que tu alma de trapo
subía a tus ojos
de vidrio pintado,
con una sonrisa
húmeda de llanto
cuando yo me iba
del guiñol, llorando.
(Francisco Luis Bernárdez)
en las persianas de la esquina del Ángulo,
en las cuerdas de los títeres perseguidos
que adorabas por su indefensión, por su angustia,
por la locura de su gesto atormentado
en la madera ensangrentada por los golpes
que siempre vuelven
a las rocas limosas que esparcen el llanto de la espuma,
al polvo de las arenas, al rumor de un crisantemo.
***
He bordado un pensamiento con el desgarro
tendido de tu blusa,
con el clamor perpetuo de tu falda
que gemían con los derrumbes
heridos de tu piel entre mis manos,
con la tinta inmarchitable que fluía en las venas
oscuras y dolorosas del olvido,
con los malvones ardientes
que vagaban en los roces fragantes del balcón de tus espejos
con la muerte que rimaba en los surcos profanados
de la última línea sedienta
que persiste en el murmullo sempiterno de la playa,
que te busca en un piercing desgajado por la caricia
que se quiebra en los fulgores procelosos
de unos faros que han mordido
con pasión el liguero
de tus noches más intensas y añoradas
que se abren entre los diques, los barcos y la presencia
en nuestro vuelo de los mares lejanos
que pasaron por el rostro
de la Almadraba que recogía tu sonrisa,
que aún arrastra los derrubios sin luz
de los muros agrietados
por la amargura del mundo, por las canciones peregrinas
que brotan en los labios del deseo,
en la insistencia de la voz irrenunciable que resiste
y permanece en el orgullo de tu frente luminosa.
***
Como un pincel que se adentra en un marco sin lienzo
y perfila los labios de una alcoba que tiembla en lontananza,
como un albatros que no encuentra el respirar de su mástil
en una imagen borrosa que fija la morbidez extraña de tu vuelo,
así vuelve la sangre
de una nube sin fuerza que se embriaga en su deriva
con el último canto de un idilio que sufre
en las paredes de tu primera cita
y presiente las garras
ineludibles e hirientes de la ausencia,
mientras yo te miro desde el palco de una asonancia sentida
que arrasa en la memoria de los cañaverales
y golpea el divagar de los pulsos de tus sienes,
los gemidos ruinosos a los que se enfrentan
los pensamientos de amor
en los muelles cansados de los nombres sin sombra,
en la clausura de un verso que nunca se abrió paso entre las huellas
que se hunden
en los caminos nerviosos del agua,
en el lamento insostenible
que cubre las veredas constantes de los recuerdos
que nunca se han marchado de tu orilla,
que atraviesan la mente,
se detienen en el candor eterno que acoge
tu impulso más venerado
y se enamoran de la tristeza profunda que brilla en tu mirada.