Veinticinco de Septiembre
Publicado: Sab, 08 Sep 2012 1:30
Veinticinco de septiembre,
el halo del verano vuela como paloma del adiós,
y un ayer cae postrado ante los susurros,
cantos de pájaros retrasados a su tiempo,
hojas en triste represión de color y ternura.
Respiramos la niebla
que nos dejó un ayer abandonado,
nos olvidamos de sentir aquello tantas veces dicho
y de decir lo que escondimos en el bolsillo
entre pespuntes de seda y humedales de agonía.
La noche padeció las palabras sin voz,
y en silencio, en la estupidez del desánimo,
alimentó la tormenta, la huída de estrellas
y el marchitar flemático e iracundo de las sombras.
De los paseos, tan solo quedan los senderos,
las pisadas se ahogaron con las ilusiones,
la felicidad marchó con los pétalos caídos.
Yo, partí hacia algún lugar
y tú nunca supiste encontrar el camino de regreso.
Recuerdo ver agonizar la primavera,
recoger un pétalo de flor dañado
en la paz trasiega del otoño,
-nunca supe que pasó con el verano-,
mientras imaginaba azules los pastos,
verdes las hojas y dorada la mañana.
Escribía versos a la vez que leía poemas del cielo,
respiraba piel de amor, para enardecerme el alma.
Dibujaba palabras para convertirlas en deseo
y caía en el más profundo de los abandonos.
Lloraba a la par que la lluvia mitigaba mi añoranza.
Quería ver más allá,
traspasar aquellas carcomidas ramas
que dejaban al descubierto la flaqueza del espíritu
y el dolor de un cuerpo masacrado por la luz
y encallecido por la tierra que le vio sufrir.
Respiré tanta niebla,
que sucumbí a un mar de rocío,
y en el intento de volar,
desgarré las alas que la vida había lesionado,
la primavera ignorado
y el otoño era incapaz de sanar.
Arranqué la última hoja de una estación que agonizaba.
Fue como un adiós marchitado y desgarrador,
un poema a medio escribir entre realidad e interrogante,
con lágrimas de olvido y angustias de deseo.
Creo que aún hoy,
sigo bajando peldaño tras peldaño
la escalera del adiós,
respirando la misma niebla,
paseando por el mismo sendero
con los miedos humedecidos en el bolsillo
y un libro con versos de cielo
cuidando la última hoja marchita de un otoño cualquiera.
Veinticinco de septiembre,
nunca supe que pasó con el verano.
el halo del verano vuela como paloma del adiós,
y un ayer cae postrado ante los susurros,
cantos de pájaros retrasados a su tiempo,
hojas en triste represión de color y ternura.
Respiramos la niebla
que nos dejó un ayer abandonado,
nos olvidamos de sentir aquello tantas veces dicho
y de decir lo que escondimos en el bolsillo
entre pespuntes de seda y humedales de agonía.
La noche padeció las palabras sin voz,
y en silencio, en la estupidez del desánimo,
alimentó la tormenta, la huída de estrellas
y el marchitar flemático e iracundo de las sombras.
De los paseos, tan solo quedan los senderos,
las pisadas se ahogaron con las ilusiones,
la felicidad marchó con los pétalos caídos.
Yo, partí hacia algún lugar
y tú nunca supiste encontrar el camino de regreso.
Recuerdo ver agonizar la primavera,
recoger un pétalo de flor dañado
en la paz trasiega del otoño,
-nunca supe que pasó con el verano-,
mientras imaginaba azules los pastos,
verdes las hojas y dorada la mañana.
Escribía versos a la vez que leía poemas del cielo,
respiraba piel de amor, para enardecerme el alma.
Dibujaba palabras para convertirlas en deseo
y caía en el más profundo de los abandonos.
Lloraba a la par que la lluvia mitigaba mi añoranza.
Quería ver más allá,
traspasar aquellas carcomidas ramas
que dejaban al descubierto la flaqueza del espíritu
y el dolor de un cuerpo masacrado por la luz
y encallecido por la tierra que le vio sufrir.
Respiré tanta niebla,
que sucumbí a un mar de rocío,
y en el intento de volar,
desgarré las alas que la vida había lesionado,
la primavera ignorado
y el otoño era incapaz de sanar.
Arranqué la última hoja de una estación que agonizaba.
Fue como un adiós marchitado y desgarrador,
un poema a medio escribir entre realidad e interrogante,
con lágrimas de olvido y angustias de deseo.
Creo que aún hoy,
sigo bajando peldaño tras peldaño
la escalera del adiós,
respirando la misma niebla,
paseando por el mismo sendero
con los miedos humedecidos en el bolsillo
y un libro con versos de cielo
cuidando la última hoja marchita de un otoño cualquiera.
Veinticinco de septiembre,
nunca supe que pasó con el verano.