y miro el correr de los días
Y miro en el regreso del sueño
el paso del grito sonoro de las sombras que matan,
del caprichoso aliento ciego
que invade las avenidas del olvido,
las montañas que se alzan con alado sosiego;
y comprendo que todas las distancias
se desmoronan,
que no callan,
que son espacios en las manos,
que son cristales presentes en la sangre,
espejo que llora en pañuelos blancos
en diálogo de milagros en tránsito;
y miro el nombre
barriendo las marcas del camino,
cerrando el desorden,
el sonido retenido,
la impaciencia
de retornos,
de vida que la indiferencia consume,
de luchas en el frío,
de glorias mil veces perdidas,
de mañanas cargadas de colores vivos
y restos de oro en mi memoria;
y comprendo que los incendios
no son fuego,
no son fiebre de espumas,
océanos madurando frutos,
barbas blancas en noches del tiempo,
son coronas
en embarcaciones nuevas,
azul ceniza en suma
de cortinas deteniendo vértigos de años,
gestos sin brújula,
el dorado gorrión diezmado en su jaula,
ritos en tejados calientes
y sandalias pisadas por el suelo;
y miro el correr de los días,
el rijoso quejido
en licor dando fe
de sus confesiones
donde el aire es poco
y se consume
en la voz del viaje
lanzando el anzuelo desierto
en paso firme,
en las aguas que abren ventanas
hacia el infinito.
Y comprendo.
