Primavera en Kenia
Publicado: Jue, 21 Mar 2019 13:18
Dos millones de flamencos hunden una pata en el barro mientras retuercen sus cuellos en las horas del crepúsculo.
Parecen bailarines rotos que esconden su fragilidad empapándola en el suelo, mientras guardan su esplendor de manto fluorescente replegado en las alas.
Muy cerca, de los rinocerontes blancos que van sorbiendo de la tierra sus entrañas, comienzan a surgir pájaros grises como un presagio de resurrección que remonta el vuelo para enredarse en las nubes cercanas.
El lago Nakuru llamea sonrosado como un cántaro dulce que apaga la sed centelleando, se llena de animales desnudos rozando sus vértebras, evitando devorarse en la orilla. Si te dijera que ayer solamente caían rayos de luz pura en su agua como en mi lecho, entenderías que el tiempo ya no es un lugar en el que tengamos que alimentar a nuestras bestias, pues han empezado a acostumbrarse a dominar su hambre.
Intentaré cabalgar a este lado del mundo a este silencio, subido en una imaginaria manada salvaje en mi domesticada casa, mientras sueño con imposibles, visibles desde el acantilado de los Papiones y el cabecero de nuestra cama, y me tatúo huellas de cebra en los ojos, blancas y negras, negras y blancas, como si con ello pudiera entregar la vida al león del destino que me busca para darme caza.
En un vacío del Valle del Rift en el que se encuentra mi almohada, me he atrevido a abandonarte, sin haber ido nunca, cuando más te quería y tu ya no me amabas.
Un flamenco se eleva y, de pronto, cientos le siguen como si en un vuelo se pudiese devolver el color al mundo, a un mundo al que quisiera, en ese mismo soplo, devolverle las alas.
Parecen bailarines rotos que esconden su fragilidad empapándola en el suelo, mientras guardan su esplendor de manto fluorescente replegado en las alas.
Muy cerca, de los rinocerontes blancos que van sorbiendo de la tierra sus entrañas, comienzan a surgir pájaros grises como un presagio de resurrección que remonta el vuelo para enredarse en las nubes cercanas.
El lago Nakuru llamea sonrosado como un cántaro dulce que apaga la sed centelleando, se llena de animales desnudos rozando sus vértebras, evitando devorarse en la orilla. Si te dijera que ayer solamente caían rayos de luz pura en su agua como en mi lecho, entenderías que el tiempo ya no es un lugar en el que tengamos que alimentar a nuestras bestias, pues han empezado a acostumbrarse a dominar su hambre.
Intentaré cabalgar a este lado del mundo a este silencio, subido en una imaginaria manada salvaje en mi domesticada casa, mientras sueño con imposibles, visibles desde el acantilado de los Papiones y el cabecero de nuestra cama, y me tatúo huellas de cebra en los ojos, blancas y negras, negras y blancas, como si con ello pudiera entregar la vida al león del destino que me busca para darme caza.
En un vacío del Valle del Rift en el que se encuentra mi almohada, me he atrevido a abandonarte, sin haber ido nunca, cuando más te quería y tu ya no me amabas.
Un flamenco se eleva y, de pronto, cientos le siguen como si en un vuelo se pudiese devolver el color al mundo, a un mundo al que quisiera, en ese mismo soplo, devolverle las alas.