Pero el declive del número de lectores de poesía no solo está condicionado por la mercantilización citada. Otros factores también lo causan, y no es el menos importante la proliferación de empresas editoriales que se dedican prioritariamente a ofrecer a los poetas la autoedición sin ofrecer una distribución de sus libros, con lo que existen multitud de ediciones de poemarios verdaderamente mediocres, aunque alcanzan poca difusión. También habría que citar algún otro factor, como es el hecho de la degeneración estética del lenguaje coloquial (redes sociales) en pro de una síntesis conceptual que rehúye y desprecia cualquier asomo de artificiosidad artística. Y también serían citables otros muchos factores cuya exposición sería prolijo detallar, pero que, seguramente, están en la mente de todos los que se hallan inmersos en búsquedas de proposiciones que hagan levantar el arte poético de su actual declinación.
Como iniciativa para lograr esa trascendencia artística que lleve la poesía más allá de su constreñido horizonte de hoy, nace el Neosimbolismo, aspiración poética (cobijada bajo el manto de la Academia de Poesía Alaire) de huir de lo perjudicial y, principalmente, de adquirir una nueva dimensión estética.
El hombre comunica “ideas”, y debemos interpretar que en esta palabra se engloban todos los “contenidos psíquicos”. Un contenido psíquico es algo complejo pues en él convergen ingredientes conceptuales, axiológicos, sensoriales, volitivos, etc.
En poesía se intenta comunicar la contemplación de un contenido psíquico “tal como es en realidad”, es decir, íntegro, individualizado, recogiendo todos sus matices o ingredientes. Esta comunicación debe ir acompañada de un desprendimiento de placer estético en el que coinciden autor y lector (u oyente). Este placer estético (o alegría estética, según Sartre) pudiera proceder de la plenitud vital que experimentamos al perfeccionarnos conociendo. El hombre recibe placenteramente todo aquello que lo perfecciona. La poesía no es, sin más, emoción a secas, sino percepción de emociones, evocación de impresiones y sensaciones.
Cabrían algunas matizaciones sobre los contenidos psíquicos o anímicos que el poeta trata de comunicar. Las realidades anímicas son personales, únicas. Cada hombre, en el sentido epiceno del nombre, se halla, en efecto, individualizado, individualización determinada por sus particulares temperamento, inteligencia, dotes afectivas y sensibilidad. Un contenido anímico es un complejo de elementos conceptuales, sensoriales, afectivos, volitivos, etc., que forman una síntesis espiritual, un todo. De este todo sólo el elemento conceptual puede ser común a los diferentes individuos; los demás cambian siempre con el sujeto. Por tanto, el contenido psíquico (o anímico) que se comunica no podrá ser nunca el mismo que poseyó el autor, aunque debe darnos la ilusión de que se ha comunicado totalmente dicho contenido.
Y es que con la lengua, entendida esta como el sistema de signos y de las relaciones entre estos signos, que una gran mayoría coincide en entender de igual forma, con esta lengua no podemos transmitir un contenido psíquico “tal como es”. Un contenido psíquico es algo individual y la lengua expresa sólo lo genérico. Si digo “árbol”, estoy expresando únicamente el concepto “árbol”, que todos conocen y comparten, pero no puedo transmitir el contenido psíquico que yo tengo (y sólo yo) de “este árbol concreto”, con toda su carga de belleza, grandeza, evocación, pureza, utilidad, sentimientos, etc., es decir el contenido psíquico sintético que en este momento poseo de este árbol. Por otra parte, si quisiera, mediante el empleo de la lengua, describir todos estos ingredientes de mi contenido psíquico “árbol”, nunca lograría transmitir la síntesis individual de ese contenido sino un mero análisis de sus ingredientes, una enumeración de los mismos. La lengua, además de ser genérica, es analítica. No puede expresar lo individual, lo sintético. La lengua, entendida como “norma”, no puede alzarse a poesía. Para convertir la lengua en instrumento poético es necesario someterla a una serie de transformaciones, de sustituciones. Sin sustitución, no hay poesía.
