Poesía, 3er premio. LA HÚMEDA RACIÓN DE LOS DÍAS, de G. Mont
Publicado: Dom, 22 Ene 2017 16:08
LA HÚMEDA RACIÓN DE LOS DÍAS
Aquí otra vez Homo-espejo, ansiando abarcarte,
vinculando tus nuevas estrellas al ruido habitual. Pareces completo:
el hombre de Vitrubio en formato astronómico.
Un universo de tránsitos que la ley de Murphy ha forjado.
Y sin embargo incompleto.
Por poco un saco de huesos. Bajo el recubrimiento
dorado, tus oxidados estratos. Bajo el laminado, el nervio del plomo,
la explosión del tic tac, la sien borbotando el último chance.
… Te aplicas entonces a cavar tus epílogos, como la mascota que lamía tus huesos en los polos del sino. Tras las puertas te bates en duelo, y abaleado de sismos te desmigas en llanto. Te abrevian las anfibologías amarillas, las seis perspectivas del cubo, y atascado en tantas gargantas, ya no ruedas por Krypton. En Tierra, los fóridos te inoculan de estragos, de urbes erigidas de escombros, y adversas la sensatez del semáforo, el verde y el rojo que ruega Descals.
Yuxtapones vacíos al estilo Carrà, verdades perplejas, dudas que no podrás refutar. Colman tu féretro, infinitos cercados, llaves maestras que jamás te sirvieron. Te definen sin más, las rarezas: las lluvias con traje al estilo Magritte, la mujer que llora las bajas que lloraba Picasso, y las Cenicientas que recuperan la vida, mientras van por la vida deshojando sus pies. Luego, los desequilibrios Antártidos.
Como Dalí, sin embargo, arrugas el tiempo en Gravedades exóticas
y siembras caracoles en Tierras inéditas: en los afluentes del pecho
y en las huellas que recepcionan el afán de tus aguas. Te atrincheras,
empero, tras tu careta de plata, y bajo el barbitúrico terror de los días,
encubres la oscuridad de tus caras.
En las catedrales del tiempo deploras la guerra,
pero aspiras a los cielos que va prometiendo,
como si la sangre vertida no fuese la propia,
como si los Titanes sangraran pasiones, y hombres mejores
brotaran de éstas.
La incuria infecta la cardinalidad de tus credos.
Pregonas un norte y te presumes raíz y destino:
la felicidad, Wall Street, el “Living Apart Together”, los sueños y Freud.
Y como un gong en batalla, lanzando abrojos al viento,
pospones tu mejor sinfonía.
Perduran así, en el hábitat del blanco y el negro,
los caminos que se comieron las aves.
Te veo luego, con una cabeza ajena entre manos, como un minotauro, incapaz de discernir entre las urgencias del cuerpo y su profundidad mitológica… Esa necesidad de cubrir las vergüenzas, esos fóbicos trazos en lienzos complejos: antítesis que atracan en realidades alternas, habiendo zarpado de cuerpos ajenos, que no podrán disociar. Y entonces, en la casita de torrejas que abrigó tu orfandad, defines familia como la reunión de unos cuantos.
Te comprendo así, entre amaneceres diversos, y entre las penumbras de un mal corazón: claroscuro de pájaros que entonan el réquiem por las cigarras de Walsh…Pero al fin te concedo homo-espejo: en tus cristales silvestres, se refractan los verbos en nuevos propósitos. Y al amor le pones tu piel, le guiñas especies de suerte: esas arquitecturas inmunes a los monstruos que pasan las páginas, a la cíclica extinción del carnívoro, a los meteoros del miedo.
En tu humedad, sin embargo, renacen especies
de psilocibios y musgos, y de caleidoscopios
en todas las formas de vida. En tu humedad, sin embargo,
la húmeda ración de los días.
Aquí otra vez Homo-espejo, ansiando abarcarte,
vinculando tus nuevas estrellas al ruido habitual. Pareces completo:
el hombre de Vitrubio en formato astronómico.
Un universo de tránsitos que la ley de Murphy ha forjado.
Y sin embargo incompleto.
Por poco un saco de huesos. Bajo el recubrimiento
dorado, tus oxidados estratos. Bajo el laminado, el nervio del plomo,
la explosión del tic tac, la sien borbotando el último chance.
… Te aplicas entonces a cavar tus epílogos, como la mascota que lamía tus huesos en los polos del sino. Tras las puertas te bates en duelo, y abaleado de sismos te desmigas en llanto. Te abrevian las anfibologías amarillas, las seis perspectivas del cubo, y atascado en tantas gargantas, ya no ruedas por Krypton. En Tierra, los fóridos te inoculan de estragos, de urbes erigidas de escombros, y adversas la sensatez del semáforo, el verde y el rojo que ruega Descals.
Yuxtapones vacíos al estilo Carrà, verdades perplejas, dudas que no podrás refutar. Colman tu féretro, infinitos cercados, llaves maestras que jamás te sirvieron. Te definen sin más, las rarezas: las lluvias con traje al estilo Magritte, la mujer que llora las bajas que lloraba Picasso, y las Cenicientas que recuperan la vida, mientras van por la vida deshojando sus pies. Luego, los desequilibrios Antártidos.
Como Dalí, sin embargo, arrugas el tiempo en Gravedades exóticas
y siembras caracoles en Tierras inéditas: en los afluentes del pecho
y en las huellas que recepcionan el afán de tus aguas. Te atrincheras,
empero, tras tu careta de plata, y bajo el barbitúrico terror de los días,
encubres la oscuridad de tus caras.
En las catedrales del tiempo deploras la guerra,
pero aspiras a los cielos que va prometiendo,
como si la sangre vertida no fuese la propia,
como si los Titanes sangraran pasiones, y hombres mejores
brotaran de éstas.
La incuria infecta la cardinalidad de tus credos.
Pregonas un norte y te presumes raíz y destino:
la felicidad, Wall Street, el “Living Apart Together”, los sueños y Freud.
Y como un gong en batalla, lanzando abrojos al viento,
pospones tu mejor sinfonía.
Perduran así, en el hábitat del blanco y el negro,
los caminos que se comieron las aves.
Te veo luego, con una cabeza ajena entre manos, como un minotauro, incapaz de discernir entre las urgencias del cuerpo y su profundidad mitológica… Esa necesidad de cubrir las vergüenzas, esos fóbicos trazos en lienzos complejos: antítesis que atracan en realidades alternas, habiendo zarpado de cuerpos ajenos, que no podrán disociar. Y entonces, en la casita de torrejas que abrigó tu orfandad, defines familia como la reunión de unos cuantos.
Te comprendo así, entre amaneceres diversos, y entre las penumbras de un mal corazón: claroscuro de pájaros que entonan el réquiem por las cigarras de Walsh…Pero al fin te concedo homo-espejo: en tus cristales silvestres, se refractan los verbos en nuevos propósitos. Y al amor le pones tu piel, le guiñas especies de suerte: esas arquitecturas inmunes a los monstruos que pasan las páginas, a la cíclica extinción del carnívoro, a los meteoros del miedo.
En tu humedad, sin embargo, renacen especies
de psilocibios y musgos, y de caleidoscopios
en todas las formas de vida. En tu humedad, sin embargo,
la húmeda ración de los días.