentir, por los efluvios de la cicatrización, la carencia de su mano. Y esa percepción fue también su destrucción, por orden y voluntad de su ya desquiciado cerebro.
Igual suerte corrieron el gusto y el tacto. Fueron destruidos sin contemplación, lo cual lograba los sucesivos alivios.
Entonces, cuando sólo era ya una masa de carne donde bullía un cerebro con su memoria, sus pensamientos y sus percepciones, se percató de que el problema de la amputación no había sido resuelto. Dudaba todavía de aquella realidad. Las voces resonaban en su cerebro. Cada parte interesada argumentaba según su conveniencia, para convencer al yo supremo, y triunfar en la personalísima batalla.
El hemisferio que pretendía la destrucción, el suicidio, utilizaba las armas del raciocinio, del intelecto formal y consciente; mientras que la parte viva, se escudaba en la percepción, en las emociones.
Y así fue como sucedió el desenlace: la parte muerta, utilizando una serie de complejos silogismos y un razonamiento deductivo, llegó a la conclusión de que la mano derecha no existía; pero, la parte viva, apelando al viejo truco humano de engañarse a sí mismo gracias al amor y al poder que imprimen en el alma los recuerdos, hizo que la percepción transmitiera la siguiente conclusión: todo funciona correctamente. El cuerpo es una máquina perfecta; funciona con todos sus miembros.
Muchos meses, el accidentado estuvo internado en el mejor hospital del país, secundado por los mejores especialistas médicos, quienes lo sacaron del estado vegetativo, del ensimismamiento profundo, y lo recuperaron para bien de sus amigos y familiares, a la realidad.
Y así fue como siguió viviendo muchos años, mientras se adaptaba lentamente a la vista de su "simpático" muñón y a la mano ortopédica que le habían regalado.
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Re: El amputado
Logras que la grima lo inunde todo y el terror onírico se expanda entre las ideas.
Casualmente, hace una semana, hablaba con un terapeuta cosmético, sobre las posibilidades de tratamiento con células madres. Me contaba que era cosa de minutos la regeneración celular.
Gracias por tu aportación, amigo; un abrazo.
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."
El faro, Ramón Carballal
- Ana García
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Re: El amputado
Forjas un futuro de esperanza para tu prota, tardará en reunir las piezas de su puzzle. ¿Pero quién será el nuevo ser?
Un texto impoluto como nos tienes acostumbrados.
Un fuerte abrazo, Óscar.
- Ventura Morón
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Re: El amputado
Debe haber sido un proceso duro y catártico escribirlo... situarse ante una realidad que quiere describirse, buscar las herramientas para producir las sensaciones, adentrarse en el intelecto para ir apagando fusibles que nos vayan conduciendo a un estado de ruptura con todo.
Me ha aliviado el final... el ser humano es capaz de todo, esa confianza en esto a pesar de las debilidades, de la dificultad para superar los traumas de la vida, es la que nos ayuda a seguir creyendo en todo lo posible.
Un abrazo querido amigo
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: El amputado
Salud.
- Alonso Vicent
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Re: El amputado
Un excelente relato, compañero, que leí en dos partes: la física y la psíquica. Me emocionó.
Un abrazo.
- F. Enrique
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Re: El amputado
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
(Playa de la Almadraba - Fragmento)