3 poemas de Raquel Lanseros

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Luis M
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3 poemas de Raquel Lanseros

Mensaje sin leer por Luis M »

2059

He imaginado siempre el día de mi muerte.
Incluso en la niñez, cuando no existe.

Soñaba un fin heroico de planetas en línea.
Cambiar por Rick mi puesto, quedarme en Casablanca
sumergirme en un lago junto a mi amante enfermo
caer como miliciana en una guerra
cuyo idioma no hablo.
Siempre quise una muerte a la altura de la vida.

Dos mil cincuenta y nueve.
Las flores nacen con la mitad de pétalos
ejércitos de zombis ocupan las aceras.
Los viejos somos muchos
somos tantos
que nuestro peso arquea la palabra futuro.
Cuentan que olemos mal, que somos egoístas
que abrazamos
con la presión exacta de un grillete.

Estoy sola en el cuarto.
Tengo ojos sepultados y movimientos lentos
como una tarde fría de domingo.
Dientes muy blancos adornan a estos hombres.
No sonríen ni amenazan: son estatuas.
Aprisionan mis húmeros quebradizos de anciana.
No va a doler, tranquila.
Igual que un animal acorralado
muerdo el aire, me opongo, forcejeo,
grito mil veces el nombre de mi madre.
Mi resistencia choca contra un silencio higiénico.
Hay excesiva luz y una jeringa llena.

Tenéis suerte, -mi extenuación aúlla-,
si estuviera mi madre
jamás permitiría que me hicierais esto.

__________


TRADICIÓN ORAL

Me gusta amarte hincada de rodillas.
Aquí, tan desde abajo, tan cerca de la tierra
reclamo el palpitar de tu cuidado
y centro mi delicia en el transcurso.

No es de extrañar que el mundo sea redondo.
¿Qué forma iba a adoptar, sino la de mi boca?

__________


LIBRO DE CUENTOS


Sobre la antigua mesa de juegos infantiles
el volumen de cuentos escogidos.
El sol, igual que entonces,
derrama su promesa de luz inagotable sobre las viejas páginas.
Hoy vuelvo a ver, con dedos asombrados,
el paisaje de mis primeros sueños.
El corazón se comba bajo el peso del tiempo como una flor nevada.
Hubo un día que soñé con palacios de oro detenidos
al borde de un estanque. Con diamantes
lloviendo sobre el barro. Con montañas sonámbulas, con dragones domésticos.
Los años han pasado con esa exactitud impertinente.
Ahora,
ya conozco el sabor
-agridulce y perplejo-
de la hierba que crece al otro lado.
Y no siempre es más verde.
He visto transformarse muchas veces
sueños en calabazas,
promesas en harapos,
palabras en ratones asustados.
Quien cruza una frontera, apuñala las horas.
Ahora,
en este tiempo del que huyen las respuestas,
cuando vuelan los pájaros
tras comerse las migas derramadas sobre el musgo del bosque.

¿Cómo encontrar de nuevo el camino de regreso?

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