Va de nuevo en los terceros días (LXII) (Explicado)
Publicado: Lun, 10 Dic 2012 0:59
Hay tantos árboles que lloran
y tantos hombres sin paraguas,
que harta ha de estar de lágrimas su tierra.
Hay tantos hombres subyugados
que harto ha de estar el miedo de sus miedos
y de aros la ecuanimidad de los cigarros,
como de rostros edulcorados el café,
cuando delira la desnudez de aquellos cuerpos,
que en las doncellas siempre encallan.
Hay tanta tristeza en las copas escarchadas,
en las componendas del camino,
en esos rumores del paisaje adoquinado
–tan lejano de tan cerca a los adioses–,
que el prudente cierra un ojo,
apuntando a la hora adelantada su desfé.
Y el hombre de vaho en las ventanas
desclava sus ramas aún devotas,
trazadas por los breves dedos de los nombres
que pasan por la calle,
violando los abismos entre la sed y el paso…
Y asalta las puertas del sueño,
que calla y acalla los miedos madurados,
despeñándose de heridas
en las zarpas de una luz que no sucede.
Hay tantas ceremonias en los ojos,
tantos clavos que repican en los pasos.
Tantos credos transigiendo nuevas razas
–nuevas lenguas babilónicas–,
que mendigos del salario
–por debajo de los mínimos–
van pasando por las horas
encarnando epitafios repetidos
de este drama de final apresurado.
Y la gente va cayendo
desahuciada a la avenida
–desquicio de andamios y parales–…
porque en las calles aledañas
gritan niños congelados en los frízer
de esos soles que no asoman
su perfil esperanzado.
Y las clámides del éter
van batiendo las nostalgias en el mármol de costumbre
y con las gubias incesantes de lo poco que les queda,
esos hombres arrumbados, van tallando sus retornos.
Tantas tristezas penden de verdades que no cuajan,
como paisajes penden de las vallas comerciales
enarbolando ofertas de políticos colores,
que al barrial del día solo caen sendas preguntas.
Sin embargo el tiempo
regurgita al tiempo,
el atajo antiguo,
la intrínseca respuesta…,
ese amor resucitado en los terceros días.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Hablando un poco de lo que quise decir.
El árbol sugiere en el escrito lo mejor del hombre enraizado en la historia. A este hombre le ha tocado el camino escabroso de la lágrima bajo el yugo del poder y este, manifestado en diversas formas, tales como guerras, sistemas opresores, distribución injusta de la riqueza, de la educación del acceso a los sistemas de salud y justicia, y de su participación en los conceptos morales y espirituales que rigen la sociedad, simulados tras valores universales que solo esconden otras intenciones. Desde esta perspectiva el hombre que ama y ha sabido amar, considerando esta manoseada palabra desde su mejor acepción, esa que trasciende lo inmediato y egoísta, ha sido relegado de esos trazos precursores de los sistemas presentes y futuros, económicos, políticos, sociales, a tal grado que no se vislumbra siquiera, una pequeña participación de los buenos hombres en las grandes decisiones, si no, una subsistencia del estado de cosas presente, con ligeras modificaciones para acallar o atenuar, con la intención de anular, las mejores voces de la historia.
En este contexto, el miedo, en las variantes consideradas en el poema, es la mordaza que asfixia las intenciones del hombre promedio y no las deja traducirse en un peso que incline, al menos un tanto la balanza, a favor de una sociedad menos materialista y egoísta, que permita reconocer al hermano en sus prójimos.
De ahí viene el hastío; de esas abismales cercanías, de soñar y despertar en una realidad que no admite la consolidación de giros importantes, que no permite completar los círculos de las buenas intenciones (“…y de aros la ecuanimidad de los cigarros…”), como tampoco logra consolidar las relaciones afectivas de pareja, de acuerdo a sus más loables expectativas, por la artificialidad del amor que se profesa hoy…, físico, temporal, material (“…como de rostros edulcorados el café cuando delira la desnudez de aquellos cuerpos que en las doncellas siempre encallan…(Uso doncella con una connotación irónica)”). Por supuesto, no pretendo negar las bondades de la atracción meramente física, pues, forma parte de nosotros, pero sí, las de un amor que empieza y termina con lo físico, ¿o acaso no están de moda las noticias o escándalos en las que el poder económico adquiere los físicos perfectos como esposas o amantes?
