Del palto a los ficus de Orihuela. Chip AR4X0
Publicado: Jue, 10 Dic 2015 5:41
Inspirado en el cuento Negocios de Tigana
Del palto a los ficus de Orihuela
No tengo jardín con higuera, pero en los bosques tropicales encuentro gigantescos árboles, cuyos contrafuertes ascienden al cielo como los muros de una catedral y que me recuerdan vagamente a los ficus de Orihuela, su arquitectura gótica. Una topografía de isobaras sobre la que me deslizo en el tobogán del tiempo. La comunicación hoy es rápida. Los inventos se suceden para hacernos llegar la información de una forma eficaz. Gracias al microchip AR4X0 que se inserta en el bulbo raquídeo, a través de un mero pensamiento, puedo transmitir mi visión en el momento en que se genera, a cualquier amigo que esté a muchas leguas de distancia. Las piernas de una bañista en Acapulco, los cerros de Colombia y las ballenas de Boca Chica en Panamá ya pueden ser disfrutados en tiempo real con otra persona.
Juan vive en Orihuela y participamos de la pasión por la poesía y los buenos vinos. El aroma y sabor de un Jumilla moderno, a partir de una Monastrell en su punto, llega a mis fosas nasales como si yo mismo estuviera haciendo la cata. Y unas chuletas de cordero, a la brasa de los sarmientos secos, casi masticadas al tiempo.
Son raras las asociaciones que la mente hace. Las ideas, sensaciones, están agrupadas en nuestra cabeza en base parámetros que tienen que ver con nuestra cultura, tradición y vivencias. Nuestra cabeza está recorrida por mil ríos que se entrecruzan mezclando sus aguas, dejando depósitos de pequeñas hojas, arcillas, piedras en pozas de memoria caprichosas. Y esto lo digo porque paseando por un campo de paltos en Trujillo –Perú- me vino a la cabeza la higuera de Miguel Hernández. Rápidamente pasé a Juan los versos: “Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores”. La respuesta no se hizo esperar: Hécula Monastrell, color rojo intenso; elegante aroma a arándanos y fresas compotadas, regaliz con suave toque de flores blancas.
Estaba en la taberna de Pedro Ricote. Unas mollejas de cordero, atendían fielmente a su paladar. Qué poca lírica. Pero estas cosas tiene la tecnología, que todavía no ha conseguido imponerse a un buen tapeo. Y que dure mucho.
elPrior
Del palto a los ficus de Orihuela
No tengo jardín con higuera, pero en los bosques tropicales encuentro gigantescos árboles, cuyos contrafuertes ascienden al cielo como los muros de una catedral y que me recuerdan vagamente a los ficus de Orihuela, su arquitectura gótica. Una topografía de isobaras sobre la que me deslizo en el tobogán del tiempo. La comunicación hoy es rápida. Los inventos se suceden para hacernos llegar la información de una forma eficaz. Gracias al microchip AR4X0 que se inserta en el bulbo raquídeo, a través de un mero pensamiento, puedo transmitir mi visión en el momento en que se genera, a cualquier amigo que esté a muchas leguas de distancia. Las piernas de una bañista en Acapulco, los cerros de Colombia y las ballenas de Boca Chica en Panamá ya pueden ser disfrutados en tiempo real con otra persona.
Juan vive en Orihuela y participamos de la pasión por la poesía y los buenos vinos. El aroma y sabor de un Jumilla moderno, a partir de una Monastrell en su punto, llega a mis fosas nasales como si yo mismo estuviera haciendo la cata. Y unas chuletas de cordero, a la brasa de los sarmientos secos, casi masticadas al tiempo.
Son raras las asociaciones que la mente hace. Las ideas, sensaciones, están agrupadas en nuestra cabeza en base parámetros que tienen que ver con nuestra cultura, tradición y vivencias. Nuestra cabeza está recorrida por mil ríos que se entrecruzan mezclando sus aguas, dejando depósitos de pequeñas hojas, arcillas, piedras en pozas de memoria caprichosas. Y esto lo digo porque paseando por un campo de paltos en Trujillo –Perú- me vino a la cabeza la higuera de Miguel Hernández. Rápidamente pasé a Juan los versos: “Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores”. La respuesta no se hizo esperar: Hécula Monastrell, color rojo intenso; elegante aroma a arándanos y fresas compotadas, regaliz con suave toque de flores blancas.
Estaba en la taberna de Pedro Ricote. Unas mollejas de cordero, atendían fielmente a su paladar. Qué poca lírica. Pero estas cosas tiene la tecnología, que todavía no ha conseguido imponerse a un buen tapeo. Y que dure mucho.
elPrior