Para que ésta exista, para que se comunique un contenido anímico sintético, debe intervenir un “sustituyente”, una palabra o un sintagma que se coloca en el lugar del “sustituido”, de un elemento de lengua de significado genérico. Y para que este “sustituyente” tenga capacidad de expresar una significación sintética, individualizada, ha de sufrir la acción de un “modificante”, gracias al cual el “sustituyente” deja de tener un significado genérico para cobrar otro significado: el sintético que el autor trata de comunicar. Si el “sustituyente” se apartase de su contexto y dejara de sufrir la acción del “modificante”, ya no tendría ese nuevo significado sintético que el autor pretende darle. El “sustituyente” privado del “modificante” es lo que llamamos “modificado”. Vemos pues que “sustituyente”, “sustituido”, “modificante” y “modificado” son los cuatro pilares en los que se sustenta la poesía.
En estos últimos párrafos se ha sintetizado una pequeña parte del pensamiento del gran maestro Carlos Bousoño sobre la expresión poética.
Pues bien, en el Neosimbolismo, el poema es un conjunto de sustituyentes, y, en suma, puede ser definido como un único sustituyente total, dentro del cual hay multitud de modificantes que van ocasionando otras tantas sustituciones parciales hasta la transformación de todo el poema en un símbolo. Los términos de un poema pueden ser modificados por diferentes términos del contexto y cada uno de éstos, a su vez, ser modificados por otros o por algunos de los primeros, formándose con frecuencia, un entramado de modificantes – sustituyentes.
Entonces, si todo el conjunto del poema se convierte en un símbolo, en ese sustituyente total, se habrá conseguido, no ya una alegoría (pues en esta la comprensión es próxima) sino un poema neosimbólico en el que la comprensión es distante. Pues es necesario tener en cuenta que las figuras que componen el cuerpo del poema neosimbólico son, mayoritariamente, cuando no en su totalidad, crípticas, inaccesibles en sí mismas, dotadas de un lejano matiz surrealista pero carentes de la anarquía de la escritura automática. Todas las figuras que integran el cuerpo de un poema neosimbólico, por muy incomprensibles que aisladamente resulten, han de contribuir, en mayor o menor grado, a la configuración del símbolo total.
Eso que el Neosimbolismo tacha de perjudicial, y de lo que huye, se puede exponer en varios puntos:
El Neosimbolismo huye del coloquialismo prosaico que envilece el arte poético.
El Neosimbolismo huye de la sensiblería, de la emoción lacrimógena, de la trivialización de los sentimientos, de lo banal.
El Neosimbolismo huye de la inmediata y universal interpretación semántica, aun cuando busca esta interpretación general por vías más amplias.
El Neosimbolismo huye de los vocabularios arcanos, excesivamente cultos, afectados y rebuscados.
El Neosimbolismo huye de la escritura automática, aun cuando la respeta.
El Neosimbolismo huye de todo dogmatismo, de todo axioma excluyente.
El Neosimbolismo huye, en fin, de todo lo gastado, repetido e insustancial, que no es más que estancamiento, cuando no retroceso.
Y ahora, sabiendo todo lo que en el Neosimbolismo no cabe, veamos lo que persigue.
El Neosimbolismo persigue la emoción intelectual.
El Neosimbolismo persigue la creatividad rebelde.
El Neosimbolismo persigue la originalidad traviesa.
El Neosimbolismo persigue la libertad de las formas.
El Neosimbolismo persigue la independencia personal.
El Neosimbolismo persigue la cohesión de lo irracional.
El Neosimbolismo persigue la superación poética, el ir más allá.
Poetas:
Escribid poemas neosimbólicos sin pensar que os adherís a algo ajeno, tomad el Neosimbolismo como propio, dadle vuestro matiz personal e irrepetible, haced evolucionar la poesía, buscad la trascendencia.