Pablo Ibáñez escribió:Tengo dos normas y no sé si son tontas, por eso paso consulta:
1. no ponerme a escribir hasta que la idea inicial, el chispazo que dispara el poema, no está bien "instalado" en mi cabeza.
2. aceptar solo chispazos que vengan por sí mismos, sin forzarlos de ninguna manera. El despertar de un día sin trabajo a veces da chispazos, volviendo en coche del trabajo también he tenido algunos...
Ese chispazo puede ser una imagen, una idea, un concepto, un recuerdo, una combinación de dos o tres palabras. La cuestión es que la cumplimentación de las dos normas se hace, a menudo, desesperante. Claro, como no se puede forzar, paso semanas enteras "sin hacer nada", a la espera del chispazo. Cuando por fin viene, paso semanas enteras digiriéndolo. A menudo la digestión no resulta provechosa, la cosa no progresa, no viene el entusiasmo y me veo obligado a desechar la idea y empezar de cero. En esas ocasiones -cada vez más habituales-, me digo a mí mismo que soy un vago y un zoquete y que si de verdad me pusiera a pensar y a trabajar, sacaría a la fuerza chispazos y digestiones sin tanta tontería.
¿Es así? ¿Se puede hacer? ¿Cómo?
Un saludo.
Amigo pablo:
Dos normas quizá sean demasiadas cuando hablamos de escribir poemas. Creo que, los poetas, a la hora de escribir debemos prescindir de normas.
Unas veces, la idea, es decir, el concepto, es el punto de partida del poema; otras veces, aparece un verso, una palabra, porque sí, espontáneamente y, a partir de ahí, construimos un poema. Nosotros, a pesar de ser poetas conceptuales, no deberíamos cerrarnos a nada.
Si no escribimos, no es porque seamos vagos o zoquetes, sino porque, entre otras cosas, sabemos que cuanto más escribimos, más mediocre es nuestra obra. Es así, y lo es en absolutamente todos los autores que tienen un nivel considerablemente alto en relación a sus propias posibilidades.
Por ejemplo, cuando un autor con unas habilidades rítmico-literarias parecidas a las nuestras o superiores, empieza a escribir poemas, escribe por los codos; la razón es que su nivel rítmico-literario es bastante bajo, así, no para de escribir mientras nota mejoría y mientras logra aspectos novedosos, singulares. Con la práctica, se van conjugando dos factores; uno, la autoexigencia; dos, el gasto en cuanto a la altura semántica e ingenio literario; ambos, lógicamente, en cada nuevo poema son más difíciles de hallar en parámetros originales.
Entonces, la razón por la cual de cada autor, aun de los más grandes, nos gustan una serie de poemas y no nos dicen nada muchos poemas del resto de su obra, esa razón se halla en que, una vez alcanzado un nivel, es difícil sostenerlo y, claro, es muy difícil subirlo. Cuanto más alto el nivel, más dificultad en conservarlo y mucha más dificultad en aumentarlo.
No ya en el poema, sino en el arte todo, los autores tienden a plagiarse, repetirse hasta la extenuación. No queda más remedio, porque el ingenio ni se compra ni se vende.
Así pues, por lo general (siempre caben excepciones), no se trata de más o menos talento, sino de no quererse repetir y de no querer bajar el listón.
¿Quiero decir que no debemos escribir mucho para no bajar el nivel de nuestra poesía? No. No quiero decir eso.
Lo que quiero decir es que tenemos que escribir cuanto podamos, sin pensar en la calidad intrínseca de la obra o en cualquier otro elemento que pueda asfixiar nuestra creatividad.
Estimado colega, también tenemos que tener en cuenta que a veces no se tiene nada importante que decir, sin olvidar que en muchas ocasiones es mejor estar callado. Recuerdo unos versos de cierto poema que escribí hace años:
solo me equivoco cuando afirmo y siempre va mejor cuando me callo. Traspasado al poema: solo se equivoca quien escribe; el que no escribe, nunca se equivoca. ¿Es una postura miedosa? Puede, aunque a mí me parece realista y, por lo tanto, debería ser asumible. Vale decir: escribamos, sin más remilgos, pero sería bueno que tuviéramos ganas de transmitir, de no tenerlas, quizá, en vez de escribir, sería mejor leer…
En fin, cuando un autor sabe escribir verso monométrico, polimétrico, multimétrico y versículo, todos con una altura melódico-semántica de nivel medio para arriba (todo eso sabiendo que en su obra hay poemas más felices y menos felices), entonces, es mejor que se dedique a escribir sin pensar en nada, debe dejarse llevar por su cerebro. Lo primero es decirse a uno mismo que no quiero pensar en esas cosas; no quiero escribir pensando en todo lo que he aprendido; quiero dejarme llevar por mi intuición que no es más que la suma de lo que sé y de lo que ignoro, todo procesado instantáneamente. Y a ver lo que sale; siempre será mejor que una patada en la espinilla o, lo que es lo mismo, la depresión del papel en blanco.
Como Gamoneda nos dijo a Ferreiro y a un servidor:
Independientemente de que los poetas seamos como los yogures -tenemos fecha de caducidad-, o escribimos o nos resignamos al papel en blanco. Yo no me resigno.
Bien, el maestro escribe, no veo por qué nosotros no debamos hacerlo; viene al caso, porque Gamoneda tiene mucho que ver en la filosofía de Alaire, es así, sus conversaciones son uno de los motivos que me han servido para llegar a conceptos que ahora trabajamos aquí. Él y Borges son los grandes culpables de muchas ideas que nosotros estamos plasmando en el poema; son pozos de sabiduría lírico-literaria.
Seguiremos, colega. Y escribe o trata de escribir sin premisas, tal y como lo hacías hace ya bastantes poemas.
Abrazos.