Faded
Publicado: Jue, 14 Abr 2016 21:39
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No te vayas en brazos de cualquiera,
un segundo hombre no sabrá decirte qué veneno del arco iris
forma la mirada de ausencia
de los olmos en el parque,
un segundo hombre no trabajará tan duro
para sostener el sueño de no suicidarse
y arrojarse frente a los trenes, como una hormiga traidora.
Yo soy una ciudad que no reconoce sus quinientos mil habitantes
y entre los ocasos, me derrumbo.
Soy una ciudad que ha consumido todas sus ventanas,
un recuerdo de gorriones.
Si estás triste, espera que las estrellas propaguen su luz infantil
y encontrarás mi estampa de soledad
sobre cuartetos de otoño, sobre la hojarasca de dioses
que es la voz de tu cabello.
Cuando mi cuarto es un oráculo de cuervos,
cuando los ladrillos de mi cuarto sostienen delfines en su dureza
y afuera los coches vomitan la espera,
la monotonía de los semáforos en rojo
enfrentada a tus labios
haga consagrar el parque de cristal hacia dentro
como sangre de ballena.
Te fuiste con otras, me decías
y cogía tus manos delgadas
como una telaraña de vicios
y me atormentaba el color oscuro
de tus uñas, mujer.
Yo era un cosmonauta de las deudas
y los diciembres sangraban en mi cabello a todo momento.
Yo también te querría olvidar
y volver al embrujo de cenas canceladas
porque tenía un vocabulario de hojas caídas
y había muchos rinocerontes en tu sauna de olvidos,
porque éramos una apuesta musical y perturbadora,
una huelga de adioses.
No te vayas en brazos de cualquiera,
un segundo hombre no sabrá decirte qué veneno del arco iris
forma la mirada de ausencia
de los olmos en el parque,
un segundo hombre no trabajará tan duro
para sostener el sueño de no suicidarse
y arrojarse frente a los trenes, como una hormiga traidora.
Yo soy una ciudad que no reconoce sus quinientos mil habitantes
y entre los ocasos, me derrumbo.
Soy una ciudad que ha consumido todas sus ventanas,
un recuerdo de gorriones.
Si estás triste, espera que las estrellas propaguen su luz infantil
y encontrarás mi estampa de soledad
sobre cuartetos de otoño, sobre la hojarasca de dioses
que es la voz de tu cabello.
Cuando mi cuarto es un oráculo de cuervos,
cuando los ladrillos de mi cuarto sostienen delfines en su dureza
y afuera los coches vomitan la espera,
la monotonía de los semáforos en rojo
enfrentada a tus labios
haga consagrar el parque de cristal hacia dentro
como sangre de ballena.
Te fuiste con otras, me decías
y cogía tus manos delgadas
como una telaraña de vicios
y me atormentaba el color oscuro
de tus uñas, mujer.
Yo era un cosmonauta de las deudas
y los diciembres sangraban en mi cabello a todo momento.
Yo también te querría olvidar
y volver al embrujo de cenas canceladas
porque tenía un vocabulario de hojas caídas
y había muchos rinocerontes en tu sauna de olvidos,
porque éramos una apuesta musical y perturbadora,
una huelga de adioses.