Surge entonces la tristeza, como un símbolo de hastío o abandonarse a la corriente, de la opresión y la soledad, representada por esas copas escarchadas – a propósito de la navidad en algunos lugares – y reflejada en esas componendas que forjan los erráticos caminos de la historia y del paisaje de rumores que se alejan de tan cerca a los adioses. Es prudente, pues, avanzar con pies de plomo (desfé).
Entonces, el buen hombre es como un vaho en las ventanas, fruto del frío, y pasajero, que intenta y reintenta seguir, extenderse, preservar sus devociones – su nombre y otros nombres – violando los abismos entre la sed y el paso, entre esa necesidad de ser y de tener hoy, y el ineludible transcurrir del tiempo y el espacio. Impelido por esa necesidad intrínseca, abre y cierra puertas tras una luz que no sucede y por lo tanto duele. Mientras los ojos deliran ceremonias distantes, los pasos transcurren entre clavos y el hombre bueno transige nuevas formas de decir “por dicha” cuando duele lo mismo – esos salarios por debajo de los mínimos.
Y al día a día, lo atrapa la rutina de las multitudes desahuciadas; y los niños que alguna vez fueron –en los frízer de los sueños postergados–, ya no juegan más sus inocentes aventuras. La nostalgia y la desesperanza son así una clasificación del hombre bueno, que a pesar de todo, con lo poco que le queda o que le dejan, forja los retornos, entre verdades que no cuajan y sistemas que le engañan… Se hace las preguntas y surge poco a poco la intrínseca respuesta, el atajo antiguo, ese amor resucitado en los terceros días. Es decir, la verdad de los niños en los frízer. Vuelve el hombre bueno a gritar otros caminos… El poder de la palabra, que dicha por muchos transforma.
y tantos hombres sin paraguas,
que harta ha de estar de lágrimas su tierra.
Hay tantos hombres subyugados
que harto ha de estar el miedo de sus miedos
y de aros la ecuanimidad de los cigarros,
como de rostros edulcorados el café,
cuando delira la desnudez de aquellos cuerpos,
que en las doncellas siempre encallan.
Hay tanta tristeza en las copas escarchadas,
en las componendas del camino,
en esos rumores del paisaje adoquinado
–tan lejano de tan cerca a los adioses–,
que el prudente cierra un ojo,
apuntando a la hora adelantada su desfé.
Y el hombre de vaho en las ventanas
desclava sus ramas aún devotas,
trazadas por los breves dedos de los nombres
que pasan por la calle,
violando los abismos entre la sed y el paso…
Y asalta las puertas del sueño,
que calla y acalla los miedos madurados,
despeñándose de heridas
en las zarpas de una luz que no sucede.
Hay tantas ceremonias en los ojos,
tantos clavos que repican en los pasos.
Tantos credos transigiendo nuevas razas
–nuevas lenguas babilónicas–,
que mendigos del salario
–por debajo de los mínimos–
van pasando por las horas
encarnando epitafios repetidos
de este drama de final apresurado.
Y la gente va cayendo
desahuciada a la avenida
–desquicio de andamios y parales–…
porque en las calles aledañas
gritan niños congelados en los frízer
de esos soles que no asoman
su perfil esperanzado.
Y las clámides del éter
van batiendo las nostalgias en el mármol de costumbre
y con las gubias incesantes de lo poco que les queda,
esos hombres arrumbados, van tallando sus retornos.
Tantas tristezas penden de verdades que no cuajan,
como paisajes penden de las vallas comerciales
enarbolando ofertas de políticos colores,
que al barrial del día solo caen sendas preguntas.
