La infinita inutilidad del discurso (V)-
Publicado: Vie, 08 Jul 2016 14:13
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Si la vida enseña algo, sin duda es a callar.
Un día solo resisten unas cuantas palabras
huecas brotando de nuestra boca
sin esfuerzo ni excesivo entusiasmo:
¿Cómo te va?, bien gracias, ¿que le debo?
si, no, adiós, no sé, me duele, ¿qué hora es?
¡yo también!...
Y entonces llega el momento crucial, inaplazable,
de detener la función,
de parar el tiempo,
de rebobinar este jodido e indescifrable film.
Y es como si volviéramos otra vez a mirar
en aquella agujereada caja de zapatos
donde guardábamos de niños
aquellos gusanos, lentos y blandengues,
entrañablemente suaves y glotones.
Cómo engordaban, cómo crecían, y luego
cómo tejían y se envolvían en su habitáculo de seda
de hermosos colores pastel...
para resurgir como blancas y despistadas mariposas,
(o más bien feuchas polillas).
Y cómo copulaban, y llenaban
la caja de diminutos huevecillos.
Después morían y vuelta a empezar.
El ciclo mágico de la vida, la belleza y la muerte
dentro de una caja de cartón.
De primavera a primavera,
sin odas ni cortinas.
Y tu dedicación hacía esos frágiles seres
al recoger cada pocos días las hojas frescas
de morera. Ellos no te pedían nada, ni te daban
las gracias. No era necesario. Tú tampoco
les pedías nada. Tú solo les observabas y alimentabas.
Defendías su ciudad de indeseables intrusos.
Limpiabas su cuadriforme hogar
al volver del colegio, y antes de acostarte.
Ellos te mostraban toda su vida.
Dócilmente se dejaban manipular.
Recorrían tu dedo y tu mano
sin ningún miedo, como si la rama de su árbol.
Acto supremo de armonía
y simbiosis entre dos especies
tan diferentes y tan cercanas..
Y entonces, sin saber muy bien por qué,
te da por pensar: que tal vez por eso
el beso acapara los labios y enreda las lenguas,
los sueños son al dormir
y la nieve no avisa.
Y que también por eso las estrellas crecen en el desierto,
la lágrima sobrevive al viento y al rayo,
una guitarra hace vibrar al hueso
(y el fuego muere por su mala boca).
Y que quizás el amor es un capullo de seda.
...Y la verdad: el torpe aleteo de una mariposa
que no puede volar
tras una vieja caja de zapatos
en el silente planeta de un niño.
______________
Si la vida enseña algo, sin duda es a callar.
Un día solo resisten unas cuantas palabras
huecas brotando de nuestra boca
sin esfuerzo ni excesivo entusiasmo:
¿Cómo te va?, bien gracias, ¿que le debo?
si, no, adiós, no sé, me duele, ¿qué hora es?
¡yo también!...
Y entonces llega el momento crucial, inaplazable,
de detener la función,
de parar el tiempo,
de rebobinar este jodido e indescifrable film.
Y es como si volviéramos otra vez a mirar
en aquella agujereada caja de zapatos
donde guardábamos de niños
aquellos gusanos, lentos y blandengues,
entrañablemente suaves y glotones.
Cómo engordaban, cómo crecían, y luego
cómo tejían y se envolvían en su habitáculo de seda
de hermosos colores pastel...
para resurgir como blancas y despistadas mariposas,
(o más bien feuchas polillas).
Y cómo copulaban, y llenaban
la caja de diminutos huevecillos.
Después morían y vuelta a empezar.
El ciclo mágico de la vida, la belleza y la muerte
dentro de una caja de cartón.
De primavera a primavera,
sin odas ni cortinas.
Y tu dedicación hacía esos frágiles seres
al recoger cada pocos días las hojas frescas
de morera. Ellos no te pedían nada, ni te daban
las gracias. No era necesario. Tú tampoco
les pedías nada. Tú solo les observabas y alimentabas.
Defendías su ciudad de indeseables intrusos.
Limpiabas su cuadriforme hogar
al volver del colegio, y antes de acostarte.
Ellos te mostraban toda su vida.
Dócilmente se dejaban manipular.
Recorrían tu dedo y tu mano
sin ningún miedo, como si la rama de su árbol.
Acto supremo de armonía
y simbiosis entre dos especies
tan diferentes y tan cercanas..
Y entonces, sin saber muy bien por qué,
te da por pensar: que tal vez por eso
el beso acapara los labios y enreda las lenguas,
los sueños son al dormir
y la nieve no avisa.
Y que también por eso las estrellas crecen en el desierto,
la lágrima sobrevive al viento y al rayo,
una guitarra hace vibrar al hueso
(y el fuego muere por su mala boca).
Y que quizás el amor es un capullo de seda.
...Y la verdad: el torpe aleteo de una mariposa
que no puede volar
tras una vieja caja de zapatos
en el silente planeta de un niño.
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