Tela de araña III

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ana García
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Tela de araña III

Mensaje sin leer por Ana García »

Bebí de un trago el cáliz del olvido
y abandoné en tu regazo la pálida
sombra del amor, herí tu crisálida,
devoré los sueños que hallé en tu nido,
pisé la sonrisa a un ángel dormido.


Creo que una puede dar golpes por varios motivos. Se puede golpear una puerta en un acceso de sangre hirviendo, en un impulso de querer gritar y no tener voz para articular el grito.
Una también puede golpear el cristal de una galería con un pie, cuando es niña, y provocar chorros rojos como único medio de decir:
—Esto no me gusta. ¡Te odio! ¡Muérete de una vez!
Se pueden dar golpes en soledad, son los más duros, con la intención de provocarse daño físico que silencie el daño interno.
Hoy voy a hablaros de los golpes que damos en sueños. Golpes duros, llenos de ira, que nos despiertan en medio del sudor.

El suelo estaba encharcado, mis delgadas zapatillas se humedecían a cada instante, los tobillos eran dos cerezas maduras, mis pies dos filetes frescos. Atravesé el salón. Decidí desnudarme, nadie podía verme. ¿Por qué avergonzarme entonces? Doblé cuidadosamente la ropa y me senté en uno de los charcos, no sentía miedo sino placer, no sentía repugnancia sino euforia. Había aplastado todas las arañas que encontraba a mi paso, como una piedra puede aplastar a los despistados que no vigilan su espalda.
El discurso de la gran viuda negra no había sido nada más que una colección de palabras falsas, de cálculos financieros. Los escritores eran para ella cabezas de ganado.
Comprendí que aquel encuentro iba a ser la solución para dejar de tejer la tela de la gran araña. Mi liberación. Fue entonces cuando me vi rodeada de vacas y de cerdos en un establo. Ya estaban lo suficientemente cebados para ser comidos y alcé mi mano. Tenía una gran destreza, algo infrecuente, pues suelo ser bastante torpe. Silbé una canción de cuna y clavé mi fino cuchillo en sus cuellos, uno por uno. La sangre goteaba, espesa, caliente, roja oscura.
Degollados, troceados y dispuestos a ser vendidos en el mercado. Me vi en el matadero y olía a sangre fresca. Tenía los pies y piernas embadurnadas de repelente para arañas. Miré la sala: estaba acompañada de jamones, espaldilla, solomillo, lomo, hígados, riñones, criadillas, chuletas...


Abrí los ojos, todavía asustada por la pesadilla. Mi corazón reconfortado gracias al olor del café, y la mente que no era la mía, dispuesta a entablar todos los mecanismos que nos mantienen despiertos en esta vida de mentirijillas.
Había quedado con el dueño de una sala alternativa de teatro, para concretar el día que iban a estrenar mi obra. Escuchaba con claridad su discurso:
—Creo que será para el mes que viene, pero tienes que retocar algunas escenas.
¡Bah! Un estúpido como tantos otros.
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Tela de araña III

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

La entradilla, Ana, tiene un toque de intensa claridad que lubrica la consciencia para hundirnos en la lectura, para hacernos parte de la tela onírica.

Creo que una puede dar golpes por varios motivos. Se puede golpear una puerta en un acceso de sangre hirviendo, en un impulso de querer gritar y no tener voz para articular el grito.
Una también puede golpear el cristal de una galería con un pie, cuando es niña, y provocar chorros rojos como único medio de decir:
—Esto no me gusta. ¡Te odio! ¡Muérete de una vez!
Se pueden dar golpes en soledad, son los más duros, con la intención de provocarse daño físico que silencie el daño interno.
Hoy voy a hablaros de los golpes que damos en sueños. Golpes duros, llenos de ira, que nos despiertan en medio del sudor.

Me ha gustado la introducción al golpe, al puño roto; no hay manera de apartar los ojos de esta descripción vívida.

El suelo estaba encharcado, mis delgadas zapatillas se humedecían a cada instante, los tobillos eran dos cerezas maduras, mis pies dos filetes frescos. Atravesé el salón. Decidí desnudarme, nadie podía verme. ¿Por qué avergonzarme entonces? Doblé cuidadosamente la ropa y me senté en uno de los charcos, no sentía miedo sino placer, no sentía repugnancia sino euforia. Había aplastado todas las arañas que encontraba a mi paso, como una piedra puede aplastar a los despistados que no vigilan su espalda.
El discurso de la gran viuda negra no había sido nada más que una colección de palabras falsas, de cálculos financieros. Los escritores eran para ella cabezas de ganado.
Comprendí que aquel encuentro iba a ser la solución para dejar de tejer la tela de la gran araña. Mi liberación. Fue entonces cuando me vi rodeada de vacas y de cerdos en un establo. Ya estaban lo suficientemente cebados para ser comidos y alcé mi mano. Tenía una gran destreza, algo infrecuente, pues suelo ser bastante torpe. Silbé una canción de cuna y clavé mi fino cuchillo en sus cuellos, uno por uno. La sangre goteaba, espesa, caliente, roja oscura.
Degollados, troceados y dispuestos a ser vendidos en el mercado. Me vi en el matadero y olía a sangre fresca. Tenía los pies y piernas embadurnadas de repelente para arañas. Miré la sala: estaba acompañada de jamones, espaldilla, solomillo, lomo, hígados, riñones, criadillas, chuletas...

Esta pesadilla es un logro avasallador; exquisita la calidad de las imágenes. La canción de cuna, ese señuelo tan simbólico que nos lleva en volandas a la exigencia amniótica, al primer hilillo de sangre compartida.

Abrí los ojos, todavía asustada por la pesadilla. Mi corazón reconfortado gracias al olor del café, y la mente que no era la mía, dispuesta a entablar todos los mecanismos que nos mantienen despiertos en esta vida de mentirijillas.
Había quedado con el dueño de una sala alternativa de teatro, para concretar el día que iban a estrenar mi obra. Escuchaba con claridad su discurso:
—Creo que será para el mes que viene, pero tienes que retocar algunas escenas.
¡Bah! Un estúpido como tantos otros.

Esta Tela de araña III nos lleva más lejos aún, nos sugiere antídotos, armamento, lucha activa. Repelente de arañas, que lo entiendan bien: no pueden acercarse.

Abrazos, Ana. Mil gracias por compartir.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ana García
Mensajes: 3056
Registrado: Lun, 08 Abr 2019 22:58

Re: Tela de araña III

Mensaje sin leer por Ana García »

Me pasa, Hallie, que las canciones de cuna y los payasos forman parte de pesadillas.
El caso es que para exorcizar momentos he pintado al óleo temas con payasos, he escuchado y leído nanas; incluso he escrito alguna. Pero ahí siguen.
Eres muy buena lectora. Has visto el repelente para arañas y su significado.
Estoy muy agradecida por tus completos comentarios. Por tu tiempo (que para todos es oro) y por tu amabilidad para con mis escritos.
Muchas gracias, de corazón, por tus palabras.
Salud.
Hallie Hernández Alfaro
Mensajes: 19435
Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Tela de araña III

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Ana, en algún momento cederán las asociaciones intrusas, desalojarán el inconsciente y al ponerlas frente a la luz de las aceras, perderán todo su poder; suelen ser muy resistentes porque han sido grabadas en rincones muy jóvenes del hipotálamo.
Mientras tanto, la narrativa corta gana un montón con tus letras.

En un rato voy a buscar Tela de Araña III poema, ya te diré cosas.

Un abrazo.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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