Sin embargo el tiempo
regurgita al tiempo,
el atajo antiguo,
la intrínseca respuesta…,
ese amor resucitado en los terceros días.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Hablando un poco de lo que quise decir.
El árbol sugiere en el escrito lo mejor del hombre enraizado en la historia. A este hombre le ha tocado el camino escabroso de la lágrima bajo el yugo del poder y este, manifestado en diversas formas, tales como guerras, sistemas opresores, distribución injusta de la riqueza, de la educación del acceso a los sistemas de salud y justicia, y de su participación en los conceptos morales y espirituales que rigen la sociedad, simulados tras valores universales que solo esconden otras intenciones. Desde esta perspectiva el hombre que ama y ha sabido amar, considerando esta manoseada palabra desde su mejor acepción, esa que trasciende lo inmediato y egoísta, ha sido relegado de esos trazos precursores de los sistemas presentes y futuros, económicos, políticos, sociales, a tal grado que no se vislumbra siquiera, una pequeña participación de los buenos hombres en las grandes decisiones, si no, una subsistencia del estado de cosas presente, con ligeras modificaciones para acallar o atenuar, con la intención de anular, las mejores voces de la historia.
En este contexto, el miedo, en las variantes consideradas en el poema, es la mordaza que asfixia las intenciones del hombre promedio y no las deja traducirse en un peso que incline, al menos un tanto la balanza, a favor de una sociedad menos materialista y egoísta, que permita reconocer al hermano en sus prójimos.
De ahí viene el hastío; de esas abismales cercanías, de soñar y despertar en una realidad que no admite la consolidación de giros importantes, que no permite completar los círculos de las buenas intenciones (“…y de aros la ecuanimidad de los cigarros…”), como tampoco logra consolidar las relaciones afectivas de pareja, de acuerdo a sus más loables expectativas, por la artificialidad del amor que se profesa hoy…, físico, temporal, material (“…como de rostros edulcorados el café cuando delira la desnudez de aquellos cuerpos que en las doncellas siempre encallan…(Uso doncella con una connotación irónica)”). Por supuesto, no pretendo negar las bondades de la atracción meramente física, pues, forma parte de nosotros, pero sí, las de un amor que empieza y termina con lo físico, ¿o acaso no están de moda las noticias o escándalos en las que el poder económico adquiere los físicos perfectos como esposas o amantes?
Surge entonces la tristeza, como un símbolo de hastío o abandonarse a la corriente, de la opresión y la soledad, representada por esas copas escarchadas – a propósito de la navidad en algunos lugares – y reflejada en esas componendas que forjan los erráticos caminos de la historia y del paisaje de rumores que se alejan de tan cerca a los adioses. Es prudente, pues, avanzar con pies de plomo (desfé).
Entonces, el buen hombre es como un vaho en las ventanas, fruto del frío, y pasajero, que intenta y reintenta seguir, extenderse, preservar sus devociones – su nombre y otros nombres – violando los abismos entre la sed y el paso, entre esa necesidad de ser y de tener hoy, y el ineludible transcurrir del tiempo y el espacio. Impelido por esa necesidad intrínseca, abre y cierra puertas tras una luz que no sucede y por lo tanto duele. Mientras los ojos deliran ceremonias distantes, los pasos transcurren entre clavos y el hombre bueno transige nuevas formas de decir “por dicha” cuando duele lo mismo – esos salarios por debajo de los mínimos.
Y al día a día, lo atrapa la rutina de las multitudes desahuciadas; y los niños que alguna vez fueron –en los frízer de los sueños postergados–, ya no juegan más sus inocentes aventuras. La nostalgia y la desesperanza son así una clasificación del hombre bueno, que a pesar de todo, con lo poco que le queda o que le dejan, forja los retornos, entre verdades que no cuajan y sistemas que le engañan… Se hace las preguntas y surge poco a poco la intrínseca respuesta, el atajo antiguo, ese amor resucitado en los terceros días. Es decir, la verdad de los niños en los frízer. Vuelve el hombre bueno a gritar otros caminos… El poder de la palabra, que dicha por muchos transforma.