Sergio
Publicado: Lun, 20 May 2019 16:10
Sergio llegó muy pronto a su casa ese día.
Las emociones habían excedido límites por la mañana. El estrés pendulaba como un veterano hipnotizador de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. La vista nublada hacía acopio por no obedecer al llamado urgente; sin embargo, aquel android viejo y muy gastado, parecía pedirle que lo encendiera, que lo conectara con el freudianismo más recalcitrante.
Sergio había estado inmerso en semanas de felicidad sexual-afectiva; no era extraño porque su compañera estaba colada por él
y según sus propias palabras, a él le ocurría otro tanto.
Sergio no hablaba de sus vidas secretas jamás, al no verbalizarlas no les concedía realidad alguna.
Su dispositivo personal sí las conocía; las conocía con nombre y apellido, con edad y medidas, con defectos y percances.
Pero que la inteligencia artificial supiera estos deslices no le preocupaba en absoluto, por qué habría de hacerlo si las máquinas no pueden hablar.
Sergio manifestaba su alegría y a pesar de cualquier evento disfuncional que hubiese tenido lugar en el pasado, se nombraba a sí mismo un hombre feliz. Satisfecho, responsable, amante.
A pesar de todo este bienestar consciente, en ocasiones como hoy, dudaba de todo; de sí mismo, de sus capacidades de seducción, de sus poderes con el sexo femenino. El android parecía entonces tomar vida; era el medio, la infrahumanidad de sus carencias, el caramelo mental, el pase perfecto al juego donde apostaba amor propio a grandes cantidades. Solo con tocarme podrás ganar, solo con usarme puedes comprobar el poder de tus músculos, de tu atractivo, de tu labia seductora. Nadie miraba, a solas con el dispositivo podía probar, dejar mensajes, escribir piropos, perseguir un poco de gloria clandestina. Y ahí mismo y por un ratito, el ancestral dolor dejaba de ser lo que era. Saltaban las respuestas. Mujeres emocionadas por su encanto, mujeres necesitadas, mujeres. La autoestima cotizaba en los mercados más potentes y ganaba enteros.
El insomnio y el android reseteaban cualquier juicio de valor. ¿Cómo sentirse culpable por acceder a dimensiones tan imperceptibles?, dimensiones que en la vida de Sergio no pintaban nada.
En este caso, nada es un vocablo traidor, una especie vacía, amorfa y letal.
Las emociones habían excedido límites por la mañana. El estrés pendulaba como un veterano hipnotizador de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. La vista nublada hacía acopio por no obedecer al llamado urgente; sin embargo, aquel android viejo y muy gastado, parecía pedirle que lo encendiera, que lo conectara con el freudianismo más recalcitrante.
Sergio había estado inmerso en semanas de felicidad sexual-afectiva; no era extraño porque su compañera estaba colada por él
y según sus propias palabras, a él le ocurría otro tanto.
Sergio no hablaba de sus vidas secretas jamás, al no verbalizarlas no les concedía realidad alguna.
Su dispositivo personal sí las conocía; las conocía con nombre y apellido, con edad y medidas, con defectos y percances.
Pero que la inteligencia artificial supiera estos deslices no le preocupaba en absoluto, por qué habría de hacerlo si las máquinas no pueden hablar.
Sergio manifestaba su alegría y a pesar de cualquier evento disfuncional que hubiese tenido lugar en el pasado, se nombraba a sí mismo un hombre feliz. Satisfecho, responsable, amante.
A pesar de todo este bienestar consciente, en ocasiones como hoy, dudaba de todo; de sí mismo, de sus capacidades de seducción, de sus poderes con el sexo femenino. El android parecía entonces tomar vida; era el medio, la infrahumanidad de sus carencias, el caramelo mental, el pase perfecto al juego donde apostaba amor propio a grandes cantidades. Solo con tocarme podrás ganar, solo con usarme puedes comprobar el poder de tus músculos, de tu atractivo, de tu labia seductora. Nadie miraba, a solas con el dispositivo podía probar, dejar mensajes, escribir piropos, perseguir un poco de gloria clandestina. Y ahí mismo y por un ratito, el ancestral dolor dejaba de ser lo que era. Saltaban las respuestas. Mujeres emocionadas por su encanto, mujeres necesitadas, mujeres. La autoestima cotizaba en los mercados más potentes y ganaba enteros.
El insomnio y el android reseteaban cualquier juicio de valor. ¿Cómo sentirse culpable por acceder a dimensiones tan imperceptibles?, dimensiones que en la vida de Sergio no pintaban nada.
En este caso, nada es un vocablo traidor, una especie vacía, amorfa y letal.