EN EL PARQUE
El otro día, estaba sola y salí a caminar. Entré en un boliche, pedí un café y encendí un cigarrillo. Busqué la mesa junto a la ventana, tantas veces la había ocupado con una amiga para contarnos cosas que nos dolían o nos alegraban. Es que la alegría, compartida, sabe mejor y las heridas sanan más rápido.
Frente al boliche hay una plaza, desde mi mesa se divisan los bancos blancos bajo los árboles. En uno, una pareja de abuelos comparte la tibieza de los rayos de sol que se filtran por entre el follaje. Los hilos dorados, por momentos, brillan como estrellas en sus cabellos blancos; él tiene posado su brazo sobre el respaldo del banco y ella se acurruca sobre su pecho, como una pieza que encaja en el lugar exacto. Quizás después de tantos años, se sepan de memoria y por eso no se hablan, pero se sienten necesarios. Depositarios cada uno del amor que le ha sido entregado y juntos lo siguen cuidando.
Allí en otro banco una mamá teje, de a ratos vigila dentro del moisés y sonriendo retorna a su tarea. Es que allí en medio de sábanas de hilo que con amorosas manos bordara; adornado con puntillas y cintas de seda, duerme un sueño dulce poblado de angelitos, su niño, su esperanza.
Y ella también sueña; “cuando él sea grande, en este mismo parque correrán por el pasto, se esconderán tras los árboles. Subirá alto, muy alto, balanceado en la hamaca; pescaran en el lago. Ella será feliz escuchando su risa, viendo brillar su mirada y tendrá el color de miel que le dé este sol hermoso”. Pero claro, yo imagino que ella piensa todo esto y más, “Falta aún tanto tiempo, mejor termino estos escarpines no sea que pronto precise unas medias”, y despacito susurra una “nana” de duendes.
En el banco que está cerca de la fuente, una pareja se mira muy hondo a los ojos; pareciera que cada uno quiere bucear dentro del otro, buscando verse reflejado en el espejo del alma. Sus manos se juntan, una hermosa sonrisa ilumina sus rostros, sus labios se unen en un beso esperado como un sello o seguro del futuro soñado. Y abrazados muy juntos, los dos en silencio, por el caminito se van alejando.
Un amigo me dijo que cuando uno escribe un cuento o una poesía, pone en el papel sueños y parte de su propia vida. De cosas que ha deseado y otras que ha vivido. Y yo, sigo aquí sentada, imaginando la vida, después del tercer café y el sexto cigarrillo.
El sol ya se ha ocultado, mis personajes se han ido pero ya no estoy sola, mi amigo está conmigo.
SOLEDAD REY
